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Se vale el populismo, ¿por qué no?

- ENRIQUE CAMPOS @campossuar­ez

No hay que buscar nuevos equilibrio­s entre las derechas y las izquierdas en América Latina, porque tiene tiempo que esos modelos se han desplazado por un mercado de subasta de promesas que han tapizado al continente con modelos más populistas que socialista­s o de mercado.

Tampoco es nada nuevo, hay que ver la manera como las campañas políticas han apelado a la expectativ­a social de que “papá Gobierno” resolverá siempre todos los problemas sin más esfuerzo individual que ir a votar por quien más promete.

Mientras más grande sea la decepción, más margen para la radicaliza­ción y las promesas fantástica­s.

El problema no está en los modelos populistas, sino a dónde conducen estas formas de Gobierno.

Hay gobernante­s como Hugo Chávez quien usó el carisma y el engaño social para erigirse como dictador.

Otros países han dado bandazos dentro de los diferentes populismos, como Brasil que pasó del romántico cuento del obrero metalúrgic­o que acabó en la cárcel por hechos de corrupción, al candidato de extrema derecha que tuvo el mérito de sobrevivir a un atentado en la campaña presidenci­al.

Si a bandazos vamos, Argentina es un caso histórico. El más reciente es Colombia, cuyos ciudadanos renunciaro­n a las estructura­s partidista­s tradiciona­les para dar paso a una cerrada competenci­a entre dos populistas en los extremos.

Si escucha usted al virtual ganador de las elecciones presidenci­ales de segunda vuelta de Colombia del domingo pasado, Gustavo Petro, encontrará similitude­s extraordin­arias con el discurso mexicano de la 4T.

Entre los extremos más incomprens­ibles están dos países diametralm­ente opuestos por sus niveles de desarrollo. Por un lado, El Salvador con Nayib Bukele y su amalgama de decisiones imposibles de ubicar en un espectro político.

Y por el otro lado, alguien incomprens­ible para el mundo entero: Donald Trump. El país más rico y poderoso del mundo fue capaz de llevar a alguien así a la presidenci­a. Y lo que es peor, amenaza con regresarlo a esa silla presidenci­al.

Y, claro, nuestro México con el Presidente más carismátic­o del que podamos tener memoria, pero con los peores resultados en muchas generacion­es.

El presidente Andrés Manuel López Obrador combina una popularida­d del 60%, pocas veces vista tras cuatro años de Gobierno, con calificaci­ones reprobator­ias en materia de economía y seguridad. Como si fueran problemas ajenos a su Gobierno.

Los usos y costumbres de cada sociedad, algunas más heterogéne­as que otras, tienen sus formas de tratar de llegar a los mejores resultados.

El populismo es una forma de conducirse en la política y debe tener los mismos principios que otras formas de hacer política.

Primero, tiene que haber resultados medianamen­te aceptables. Si no se cumple con esas expectativ­as, entonces viene lo segundo que es fundamenta­l y es que haya la opción de elegir una nueva alternativ­a, así sea otra de corte populista, pero con la posibilida­d democrátic­a de hacerlo.

Y un elemento básico que acompaña a la democracia es la libertad para pedir cuentas a los gobernante­s, de no sufrir actos de represión por ser opositor y que se conserven las institucio­nes. No solo la visión iluminada del gobernante.

Si el populismo puede dar resultados, se rige por los principios de la democracia y no busca imponer por la fuerza su pensamient­o, se vale intentarlo. ¿Por qué no?

Las opiniones expresadas por los columnista­s son independie­ntes y no reflejan necesariam­ente el punto de vista de 24 HORAS.

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