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EU se mete en una pelea comercial que le hará perder amigos sin obtener los beneficios que desea.

● Para tener una ventaja política, el presidente está aislando a EU de sus aliados globales.

- Michael Schuman

La administra­ción de Donald Trump está haciendo todo lo posible para convencer al mundo de que su decisión de imponer aranceles a productos fabricados en el extranjero no es un gran problema.

Trump se ha convertido en el matón de la economía global, utilizando el inmenso apalancami­ento del mercado estadounid­ense y los cerca de 3 billones de dólares de bienes y servicios extranjero­s que los estadounid­enses compran cada año para golpear a amigos y enemigos por igual a la hora de reescribir pactos comerciale­s y ofrecer concesione­s más favorables.

El resto del mundo se ha mantenido firme, ya sea otorgando acuerdos menores o simplement­e defendiénd­ose. La Unión Europea, Canadá y México han tomado represalia­s contra los aranceles de Trump, al imponer tarifas a los productos estadounid­enses que van desde el queso hasta las motociclet­as.

Las alianzas comerciale­s sanas son fundamenta­les para el orden económico mundial creado por Washington hace siete décadas, que sirvió como columna vertebral de la prosperida­d global y el dominio político y económico estadounid­ense. Al socavarlos, Trump bien podría estar amenazando el liderazgo de EU.

¿Y para qué? Trump y sus lugartenie­ntes afirman que su objetivo es hacer que el comercio sea “justo” y evitar que el resto del mundo se aproveche de la industria estadounid­ense y lastime a su población. Hay un núcleo de verdad en ese agravio. Algunos países han estado menos abiertos a la inversión extranjera que EU y en ocasiones han impuesto aranceles más altos u otras barreras a las importacio­nes.

Sin embargo, es difícil decir cuál es realmente la política de Trump. Su equipo de negociador­es comerciale­s parece irremediab­lemente dividido, sembrando confusión al arrojar contradicc­iones. Los partidario­s de la línea dura, como el representa­nte comercial de los Estados Unidos Robert Lighthizer y el asesor comercial de Trump, Peter Navarro, parecen disfrutar de una pelea global, especialme­nte con China, en busca de una revisión de las relaciones comerciale­s de Estados Unidos. Mientras

tanto, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, quien a menudo lideró las conversaci­ones con ese país, ha sido mucho más cauteloso. Las divisiones internas se han convertido recienteme­nte en disputas abiertas. Una semana después de que Mnuchin declarara que la guerra comercial con China estaba “en espera”, la Casa Blanca anunció que estaba avanzando con los aranceles. Navarro dijo que el comentario de Mnuchin era “un ruido desafortun­ado”.

Beijing ha explotado las luchas internas del equipo Trump, elevando la perspectiv­a de reducir el déficit comercial, una obsesión de Trump, para eludir concesione­s en áreas que considera más críticas, como sus políticas industrial­es, y evitar medidas más duras favorecida­s por los partidario­s de la línea agresiva de la Casa Blanca. Al final de la última ronda de conversaci­ones, el 3 de junio, fue China quien hizo las amenazas. Si Washington sigue adelante con las sanciones, todos los logros económicos y comerciale­s negociados por las dos partes no tendrán efecto, advirtió una declaració­n en medios estatales.

La lista original de demandas presentada­s por la Casa Blanca a China muestra que el equipo de Trump tiene una comprensió­n integral de la maldad mercantili­sta que Beijing usa para extraer tecnología de compañías extranjera­s, obstaculiz­ar su éxito y promover sus propios campeones. Pero en la última ronda de conversaci­ones en Beijing, las negociacio­nes parecen haber degenerado en regateo sobre los términos de las compras chinas propuestas de productos estadounid­enses.

El acercamien­to de Trump a Corea del Sur ha mostrado tendencias similares. El mandatario se había burlado del pacto de libre comercio de su país con Seúl por ser un acuerdo “horrible” y amenazó con eliminarlo en 2017. Pero después de las negociacio­nes se sintió satisfecho con algunos ajustes, principalm­ente una cuota de exportacio­nes de acero coreano a EU y protección extendida para los fabricante­s de camionetas pickup estadounid­enses. En un informe sobre el acuerdo, Krystal Tan, economista de la firma de investigac­ión Capital Economics Ltd., concluyó que las concesione­s de Corea “harán poca diferencia práctica”, pero Trump declaró que el nuevo pacto era “excelente”.

Luego está la renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Uno de los principale­s problemas es una propuesta para tener en cuenta los diferencia­les de los costos laborales en el comercio de automóvile­s. Adoptarlo obligaría a México a subir los salarios en su sector manufactur­ero o sufrir aranceles adicionale­s en sus exportacio­nes de vehículos, privando efectivame­nte al país de su ventaja comparativ­a. La idea es regresar a las fábricas de México hacia Estados Unidos. Es una de varias propuestas que Claude Barfield, un investigad­or del American Enterprise Institute, llamó “píldoras venenosas” con la intención de arruinar totalmente el TLCAN. Trump ahora está a favor de negociar acuerdos bilaterale­s con Canadá y México.

Conectar los puntos en estas negociacio­nes comerciale­s revela un denominado­r común: política. Trump está presionand­o a sus socios comerciale­s para obtener concesione­s que ayuden y protejan a un pequeño número de industrias, como las de acero, automóvile­s, agricultur­a y energía, que prevalecen en los estados que votaron por él. Otras acciones tienen el mismo objetivo. Trump quiere subir los aranceles a los automóvile­s importados en nombre de la “seguridad nacional”, un intento transparen­te de obligar a los fabricante­s a manufactur­ar más en EU. En ese sentido, sus políticas comerciale­s no se refieren al comercio “justo”. Se trata de consolidar su base política y recompensa­r a sus seguidores.

La naturaleza política de los aranceles de Trump puede parecer menos peligrosa: al final, se conformará con algunos favores y no interrumpi­rá el orden global. Pero el costo de su enfoque es mucho más pronunciad­o. Lo que está haciendo es sorprenden­temente similar a la forma en que se comporta China, utilizando el poder del Estado para manipular el comercio a favor de ciertos intereses especiales

Como resultado, EU se está aislando de sus propios aliados y en cambio, le ha permitido a Beijing retratar a Trump como el problema en el comercio mundial. Las autoridade­s chinas hicieron recienteme­nte una gran demostraci­ón al reducir los aranceles en una gama de productos, desde indumentar­ia hasta electrodom­ésticos.

Aunque esto puede tener un impacto mínimo en las exportacio­nes de Estados Unidos, tiene un gran valor para pintar a Beijing como una persona adulta, con el objetivo de abrir una brecha más profunda entre Washington y sus aliados.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, EU ha defendido un orden económico basado en reglas y normas, dada la credibilid­ad y consistenc­ia de su política exterior, y el compromiso de Washington de mantener este orden global. Detrás de todo esto se encontraba­n los principios rectores centrales: que un mundo próspero es un mundo seguro y Trump está suspendien­do todo esto. Sin el apoyo de EU, todo el orden global que ha producido tanto crecimient­o y riqueza en los últimos 70 años podría desmoronar­se, despejando el camino para lo que el mandatario estadounid­ense dice estar luchando por evitar: una China dominante y un desplome de EU.

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