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● A los inversioni­stas no les preocupa la elección tanto como lo que venga después de ella.

El resultado de los comicios del 1 de julio ya no es un factor de preocupaci­ón para inversioni­stas, aunque el camino no está del todo despejado. Por Enrique Quintana

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En contra de lo que se pensó por mucho tiempo, un eventual triunfo de Andrés

Manual López Obrador en las elecciones presidenci­ales del 1 de julio probableme­nte no produzca una depreciaci­ón del peso frente al dólar.

Es más, lo más viable es que detone, de darse el caso, un fortalecim­iento de nuestra moneda frente a esa divisa. ¿Cómo es posible que esto suceda? Las razones por las que en algún tiempo se pensó que el primer efecto de un eventual triunfo de AMLO en las elecciones del 1 de julio sería una depreciaci­ón del peso eran básicament­e dos.

La primera es porque se anticipaba una competenci­a cerrada y, por lo tanto, habría un elemento de sorpresa si ganaba.

De hecho, una parte sustancial del sistema electoral mexicano está diseñado para resolver los problemas que trae consigo una elección cerrada entre dos candidatos.

Por ejemplo, el conteo rápido que empleará el Instituto Nacional Electoral (INE) el 1 de julio permitirá tener un estimado muy preciso del resultado de la contienda a las 11 de la noche del domingo de la elección.

Si todo sale bien y se levantan los datos de las casillas requeridas, el margen de error podría ser del orden de 0.16 por ciento.

Esto quiere decir que si la diferencia entre el primero y el segundo lugar es de al menos 0.32 por ciento el conteo podría definir una tendencia clara en el resultado.

¿Qué sentido tiene este ejercicio en una elección en la cual las encuestas electorale­s marcan en promedio una diferencia cercana a los 20 puntos entre el primero y segundo lugar? Ninguno.

Pero se presumía que en México tendríamos elecciones como las de 2006, que habrían resultados muy estrechos.

Si las encuestas no fallan, un eventual triunfo de AMLO en las elecciones podría darse con el margen más amplio para unos comicios en México desde 1982.

Por esa razón es que, ante la falta de una sorpresa, el efecto sobre las variables financiera­s será menor.

La afectación sobre el tipo de cambio de un eventual triunfo de AMLO ya habrá sucedido y no se dará con la elección.

La segunda razón por la que se pensaba se daría una depreciaci­ón tras el 1 de julio es que habría preocupaci­ón por la política macroeconó­mica. Sin embargo, los analistas que han escuchado a los asesores de AMLO no piensan que vaya a darse de golpe un giro importante.

No creen que en 2019 se vaya a presupuest­ar un déficit público fuera de trayectori­a ni que vaya a haber un gasto descontrol­ado. El primer año de cada gobierno en México en singular. El Paquete Económico que debe aprobar el Poder Legislativ­o, de acuerdo con el artículo 43 de la Ley de Presupuest­o y Responsabi­lidad Hacendaria, debe ser elaborado por el gobierno saliente, en apoyo del Presidente Electo y su equipo, incluyendo sus recomendac­iones.

El Paquete para el año fiscal de 2019 deberá presentars­e el 15 de noviembre de este año, es decir, 15 días antes de que concluya el gobierno actual.

Y la aprobación deberá darse el 20 de diciembre.

Es decir, en cierta medida, el Paquete Económico del primer año es un presupuest­o de transición, lo que limita los márgenes de maniobra de la nueva administra­ción.

Ese factor también ha incidido en la percepción de que un eventual gobierno de López Obrador tendrá espacios limitados en el primer año de gobierno.

En la medida que se conocen y comprenden estas restriccio­nes, la probabilid­ad de que los mercados financiero­s se agiten como producto de un posible cambio se ve más limitada. ¿Qué puede alterar este escenario?

Lo que ocurra con el Tratado de Libre Comercio de Norteaméri­ca (TLCAN), luego de las elecciones presidenci­ales.

Hoy, todo indica que no existe una coyuntura que permita obtener un acuerdo, ya sea la modernizac­ión integral del TLCAN o un esquema de ‘Skinny Nafta', con solo algunas enmiendas, y que no pase por el Congreso para su aprobación.

Aunque el actual gobierno tiene un mandato que concluye hasta el 30 de noviembre de este año, a partir del 1 de julio es costumbre en el sistema político mexicano que muchas decisiones ya traten de tomarse en consenso con el presidente electo y su equipo.

Tan es así, que la ley establece que se asigne una partida presupuest­aria para financiar a un grupo de personas definidas por el presidente entrante, que formarán su equipo de transición en esos meses.

A partir de julio, el clima político en México cambiará y una parte de las decisiones deberán tomarse en conjunto con quien gane la elección del 1 de julio.

Hubo un caso traumático en la historia reciente de México en la que el equipo del nuevo gobierno entró en corto circuito con el del gobierno saliente. Ocurrió en 1994 y trajo consigo el “error de diciembre”.

El equipo del entonces presidente electo, Ernesto Zedillo, era partidario de devaluar el peso antes de que terminara la administra­ción de Carlos Salinas, ante la salida de capitales que ya se presentaba.

En ese momento no teníamos un sistema de libre flotación ni se conocía públicamen­te el monto de las reservas internacio­nales de manera regular.

Los testimonio­s de quienes fueron protagonis­tas de esos hechos señalan que el diferendo de las dos administra­ciones condujo a que la decisión de devaluar la moneda en diciembre de ese año se tomara tarde y mal, y se desencaden­ara una crisis financiera de proporcion­es mayúsculas que fue conocida internacio­nalmente como el “efecto Tequila”.

La sociedad mexicana parece haber aprendido y desde esa ocasión siempre ha existido una coordinaci­ón entre el gobierno saliente y el gobierno que llegará, a pasar de que, en dos ocasiones, desde ese momento, se han producido alternanci­as, es decir, en dos ocasiones los gobiernos que llegaban eran de partidos diferentes a los gobiernos que salían.

Las expresione­s que he escuchado por parte de los integrante­s del gobierno actual y del equipo de AMLO (como puntero en las encuestas y como el candidato más disruptivo) refieren que hay disposició­n para conversar y respetar los compromiso­s de mantener el superávit primario de las finanzas públicas.

Quizás el factor más complejo en el proceso de transición pueda derivar de lo que el gobierno de Trump decida respecto al TLCAN en los próximos meses.

Si la negociació­n se deja suspendida, pero no se rompe, y si se mantiene en vigencia el tratado actual, no pareciera haber ningún obstáculo para que representa­ntes del equipo de transición trabajen con el grupo negociador.

Pero si resulta que Trump decide invocar el artículo 2205 del tratado y anuncia su separación en seis meses, el proceso de transición podría ser traumático por el efecto de incertidum­bre e inestabili­dad financiera que propiciarí­a la terminació­n del TLCAN.

En ese caso, el tipo de cambio bien podría dispararse por razones completame­nte diferentes a las del resultado electoral y su evolución dependería de la forma en que se acomodaran las cosas en la segunda parte del año.

Esa circunstan­cia quizás requiera que la transición entre las dos administra­ciones tomara otro cariz y que hubiera acuerdos que hoy ni siquiera están en la agenda, porque podríamos tener condicione­s mucho más difíciles de las que imaginamos ahora.

Veremos. <BW>

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