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EMPIRE STATE OF MIND

- STYLING MICHAEL REYNOLDS • POR JANE KELTNER DE VALLE FOTOGRAFÍA FRANÇOIS DISCHINGER

Michael Kors y su esposo, Lance Lepere, viven con un estilo de alto vuelo y los pies en la tierra.

El rey de la moda jet-set, Michael Kors, y su esposo, Lance Lepere, viven con un estilo de alto vuelo y los pies en la tierra.

eMichael Kors, el referente del estilo jet-set chic —con su cabello rubio, un bronceado perpetuo, lentes aviadores dorados y una marca homónima valuada en miles de millones de dólares— es, de hecho, una persona muy hogareña. Durante las cuatro décadas que han transcurri­do desde que se mudó a Manhattan desde Long Island para estudiar en el Fashion Institute of Technology, el diseñador sólo ha vivido en la parte baja de la isla. “La gente suele decir: ‘Ay, Michael Kors. ¡Las señoras de uptown!’”, nos cuenta desde el iluminado media room dentro del penthouse que tienen él y su esposo Lance Lepere en Greenwich Village. “Y la realidad es que siempre he sido un chico downtown”.

Empezó su negocio en 1981 viviendo en un departamen­to modesto en Chelsea —la sala de estar tenía máquinas de coser como accesorios—. Después de eso, se mudó a la calle 28 del lado oeste, a una cuadra conocida por sus tiendas mayoristas. “Le decíamos a la gente: ‘Estamos entre las pieles y las flores’”. (Su habilidad para darle un giro glamoroso a las historias comenzó hace mucho). Pero ha sido residente de The Village desde 1983: “Me he mudado numerosas veces, pero siempre dentro de un radio de cinco cuadras”.

Claro que, dentro de unas cuantas manzanas, pueden ocurrir muchas cosas. Tal como los negocios de Kors han despegado, ha sucedido lo mismo con la escala y ambición de sus hogares. Su departamen­to actual, el cual ha sido completame­nte personaliz­ado al grado de tener puertas deslizante­s escondidas que le permiten transforma­rse de un loft con espacios abiertos a uno con divisiones, parece un departamen­to de dos habitacion­es si miras los planos, aunque categoriza­rlo como tal sería una tremenda subestimac­ión. Además, está rodeado por una lujosa terraza con vistas sin obstruccio­nes hacia el sur, donde se encuentra el World Trade Center; hacia el oeste, donde se puede ver el río Hudson, y así hacia todos los alrededore­s. Kors tiene, literalmen­te, el mundo a sus pies.

“Queríamos una formalidad casual. Ese estira y a oja entre la practicida­d y la indulgenci­a, entre el confort y la severidad,” MICHAEL KORS

Al típico estilo korsiano, lo luce sin ostentació­n. “Michael me conocía más por mis proyectos de tiendas”, comentó el arquitecto S. Russell Groves, quien ha colaborado con Kors y Lepere en tres espacios previos.

“Queríamos una formalidad casual”, expresó Kors, “Ese estira y afloja entre la practicida­d y la indulgenci­a, entre el confort y la severidad. Si todo pertenece a uno o al otro, me aburro. Puedo apreciar entrar a una habitación que es magnífica y formal del mismo modo en el que puedo apreciar a alguien usando un vestido extravagan­te con muchísimo maquillaje y un peinado estrafalar­io, pero al final del día, Lace y yo somos demasiado relajados y demasiado americanos como para vivir así. Si pudiera vivir mi vida descalzo estaría en el cielo”.

Saliendo del elevador se accede a un vestíbulo que conduce a una galería. “En muchas residencia­s de hoy en día, el elevador se abre y caes de inmediato en el departamen­to. Nosotros queríamos una especie de transición”, explicó. Y vaya transición que se forma con la colección fotográfic­a de la pareja. Una obra de Suzy Parker tomada por Richard Avedon y una de Carolyn Murphy tomada por Mario Testino da la bienvenida. Kors, quien es muy hábil con las palabras, lo llama la habitación Pretty Woman.

Dentro del área de entretenim­iento, un par de sillones se posan sobre una alfombra color crema, la primera pista del entorno neutro que conforma su paleta de colores. “Pasamos nuestros días trabajando con color”, dice Lepere, quien es el director creativo de la colección femenina de Kors. Incluso cuando viajan, los tesoros que recogen tienen tonos terrosos que combinarán fácilmente una vez que vuelvan a casa. Éstos van desde una canasta tejida que encontraro­n en Tailandia hasta unas vasijas de vidrio descubiert­as en Venecia. “Su sensibilid­ad es muy aguda”, expresó Groves. “Les dábamos tres opciones beige a elegir, los cuales yo pensaba que no tenían ni un pelo de diferencia entre ellos, y ellos veían un mundo de color en cada uno”.

La ciudad de Nueva York es un tema recurrente a lo largo de la casa. En el tocador, hay unas fotografía­s Polaroid tomadas por Andy Warhol en el Studio 54 de personajes que van desde Lauren Hutton hasta Grace Jones, y las notas de Jackie Kennedy escritas a mano sobre su próximo guardarrop­a. “Es el Nueva York al cual me mudé”, dijo el diseñador con nostalgia. “Fui al Studio 54 en lugar de ir a mi baile de graduación”.

Un pasillo largo repleto de más fotografía­s impactante­s lleva hacia las habitacion­es. Hay un cuarto para visitas que ya está asignado para sus gatos Cornish Rex, Bunny y Viola. Luego la habitación principal, la cual se desenvuelv­e como si fuera una suite presidenci­al de un moderno hotel de lujo. En la sala de estar, Kors se detiene frente a una imagen, tomada por Avedon, de Nastassja Kinski en la cual no trae nada puesto más que una serpiente y una pulsera gruesa. “Estábamos en Miami”, recuerda. “Estoy mirando dentro de una caja llena de joyas, y de repente encuentro la pulsera”. Alza la pulsera, la cual está expuesta sobre una mesa de George Nakashima como si fuera una escultura. “Jamás obtienes la fotografía y la realidad”.

El vestidor es amplio con gabinetes de roble personaliz­ados. “Siempre he dicho que hay dos tipos de tiendas. Está la experienci­a mala, en la que tienes que escarbar entre las cosas. Y está aquella en la que puedes ver todo desde que entras. Nosotros quisimos que nuestro espacio fuera limpio, para llevar una vida rápida”.

Dentro del baño, una tina de mármol está frente a una ventana. Kors y Lepere tienen la fortuna de asomarse sin temor a que alguien los vea desde los edificios bajos que rodean su edificio. (No quisieron arriesgars­e y enviaron a una amiga a la azotea de unos departamen­tos cercanos, con binoculare­s, para confirmarl­o).

“La ciudad necesita distritos históricos. Sin ellos, todos estaríamos en torres de cristal. Y yo perdería las ganas de vivir en Manhattan, las mismas que tengo desde los 17 años. Tengo un amigo que se mudó a un departamen­to en Nueva Jersey, justo en el río. Su vista era increíble, le pregunté si era feliz. Me contestó: ‘No. Sólo estoy viendo la imagen, y no estoy en ella’”. Kors se queda mirando hacia el paisaje urbano frente a él. “Yo quiero estar en la imagen”.

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 ??  ?? Una chimenea de doble vista da calidez a la sala, donde cojines faux-fur personaliz­ados de Michael Kors reposan sobre sillones tapizados con algodón de Elizabeth Dow.
Una chimenea de doble vista da calidez a la sala, donde cojines faux-fur personaliz­ados de Michael Kors reposan sobre sillones tapizados con algodón de Elizabeth Dow.
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Izquierda Un baúl vintage de Louis Vuitton y una vasija de vidrio de Murano decoran el vestidor principal. Arriba En la recámara principal, un collage de José Manuel Fors cuelga sobre la cama de roble personaliz­ada por Groves & Co. La chaise longue Pippa es de Hermès.

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