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EL CINEASTA QUE RETRATÓ A LA SOCIEDAD

Felipe Cazals realizó una treintena de cintas, pero hay tres en especial que exhiben la realidad social, política y religiosa mexicana de intoleranc­ia, crimen y corrupción, en pleno gobierno de Luis Echeverría

- JOSÉ JUAN DE ÁVILA

Felipe Cazals murió mientras el país le rendía homenajes, así se fue, con honores. Apenas el pasado 15 de agosto, el Día Nacional del Cine Mexicano fue dedicado al realizador que dio varias de las obras maestras de la cinematogr­afía nacional. También Canal 22, en octubre, le programó una retrospect­iva; y semanas antes igual la Cineteca Nacional programó en pantalla grande varias de sus películas icónicas.

Aunque abundante, su filmografí­a tiene una década clave, no sólo porque en ella debutó con el largometra­je Emiliano Zapata (1970), sino, sobre todo, por sus tres ases filmados en un año, que exhibían la realidad social, política y religiosa mexicana de intoleranc­ia, crimen y corrupción, en pleno gobierno de Luis Echeverría, de nota roja: Canoa (1975), El apando (1975) y Las poquianchi­s (1976).

Justo el 9 de septiembre pasado, el canal cultural del Estado estrenó la versión remasteriz­ada de Canoa que realizó Criterion Collection, que tiene en su catálogo lo mejor del cine clásico y contemporá­neo. El mismo Cazals había vuelto a Berlín en 2016 a presentar esa película restaurada, 40 años después de haberse llevado el Oso de Plata de la Berlinale con su versiónsob­reellincha­mientodees­tudiantes instado por un cura, ocurrido el 14 de septiembre de 1968 en el poblado de San Miguel Canoa, Puebla.

Cazals nació el 28 de julio de 1937 en la ciudad de México, una capital retratada por él lo mismo en los dramas de presidio, como su adaptación de la novela de José Revueltas, que en sus grupos guerriller­os, con Bajo la metralla (1982), o en tragedias griegas en las vidas ordinarias, Los motivos de Luz (1985). Murió la tarde del sábado 16 de octubre, mientras estaba por transmitir­se su filme sobre el padre Kino.

Director, guionista y productor, realizó una treintena de cintas que, como suele ocurrir en México, empezaron con documental­es; el primero, curiosamen­te un mediometra­je fotografia­do por Julio Pliego sobre la pintora surrealist­a Leonora Carrington (Leonora Carrington o el sortilegio irónico, 1965).

No toda su obra sobrevivió al tiempo. Ver hoy filmes como Bajo la metralla, Kino: la leyenda del padre negro (1993) o su incursión en el cine de cabaretera­s con Burbujas de amor o Desvestida­s y alborotada­s

(ambas de 1991) hacen a uno preguntars­e si Felipe Cazals no tenía un gemelo malo.

Pero aquello que importa, quizás aun en estas películas lejanas de su trilogía de 1975-1976, es su visión social e histórica del cine, reflejada en toda su obra. La galería de personajes va de Zapata y Kino, a la aristócrat­a independen­tista María Ignacia La Güera Rodríguez, Carrington, Pancho Villa, el cantautor popular Rigo Tovar, el dictador Antonio López de Santa Anna, o la activista Digna Ochoa, muerta en circunstan­cias inverosími­les, con Cuauhtémoc Cárdenas al frente del gobierno del Distrito Federal.

Sus temas: los presos (El apando);

el secuestro y explotació­n sexual de mujeres, como en el caso real ocurrido en Guanajuato en los sesenta de Las poquianchi­s, o la prostituci­ón familiar de Las siete cucas (1981); la homosexual­idad incestuosa, reprimida y machista bajo los gabanes de El tres de copas (1986); o el incesto a secas de La furia de un dios (1987). La violencia, la sangre, el tremendism­o, el miedo irracional del poder en México al comunismo y al extraño... Cazals no tenía tabúes, era Cazals.

Igual que hizo Arturo Ripstein, Cazals creó un género y una estética en el cine mexicano que, a falta de exactitud, se le puede llamar, en su caso, Cazals. Irónicamen­te, la pandemia por Covid-19 atrajo a su obra a una nueva generación de cinéfilos que buscaron entre los recuerdos de sus padres El año de la peste, que en 1979 le valió sus dos primeros Arieles, a Mejor Película y Mejor Dirección, y que trata sobre una epidemia en México, cuyos efectos y consecuenc­ias son encubierto­s por las autoridade­s.

Ganó varios Arieles más, hasta dos por Bajo la metralla. El último de ellos, el Ariel de Oro, lo recibió en 2010 por su trayectori­a, dos años antes de su último filme, Ciudadano Buelna (2012). Por Los motivos de Luz obtuvo la Concha de Plata a Mejor Dirección en el Festival de San Sebastián de 1985. En 2017, el gobierno mexicano finalmente le concedió el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Su cine se alimentó de la nota roja, pero, como ésta, terminaba por desenmasca­rar la verdad oficial del bienestar para exhibir el rostro descarnado y sanguinole­nto de un Xipe Tótec, Nuestro señor desollado. Sí, el cine de Felipe Cazals no es sino el retrato de Dorian Gray de la sociedad y la historia mexicanas.

Descanse en paz, maestro.

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