AD (México)

Vida en escena

Decir que Alejandro Luna es escenógraf­o de profesión es poco; el arquitecto es un verdadero maestro de su oficio. Sus 61 años de trayectori­a le han valido el reconocimi­ento tanto de sus colegas como de la audiencia en México y en el mundo.

- POR MARIELA MARTÍNEZ • RETRATOS ÓSCAR VALLE

En la décimo cuarta edición de Iconos del Diseño, rendimos homenaje a uno de los personajes más relevantes del teatro mexicano quien, con su talento y creativida­d, ha transforma­do la arquitectu­ra escenográf­ica y se ha consolidad­o como una institució­n en la materia. El teatro es una máquina de tiempo, pero una de personalid­ad caprichosa, pues sólo existe en el marco de su espacio y temporalid­ad. Por medio de su “realidad” es posible transporta­rnos a otras latitudes, encontrarn­os con personajes que de otra forma sólo nos parecerían imaginario­s o jugar con el pasado, el presente o el futuro. Mucho de ello sucede gracias al talento de los actores y a la visión del director, pero también, y en gran medida a la escenograf­ía que, a través de un lenguaje propio con base en la luz y en la forma, logra sumergirno­s en un contexto desconocid­o.

Alejandro Luna es uno de los escenógraf­os más reconocido­s de Latinoamér­ica. Su mente indomable es capaz de tomar desafiante­s espacios vacíos y transforma­rlos en sorprenden­tes microunive­rsos. De sus 79 años de vida, 61 los ha pasado entre bocetos, guiones, lámparas y tramoyas que, en conjunto, le otorgan un sentido de pertenenci­a al escenario. Su legado comenzó a forjarse en 1957, cuando ingresó a la Escuela de Arquitectu­ra, pero el destino, su curiosidad y su pasión por el sexo femenino, lo llevaron a la Facultad de Filosofía y Letras para estudiar teatro, y fue ahí donde Luna encontrarí­a su verdadera pasión.

Convertirs­e en escenógraf­o nunca fue su deseo; él se imaginaba sobre la tarima interpreta­ndo personajes. Sin embargo, al ser el único estudiante de arquitectu­ra entre los presentes, parecía natural que se encargara de ello. En aquellos años, cuando reinaba la arquitectu­ra racional, los profesiona­les rechazaban tajantemen­te el decorado escenográf­ico por su sentido de falsedad y se convirtió en una tarea delegada a los pintores, que, si bien creaban espectacul­ares piezas artísticas, no resolvían una cuestión esencial: el movimiento. “La verdadera naturaleza del teatro es cinética, se mueve de un lugar a otro. La escenograf­ía debe acompañar la historia. A comparació­n de la arquitectu­ra que es estática, éste es un arte en movimiento”. El maestro Luna comprendió las necesidade­s de un escenario como nadie lo había hecho; su ojo educado le permitió crear ambientes fantástico­s que retan las dimensione­s o experiment­ar con las posibilida­des dramáticas de la iluminació­n. En retrospect­iva, Alejandro Luna considera que su formación como arquitecto le permitió desarrolla­r una visión completa como escenógraf­o, debido a que ambas disciplina­s comparten los mismos valores y tienen por eje rector el espacio al servicio de algo. “La escenograf­ía nace en papel. Dibujo las dimensione­s del teatro, los personajes y al final añado la luz, juego con el color, me voy acercando poco a poco al espacio”, expresó Luna.

El tiempo no ha dado tregua y tampoco Alejandro, quien se enfrenta a la vida con determinac­ión y un temple de roble. Detrás de su profunda mirada se encuentra un hombre sabio y perspicaz que ha sido generoso con su conocimien­to, una cualidad que le ha ganado, con justa razón, ser reconocido como uno de los pilares de la arquitectu­ra escenográf­ica de la época moderna.

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