VIDA SALVAJE
En la selva brasileña, el rocker Lenny Kravitz transforma una plantación de café en su hogar.
Lenny Kravitz sabe un par de cosas sobre la seducción. Siendo un músico ganador del Grammy —y como diseñador—, ha labrado una extraordinaria idiosincrásica visión que mezcla géneros, periodos, estilos e influencias paradójicas. A sus 54 años, la estrella de rock sigue siendo uno de los tipos más
cool del mundo, superando constantemente las expectativas y forjando nuevos caminos para la expresión artística.
Desde que fundó Kravitz Design hace 16 años, ha vestido espacios públicos y suites para hoteles en Miami, Las Vegas, y Toronto, y ha desarrollado productos que van desde mobiliario y herrería hasta papel tapiz y baldosas de cerámica de estética osada. Incluso, diseñó una cámara para Leica, y un reloj para Rolex. Y, actualmente, está a cargo de concebir los interiores de 75 Kenmare, un edificio nuevo de departamentos en el barrio de Nolita, en Nueva York. Sin embargo, uno de sus proyectos más fascinantes ha sido la continua reinterpretación de una plantación brasileña de café a las afueras de Río de Janeiro, que data del siglo XVIII.
El idilio brasileño de Kravitz comenzó hace aproximadamente una década, mientras se encontraba de gira. “Estaba viajando por todo el país, y cada vez me atraía más la gente, la cultura, la música, y la tierra también. Hay algo increíblemente poderoso y majestuoso sobre este lugar”, recuerda. Al final de su tour, a menos de 24 horas de que él y su banda
tuvieran que volar a Miami, Kravitz recibió la llamada de un amigo, invitándolo a visitar una propiedad en el campo. “Ya estaban todos listos para volver a casa, pero algo me dijo: ‘ten una aventura’. Así que llegamos ahí de noche, y a la mañana siguiente me desperté dentro del paisaje más exuberante y bello que puedas imaginar. Estábamos dentro de un valle, rodeado por montañas, con cascadas, vacas, caballos, monos, árboles frutales y campos con vegetales: una panoplia de la naturaleza”, añadió Lenny.
La breve excursión dentro del edén cobró vida por sí sola. Un día se convirtió en una semana, y después la semana fue un mes. “Terminé quedándome durante seis meses. Fue extraordinario. Dejé mi vida atrás, aprendí a montar a caballo con los vaqueros, aprendí sobre agricultura, y me reconecté con la naturaleza”, relató. “Jamás me había sentido con tanta calma, paz, y tan cercano a Dios. Fue una época mágica. Pensé: ya no quiero el trabajo y el bullicio; seré granjero”.
La realidad, claro, tiene una forma peculiar de entrometerse en los sueños, y Kravitz eventualmente volvió a la vida de crear música y estar de gira. Pero Brasil seguía en su sangre, así que dos años después atendió su llamado nuevamente. Esta vez, compró el terreno de más de 400 hectáreas que lo había cautivado, y estaba determinado a mantener las operaciones de la granja y, al mismo tiempo, a crear un retiro personal para la familia, los amigos y sus colaboradores, donde el arte y la naturaleza pudieran existir en perfecta armonía. Kravitz lo describe como un “lugar donde desconectarse, darle un reinicio a la vida, y tomarse el tiempo para estar en silencio y poderse escuchar uno mismo”.
La propiedad abarca un verdadero pueblo de casas y covachas estilo portugués colonial del siglo XIX, algunas de las cuales Kravitz convirtió en moradas para invitados, un gimnasio, una alberca y un estudio de grabación. Comenzó sus renovaciones simplemente iluminando las estructuras existentes. “Los interiores eran muy viejos y coloniales, el papel tapiz de las paredes combinaba con la tapicería del mobiliario, y había muchos muebles de madera pesada. Mi primer impulso fue limpiarlo todo, quitar el tapiz, descartar los armarios viejos y reemplazar la plomería y el sistema eléctrico”, explicó.
Durante los siguientes años, Kravitz visitó la propiedad frecuentemente para supervisar la renovación y, cuando estaba ocupado con su gira, colaboraba con los trabajadores a través de Facetime. También comenzó a enviar muebles y arte para que habitaran las recién restauradas habitaciones. “Sólo envié contenedores con cosas que me gustan. Algunas piezas funcionaron perfectamente, otras no. El proceso fue muy improvisado, como hacer música. Debes tocar lo que sientes. A veces se trata de lo que no tocas”, afirmó.
Mobiliario por maestros brasileños de la talla de Oscar Niemeyer, Sergio Rodrigues, y Jorge Zalszupin, junto con baldosas brasileñas clásicas y otras florituras locales, rinden homenaje al lugar. Con un estilo característicamente exuberante, Kravitz añadió una variedad de muebles modernistas —incluyendo piezas de Warren Platner y Eero Saarinen—, así como otras a la medida, de su firma de diseño homónima, y glamurosos acentos como adornos de pared vintage de Paco Rabanne, y un gran piano Kawai de acrílico transparente. “El paso acá es lento, así que tuve la oportunidad de vivir ‘con todo’ y ver cómo interactuaba con ello. Hubo mucha prueba y error en la decoración”, agregó.
Kravitz también invitó amigos artistas a visitar y hacer sus propias contribuciones; destacan varios murales de follajes que adornan las paredes. El músico dejó su huella naturalmente, “una noche estaba viendo un muro y sentí que necesitaba algo; así que comencé a pintar enormes triángulos. ¡Me gustan los triángulos!”, compartió Lenny.
El resultado final de sus labores es una vibra que pendula felizmente entre lo terrestre y orgánico y lo loco-sexy-cool. Para Lenny Kravitz, la renovación no se trata de mantener una estética novedosa sino de preservar la energía espiritual de su remoto oasis: “Esta granja, esta tierra, tienen una fuerza vital propia. Eso no puedes fingirlo con diseño”. •