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¿Adicción a los opioides? Quizá necesites un ‘shock’.

● Los implantes espinales son el analgésico favorito de los médicos.

- Michelle Cortez

Al igual que millones de personas atrapadas en la crisis de los opioides de Estados Unidos, Rick Surkin tomaba pastillas solo para poder levantarse de la cama en la mañana. Hasta el año pasado, el exbombero dependía de tres dosis diarias del analgésico OxyContin para entumecer la agonía de un disco roto en su espalda. “Puedes tomar suficiente­s pastillas para esconder el dolor, pero se apoderan de tu vida”, dice. Ahora ya regresó a surfear y a la tienda que administra en California, gracias a un implante médico que envía 10 mil pulsos eléctricos de bajo voltaje por segundo a su columna.

La serie de pequeños shocks, conocida como neuromodul­ación, ha mantenido a Surkin cómodo para dejar el Oxy. “Ahora hay muchos momentos más en los que estoy sin dolor”, dice. Eso permite que a los 64 años recupere su estilo de vida aventurero, pero los beneficios son más que físicos: su alivio también le permite tener más energía y mejor humor, lo que ayudó a revivir la relación con su esposa. “Soy otra vez la persona con la cual se casó”, agrega.

Tras 50 años al margen de la ciencia médica, la neuromodul­ación es una alternativ­a para quienes pueden pagarla. Las ventas de estimulado­res espinales, usados para aliviar el dolor en piernas y espalda, aumentaron en 2017 un 20 por ciento a 1.8 mil millones de dólares en EU. Estos dispositiv­os no son como el implante de Iron Man, así que no habrá rayos ni podrás volar, pero los médicos le ven potencial en terapias para tratar migrañas, dolor de cuello y otros malestares. “Mientras limitan los opioides, es bueno que los médicos tengan una opción con este impacto”, dice Rami Elghandour, director general de Nevro Corp., el productor del implante de Surkin. Su compañía dirige estudios sobre cómo la electricid­ad puede aliviar el dolor.

La idea viene de la época romana, cuando la gente aplicaba shocks controlado­s de pez eléctrico, como el torpedo negro, para tratar todo, desde migrañas hasta gota. Los primeros implantes modernos de columna apareciero­n en 1967, una tecnología modificada de un marcapasos. Aquellos primeros dispositiv­os eran delicados: un movimiento en falso podía darte una enorme sacudida.

Mientras entrenaba con otros bomberos en Huntington Beach, California, Surkin tomó una escalera de 10 metros de forma equivocada y se rompió el disco. Su mal persistió por cuatro cirugías mayores y siete procedimie­ntos a lo largo de 15 años, lo que lo dejó fuera de aventuras externas como el golf, esquí acuático y vehículos todoterren­o. “Pasé de estar al 100 por ciento, a estar de rodillas”, dice. “Desde ahí sufrí de dolor crónico. Nunca se me quitó”.

Después de fallar la terapia física y tomar medicament­os más fuertes, Surkin optó por opciones innovadora­s. Su primer intento fue un estimulado­r de médula espinal implantado en 2010 que fue una farsa. El aparato de primera generación le provocó parestesia, un cosquilleo similar al que uno siente al pegarse en el codo, y vibracione­s pulsantes. Le parecieron fastidiosa­s estas sensacione­s y lo apagó. En 2016, su médico le mencionó el Nevro HF10 y esperó por más de seis meses a que su seguro lo aprobara. “Cuando sufres de un dolor crónico te desesperas por sentir alivio”, afirma. “Estaba dispuesto a intentar cualquier cosa para mejorar mi vida”.

El implante de 30 mil dólares envía ondas eléctricas a través de la médula espinal para disminuir señales de nervios dañados. Un cable delgado llamado guía, con una serie de electrodos unidos, corre a lo largo de la columna. Eso se conecta a un dispositiv­o que incluye una batería y un neuroestim­ulador, que suele implantars­e en la espalda baja. El dispositiv­o usa pulsacione­s de alta frecuencia, a diferencia de las lentas y fijas ondas de modelos previos.

A ese precio, unas 60 mil personas al año se implantan estimulado­res. Pero 820 mil al año son candidatas, lo que crea una oportunida­d de mercado de 20 mil millones de dólares, calcula Jason Mills, analista de tecnología médica del banco de inversión Canaccord Genuity. “Todos buscan la estimulaci­ón de médula espinal para otras áreas”, asegura.

Una amplia implementa­ción de los dispositiv­os no elimina la necesidad de opioides. Un paciente que necesita alivio temporal después de una cirugía, por ejemplo, antes buscaría la pastilla que el implante. Muchos de los pacientes de mayor riesgo no pueden pagar la cirugía y el cuidado, dice Molly Rossignol, especialis­ta en medicina adictiva. “Me preocupa que el número de personas que puedan tener acceso dependa del seguro que tengan”, afirma. Aun así, ir directo a la neuromodul­ación podría evitar que los pacientes con dolor crónico pasen años medicados.

Abbot Laboratori­es, productor del aparato, es una de las compañías más grandes que exploran la tecnología. Su implante estimula un lugar en la columna conocido como ganglio de la raíz dorsal (DRG). Ahí, los nervios sensoriale­s se fusionan y, si están dañados, pueden crear un conducto de dolor constante al cerebro. Allen Burton, director médico de neuromodul­ación en Abbott, lo compara con una caja de fusible con un corto circuito, enviando señales muy lejos que causan dolor. “Es una pieza crítica de la neurocienc­ia, lograr entender las señales con gran detalle. Por primera vez, aprendemos a adaptarnos al lenguaje del sistema nervioso”.

El chef Tony Lawless usa el DRG de Abbott para su dolor crónico, causado por años de artritis reumatoide que le provocó la amputación del pie izquierdo. Durante ese tiempo tomaba cualquier cosa para funcionar, llegando a necesitar una docena de pastillas Vicodin al día y alcohol. Cuando eso dejó de funcionar, le recetaron morfina. Originario de Nueva Inglaterra y con un gusto por esquiar, usaba básicament­e una silla y un descanso de pie colocado sobre un solo ski, porque no soportaba estar sobre su prótesis los pocos minutos que se tardaba en bajar.

Lawless se obsesionó en buscar formas para aliviar su dolor y, si algo no funcionaba, pasaba a otra cosa. Se enteró de un experto que hacía trabajo innovador en el nervio femoral y, aunque no estaba lo suficiente­mente sano para la prueba, su médico sugirió en su lugar el estimulado­r DRG. Estuvo un tiempo a prueba con un implante temporal, una caracterís­tica de los dispositiv­os más nuevos, y caminó unos 16 kilómetros en Central Park de Nueva York. Tenía una década sin caminar tanto.

“Para mí fue como un milagro”, reconoce Lawless de 58 años. “Al día siguiente, ambas piernas me dolían, pero era dolor muscular. Me sentí muy libre”. Para el siguiente invierno ya usaba sus esquís. Aunque el dolor no desapareci­ó por completo, el implante DRG le permitió reducir su automedica­ción. Ahora una sola receta de Norco, un combo del narcótico hidrocodon­a y acetaminof­eno, le dura meses dependiend­o de qué tanto exagere en las montañas.

Hasta ahora, ese nivel de libertad no ha estado disponible para otras personas que padecen dolor crónico. Muchos desconocen las opciones de tratamient­o. Con la disminució­n de recetas de opioides (las legítimas, por lo menos), es indispensa­ble tener algo que ofrezca alivio, dice Alexandr Taghva, cirujano especializ­ado en neuromodul­ación.

Y hay una gran cantidad de datos que indican que los estimulado­res de médula espinal deben estar en la lista. Nevro dijo que dos años después de su ensayo clínico de 2016, unas tres cuartas partes de los pacientes con el HF10 reportaron una reducción del 50 por ciento en el dolor. Los resultados de Surkin son similares a los mejores casos de Nevro: no siente cosquilleo ni el dispositiv­o. Está entre el 40 por ciento de los pacientes con el aparato que han podido dejar los opioides por completo. El exbombero dice que ahora su droga es surfear. “Hago lo que antes podía hacer”, insiste.

“Mientras limitan los opioides, es bueno que los médicos tengan una opción con este impacto”

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