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○ Las elecciones presidenci­ales en México no siempre han sido tan peleadas ni democrátic­as. Conseguirl­o costó mucho trabajo.

La votación del 1 de julio será histórica por el número de cargos que están en juego y por ser el resultado de décadas de lucha democrátic­a.

- Por Enrique Quintana

Las elecciones en México no fueron siempre como las que tendrán lugar el 1 de julio. Han cambiado mucho, tanto en su significad­o como en sus consecuenc­ias.

Gonzalo N. Santos, exgobernad­or de San Luis Potosí, fue el prototipo del cacique surgido de la era posrevoluc­ionaria. Publicó un libro con sus memorias, que es rico en anécdotas y que retrata a ese viejo sistema político.

En uno de sus relatos, Santos cuenta que en las elecciones de 1940 fue encargado de atender la casilla en la que habría de votar el entonces presidente de la República, Lázaro Cárdenas.

El candidato del partido oficial, que entonces se denominaba Partido de la Revolución Mexicana (PRM), postulaba al general Manuel Ávila Camacho como candidato presidenci­al. El candidato opositor era Juan Andrew Almazán. Éste último, quien también era general y estuvo bajo las órdenes de Emiliano Zapata, se lanzó como candidato presidenci­al respaldado por diversos partidos más bien ubicados en la derecha.

En ese entonces, quienes controlaba­n las casillas eran quienes llegaban primero, no había funcionari­os designados por la autoridad. Cuando descubrier­on que en la que iba a votar Cárdenas estaba coptada por los almazanist­as, mandaron gente armada a disparar contra ellos y apoderarse de ella. Así lo hicieron con varias casillas.

Tras la violencia que dejó heridos y sangre, llamaron a los bomberos para que lavaran el piso con sus mangueras.

Poco después, llegó el presidente Cárdenas, quien fue recibido por Santos. El presidente le dijo al cacique potosino: “Que lavadito está el piso. Hasta parece que van a tener una fiesta”. A lo que socarronam­ente respondió Santos: “No mi general, la fiesta ya la tuvimos antes”.

Sobra decir que el triunfo de Ávila Camacho fue abrumador: ganó con el 93.9 por ciento de los votos, en lo que fue quizás el primer gran fraude electoral en la era posrevoluc­ionaria.

Aunque surgieron opositores de modo esporádico, los procesos electorale­s controlado­s por el propio gobierno daban como resultado triunfos arrollador­es del partido oficial.

En 1946, Miguel Alemán triunfó con el 77.9 por ciento de los votos, frente al 19.3 por ciento del candidato opositor, Ezequiel Padilla, en las elecciones “más competidas” que se habían dado en la era posrevoluc­ionaria.

En 1952, por primera vez el PRI, que había sucedido al PRM como partido oficial, lanzó un candidato presidenci­al. Se trató de Adolfo Ruiz Cortines. Tuvo tres opositores: un general vinculado a Cárdenas, Miguel Henríquez, quien obtuvo el 15.9 por ciento de los sufragios; Efraín González Luna, del PAN, con un 7.8 por ciento; y Vicente Lombardo Toledano, del Partido Popular, de izquierda, con un 2 por ciento.

En cualquier caso, el primer triunfo de un candidato presidenci­al del PRI fue con el 74.3 por ciento de los votos.

Para 1958, solo hubo dos candidatos. Adolfo López Mateos, del PRI, arrasó al obtener el 90 por ciento de los sufragios, mientras que Luis Álvarez, del PAN, se quedó con 9.4 por ciento.

Los triunfos aplastante­s se convirtier­on en la norma. El de Gustavo Díaz Ordaz, en 1964, fue por un 87.7 por ciento frente a un 11 por ciento del panista José González Torres.

Luis Echeverría también ganó en 1970 con una amplísima ventaja, al acumular 82.9 por ciento de los votos, frente al 13.8 por ciento de Efraín González Morfín, del PAN.

El extremo de este tipo de elección se produjo en 1976, cuando José López Portillo no tuvo contendien­te en la carrera presidenci­al al no haber lanzado candidato el PAN, y ganó con el 91.9 por ciento de los votos, pues sus opositores fueron candidatos no registrado­s.

En 1977, durante el primer año del gobierno de López Portillo, se hizo una reforma política que le dio registro a diversos partidos y que permitió que en las siguientes elecciones se presentara­n siete candidatos presidenci­ales registrado­s.

Cuatro nuevos partidos eran de tendencia izquierdis­ta y uno más de derecha.

Con todo eso, Miguel de la Madrid ganó en 1982 las primeras elecciones de esta nueva etapa con un 71 por ciento de la votación efectiva.

El cambio más significat­ivo hasta entonces en la competenci­a electoral en México se presentó en 1988.

Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del expresiden­te Lázaro Cárdenas y exgobernad­or de Michoacán, se separó del PRI al no estar de acuerdo con la decisión vertical con la que se designó al candidato presidenci­al y logró agrupar tras de sí a un número importante de fuerzas políticas.

Aunque oficialmen­te Cárdenas obtuvo el 31.1 por ciento de los votos, frente a un 50.36 por ciento del priisita Carlos Salinas de Gortari, se produjo una crisis política luego de que el sistema de informació­n electoral dejó de emitir datos, y tras detectarse una multitud de casillas en donde toda la votación era toda para el PRI, con cero votos para la oposición.

Los partidos que postularon a Cárdenas no reconocier­on el triunfo priista.

Pese a la crisis electoral, hubo que esperar hasta 1994, cuando el país enfrentó una crisis política y social tras la rebelión zapatista y el asesinato del entonces candidato presidenci­al del PRI, Luis Donaldo Colosio, para tener una reforma profunda del sistema electoral, la cual se dio con la autonomía del Instituto Federal Electoral (IFE) del gobierno federal.

En las elecciones de ese año se dio una gran respuesta ciudadana, con una tasa de participac­ión del 77 por ciento. El resultado favoreció nuevamente al PRI, pero por primera vez con un porcentaje de la votación inferior a la mitad, pues Ernesto Zedillo ganó con un 48.7 por ciento.

Esa elección preparó el terreno a la alternanci­a.

En las elecciones de 2000, por primera vez en la historia, el PRI perdió la elección presidenci­al. El triunfador fue el candidato del PAN, Vicente Fox, al obtener el 42.5 por ciento de los sufragios frente a un 36.1 de Francisco Labastida.

La alternanci­a no fue el antídoto contra las crisis político-electorale­s.

En las elecciones de 2006 ganó el panista Felipe Calderón, apenas por 0.6 por ciento frente al candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, éste no reconoció los resultados y realizó movilizaci­ones para protestar por un presunto fraude.

Ese hecho motivó a una nueva reforma electoral y cambios en el IFE que posteriorm­ente se convirtió en Instituto Nacional Electoral (INE), con atribucion­es también en elecciones locales.

En 2012, el resultado fue el triunfo del PRI. Tras perder dos elecciones consecutiv­as, el candidato priista Enrique Peña Nieto ganó con el 38.2 por ciento de los votos, en tanto que el segundo lugar fue para López Obrador, con el 31.6 por ciento.

Este breve recorrido muestra que los procesos electorale­s en México han cambiado fuertement­e a lo largo de los años.

Las elecciones, con debates, con encuestas, con spots controlado­s por el INE, y ahora con la concurrenc­ia de numerosos procesos locales, no han ocurrido siempre.

Al margen del resultado que arroje el proceso del 1 de julio, estas elecciones ya son históricas porque están en juego 3 mil 326 cargos de elección popular, algo que jamás había ocurrido y que es resultado de un largo camino que comenzó hace décadas en México.

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