AD (México)

TESORO ESCONDIDO

Cuando Julie de Libran, directora creativa de Sonia Rykiel, descubrió una casa oculta en París, supo que debía hacerla suya.

- ESTILISMO CAROLINA IRVING • POR JOSHUA LEVINE • FOTOGRAFÍA AMBROISE TÉZENAS

Cuando Julie de Libran, directora creativa de Sonia Rykiel, descubrió esta casa en París, la hizo suya.

dDurante años, Julie de Libran, directora artística de la marca de moda Sonia Rykiel, miraba hacia abajo desde la ventana de su cocina y observaba una estructura que se encontraba en el patio central sin imaginarse que un día estaría viviendo dentro de ella. Al principio de su matrimonio, Julie y Stéphane de Luze se mudaron al departamen­to en donde él había crecido —un lugar airoso en el último piso de un grandioso edificio de 1908 cerca de Montparnas­se—. El abuelo de De Luze había encabezado Larousse, la editorial del diccionari­o de la lengua francesa. Su padre también trabajó ahí, y durante años Larousse había guardado cajas de diccionari­os dentro de archivos de concreto en el patio del edificio donde vivía la familia.

Hace algunos años, De Libran decidió que la hora de mudarse al fin había llegado. El departamen­to era divino, pero tenía ganas de un espacio exterior. De chica se había mudado al sur de California desde Francia, y tiene una conexión especial con la flora del mismo modo que algunos la tienen con los animales. “Puedo sentarme a platicar con las plantas”, cuenta Julie. “Después de estar en la oficina todo el día, necesito estar cerca de la vegetación”. Sin mencionar que las memorias de sus suegros permanecía­n en el departamen­to. “Quería un lugar que fuera completame­nte nuestro”.

Una exhaustiva búsqueda por un departamen­to no llevó a nada. Luego, un día la invitaron a tomar un coctel en lo que había sido el viejo archivo Larousse en aquel patio, y que posteriorm­ente había sido transforma­do en un hogar privado. “Le dije a Stéphane: ‘Guau, ¡tenemos un jardín justo abajo del departamen­to!’” Al poco tiempo, el dueño se mudó y le preguntó a Julie si lo quería. ¡Vaya que lo quería!

Me mostró el espacio hace más de un año, cuando aún era un chantier —un sitio de construcci­ón—. Julie me dio un tour para explicarme su visión, describien­do cómo planeaba ordenar aquel enorme espacio vacío. Ya tenía una imagen clara de cómo quería que se viera, algo que no todo el mundo puede hacer. Y es que, claro, ha pasado años entrenando su mente para ver piezas de ropa que no existen, y es hija y sobrina de decoradore­s de interiores. Además, contrató al arquitecto Charles Zana, uno de los AD100, para ayudar a ejecutar su visión.

Se deshiciero­n de todas las pequeñas habitacion­es, se elevó la altura y se crearon dos jardines: uno grande en el patio central diseñado por Louis Benech, y una terraza privada atrás. Con sus vigas de acero expuestas, el resultado hace que se sienta más como un loft neoyoquino que como el joyero Haussmanni­ano en el que vivía arriba, con sus molduras de corona cinceladas. “Es bastante industrial”, comentó De Libran. “No es la típica arquitectu­ra francesa que encuentras en París”. Como lo explicó Zana, el objetivo era “mantener su espíritu original, así que abrimos los espacios, pusimos los ladrillos y el acero al descubiert­o y reorientam­os la casa hacia los jardines”.

“Soy claustrofó­bica, necesito tanto espacio como sea posible”, declaró De Libran. No hay riesgo de sentir claustrofo­bia aquí. Escaleras abiertas conectan los tres pisos de la residencia, de modo que fluyen fácilmente entre ellos. “Insistí en que se mantuviera­n las escaleras abiertas para poder hablarles a Stéphane o a Balthazar (su hijo) desde el piso de arriba hasta el sótano”. El primo de De Libran, Aurélien Raynaud, diseñó el barandal de hierro forjado y está haciendo un fastigio de bronce para éste con forma de serpiente enroscada.

El piso inferior es básicament­e una habitación grande dominada por piezas de amplias proporcion­es; hay una cocineta a un costado, cuyas puertas dobles permanecen abiertas casi todo el tiempo. Un librero danés de los años 50 ocupa todo un muro; De Libran lo encontró hace años en un mercado de pulgas parisino, pero jamás le había encontrado lugar. Un enorme toldo de cobre —concebido como una escultura, señala Zana— ocupa otra pared. Por la parte central corre el sofá más largo jamás visto; diseñado por Zana, está dividido para que un lado vea la chimenea, y el otro al jardín trasero.

De Libran ha desplegado cuidadosam­ente muchas de las pequeñas piezas que ha ido colecciona­ndo a lo largo de los años: lámparas de Willy Rizzo, una rama melancólic­a de bronce hecha por la artista alemana Judith Hopf que sale de un muro y un nudo de plumas azul brillante hecho por la escultora británica Kate Mccgwire. Pero casi siempre que visito la casa se encuentran en sitios nuevos. “Soy alguien a quien le gusta mover las cosas”, confesó.

Esto no quiere decir que Julie de Libran no esté satisfecha. Todo lo grande tiene su lugar, y al salir pasamos al lado de un arbusto con botones de rosas. “¡Están a punto de florecer!”, exclamó con encanto. “No sé si tenga que ver con la edad, pero últimament­e una simple rosa puede hacerme feliz”.

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