○ En Silicon Valley tienen un plan de escape
Nueva Zelanda sería el refugio de los millonarios de las empresas de tecnología estadounidenses, aunque el gobierno de ese país no esté tan contento con la idea.
Las charlas apocalípticas en las fiestas de Silicon Valley se han traducido en hechos. En los últimos meses, dos búnkeres de supervivencia de 150 toneladas viajaron por tierra y mar desde un almacén de Texas hasta las costas de Nueva Zelanda, donde están enterrados bajo tierra.
Según Gary Lynch, gerente del fabricante de búnkeres y refugios Rising S Co., en los últimos dos años siete empresarios de Silicon Valley han comprado sus búnkeres para ponerlos en tierras neozelandesas. A la primera señal de apocalipsis (una guerra nuclear, un germen asesino, una rebelión contra el uno por ciento más rico) los californianos tomarán un avión privado para refugiarse allá.
"Nueva Zelanda no es enemigo de nadie", dijo Lynch en entrevista desde su oficina en Murchison, Texas, al sureste de Dallas. "No es un objetivo nuclear. No es un blanco de guerra. Es un lugar donde las personas buscan refugio".
La remota nación insular, ubicada en el hemisferio sur a cuatro mil kilómetros de la costa de Australia, tiene menos de 5 millones de habitantes y seis veces más ovejas, además de belleza natural, buena conectividad a internet, políticos de bajo perfil que viajan en bicicleta al trabajo y precios de alquiler mucho más baratos que los del área de la Bahía de San Francisco. Eso lo convierte en un destino cada vez más popular, no solo para aquellos preocupados por una distopía inminente, sino también para los emprendedores tecnológicos que buscan incubadoras para cultivar startups.
"Se ha convertido en uno de los lugares para la gente de tecnología, sobre todo porque no se parece en nada a Silicon Valley", dijo Reggie Luedtke, un ingeniero biomédico de EU que se mudará a Nueva Zelanda para ser parte del programa Sir Edmund Hillary Fellowship, creado para atraer a innovadores tecnológicos.
Luedtke, de 37 años, mencionó que las personas en California le han preguntado si se está mudando como parte de un plan de contingencia apocalíptico, porque "el país es conocido por eso".
Tal notoriedad ha hecho que el aislamiento de Nueva Zelanda, otrora considerado una desventaja económica, sea uno de sus mayores activos. El país permite que los migrantes básicamente se “compren” la residencia a través de visas de inversionista, y los estadounidenses acaudalados ya han invertido una fortuna en el país, a menudo adquiriendo propiedades palaciegas.
El multimillonario gestor de fondos de riesgo, Julian Robertson, posee una cabaña con vistas al lago Wakatipu en Queenstown, un lujoso destino turístico de la Isla Sur. El presidente de Fidelity National Financial Inc., Bill Foley, tiene una finca en la región de Wairarapa, al norte de Wellington, y el director de Titanic, James Cameron, compró una mansión cerca del lago Pounui.
La Visa Investor Plus, que requiere una inversión mínima en tres años de 10 millones de dólares neozelandeses (unos 6 millones 700 mil dólares estadounidenses), atrajo a 17 solicitantes de EU en el año fiscal 2017, después de la elección del presidente Donald Trump.
Anteriormente, esa visa neozelandesa promediaba seis solicitantes por año.
Más de diez estadounidenses de la Costa Oeste han comprado propiedades multimillonarias en la región de Queenstown en los últimos dos años, reveló Mark Harris, director de la oficina local de bienes raíces de Sotheby's.
En agosto, en parte en respuesta a la voracidad de los estadounidenses por el mercado inmobiliario del país, el gobierno de Nueva Zelanda prohibió la venta de viviendas a extranjeros, una medida que entrará en vigor en los próximos meses.
Peter Thiel, el multimillonario cofundador de PayPal, causó gran escándalo cuando se le concedió la ciudadanía después de pasar solo doce días en el país, no faltaron las críticas de que el pasaporte de Nueva Zelanda estaba a la venta. Thiel posee una casa de 13 millones 800 mil dólares y 193 hectáreas en la pequeña ciudad de Wanaka y compró otra propiedad en Queenstown, equipada con una habitación de pánico de alta seguridad.
"Si eres el tipo de persona que dice ‘Voy a tener un plan alternativo cuando llegue el apocalipsis’, entonces elegirías la ubicación más alejada y el entorno más seguro, y eso es Nueva Zelanda si lo buscas en Google", afirmó el primer ministro neozelandés John Key en una entrevista telefónica.
"Es conocida como la última parada en el planeta antes de llegar a la Antártida", añadió. "Mucha gente me ha dicho que le gustaría tener una propiedad en Nueva Zelanda si el mundo se va al infierno".
A los kiwis todo les parece una locura y divertido a la vez, mencionó Key, pero tiene sentido para algunas de las personas más ricas del planeta.
"Vivimos en un mundo donde algunas personas tienen cantidades extraordinarias de riqueza y llega un punto en el que, cuando tienes tanto dinero, destinar una pequeña porción para un plan B no es tan descabellado como suena".
En tres fiestas recientes en Silicon Valley, los invitados conversaron sobre huir a Nueva Zelanda en caso de haber problemas, de acuerdo con asistentes que pidieron no ser identificados, porque los eventos eran privados.
Refirieron que en una de las reuniones, un prominente capitalista de riesgo contó a sus compañeros comensales su plan de fuga: en el garaje de su casa en San Francisco hay una bolsa de pistolas que cuelga del manubrio de una motocicleta. La moto le permitirá moverse por el tráfico de camino a su avión privado, y las armas son para defenderse de los zombis invasores que pueden amenazar su escapada.
Volará a una pista de aterrizaje en Nevada, donde un jet espera en un hangar con el único propósito de llevarlo a él y a cuatro multimillonarios a un lugar seguro. Su destino final es Nueva Zelanda, o Aotearoa, que significa "Tierra de la gran nube blanca" en maorí.
En caso de una pandemia, Sam Altman, presidente de la incubadora de startups de Silicon Valley, Y Combinator, planea escapar a Nueva Zelanda con Thiel, informó el New Yorker en 2016. Ahora, el multimillonario dice que solo bromeaba.
"El mundo está tan interconectado ahora que si algo sucediera, todos estaríamos en el atolladero, por desgracia", afirmó Altman en una entrevista telefónica. "No creo que puedas escapar y tratar de esconderte en un rincón de la Tierra".
Aun así, Altman mencionó que la guerra biológica es la mayor amenaza para la civilización y que las personas no están "tan asustadas como deberían".
Él tiene preparada una mochila con una pistola, antibióticos, baterías, agua, mantas, una tienda de campaña y máscaras de gas.
Las fantasías catastrofistas han calado hondo en la cultura estadounidense.
Pensemos en los estudiantes que practicaban la maniobra de agacharse y cubrirse durante el apogeo de la Guerra Fría. En tanto que los cultos religiosos apocalípticos nunca parecen terminar bien, desde el Templo del Pueblo de Jim Jones en la década de 1970 hasta la secta Heaven’s Gate y los Davidianos en los años noventa. Hace tan solo seis años, muchos estadounidenses creían que el mundo llegaría a su fin debido a una milenaria profecía maya mal entendida.
Lo que es diferente acerca de Silicon Valley es que quienes albergan esos miedos tienen los medios para poner en práctica los planes ya elaborados.
Robert Vicino, fundador de Vivos Project, una empresa dedicada a construir enormes refugios subterráneos, explicó que las élites de Silicon Valley discutieron planes detallados para huir a Nueva Zelanda cuando se reunieron el año pasado durante el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza.
Comentó que prevén "una revolución o un cambio en el que la sociedad se levantará contra el uno por ciento". En otras palabras, contra ellos.
Nueva Zelanda no es la mejor solución, opinó, porque un tsunami causado por un asteroide en el Pacífico podría sumergir el punto más alto de la isla.
Pero Vicino es un hombre de negocios, y la demanda lo obliga a trabajar en un búnker en el extremo norte de la Isla Sur neozelandesa que alojaría a unas 300 personas. El precio asciende a 35 mil dólares por cabeza.
Es una ganga en comparación con el búnker más caro que Rising S ha enviado a Nueva Zelanda, de 8 millones de dólares.
Los dos búnkeres de 93 metros cuadrados enviados este año por la firma tuvieron que dividirse en secciones y cargarse en 19 tractocamiones para comenzar el viaje desde Texas, dijo Lynch.
Uno llegó a Picton, al otro lado del Estrecho de Cook frente a Wellington, para ser transportado a una tranquila ciudad en la costa oeste.
El otro llegó al puerto Waitemata de Auckland y se instaló en algún lugar de Northland, una región escarpada rodeada de playas vírgenes.
Una portavoz del Servicio de Aduanas de Nueva Zelanda se negó a confirmar que los búnkeres habían llegado al país, citando razones de privacidad.
Se necesitan alrededor de dos semanas para excavar la tierra y enterrar un búnker de dimensiones promedio, explicó Lynch. Todo se hace en secreto, por lo que los residentes locales no están al tanto. Una vez instalados, los transeúntes no tienen modo de saber que están allí.
"No queda ninguna pista, ni siquiera una puerta", agregó.
Por tanto, ver a un multimillonario estadounidense vagando por los prados de ovejas consultando un GPS y pateando la tierra solo puede significar una cosa: estamos en Nueva Zelanda.