El presupuesto italiano abrió un nuevo frente peligroso para la Unión Europea.
Los exabruptos del mandatario de EU en contra de quienes toman decisiones de política monetaria en su país ya han ocurrido en el pasado.
Las repetidas críticas de Donald Trump a la política monetaria de la Reserva Federal parecen fuera de lugar, aunque no es el primer presidente que se opone al aumento de tasas. Paul Volcker, de 91 años, ha tenido experiencia de primera mano con esto, tanto en el Departamento del Tesoro durante el mandato de Lyndon Johnson, como en la presidencia de la Fed durante el gobierno de Ronald Reagan, según recuerda en “Keeping at It: The Quest for Sound Money and Good Government”, escrito con la editora de Bloomberg Markets, Christine Harper. A Volcker, quien presidió la Fed de 1979 a 1987, se le atribuye el fin de una era de inflación de dos dígitos al impulsar las tasas a corto plazo hasta en un 20 por ciento. Entrado el otoño de 1965, el secretario del Tesoro, Henry Fowler, se preocupó profundamente por una advertencia que había recibido del presidente de la Fed, William McChesney Martin. La Fed planeaba elevar su tasa de descuento, la que cobra a los bancos por préstamos a corto plazo, con el supuesto efecto de elevar todas las tasas del mercado. El objetivo de Martin era evitar las presiones inflacionarias a medida que aumentaba el gasto de la guerra de Vietnam en una economía ya completamente empleada. Se desarrolló un animado debate interno. El Consejo de Asesores Económicos (CAE) y la Oficina del Presupuesto se alinearon con Fowler para pedir demora. En privado, yo estaba de acuerdo con Martin y esperaba persuadir al secretario para que aceptara un acuerdo: un aumento de un cuarto de punto porcentual en lugar del medio punto planeado.
El desafortunado resultado para mí fue la creación de un comité ad hoc de cuatro personas para examinar el tema. La composición era impar. Aunque era el representante del Tesoro, estaba ansioso por llegar a un acuerdo. Dan Brill, el jefe de investigación de la Reserva Federal, se oponía firmemente a cualquier aumento de tasas a pesar de la opinión de su superior. También lo fueron, en mayor o menor grado, representantes del CAE y la Oficina del Presupuesto (ahora la Oficina de Administración y Presupuesto). Como era de esperar, llegamos a la conclusión de que la decisión podría esperar hasta enero para que se pudiera coordinar con el nuevo presupuesto.
Martin insistió. Una reunión de la Quadriad (1) con el presidente Lyndon Johnson estaba programada para el 6 de octubre. El secretario Fowler me acompañó y él expuso el tema. El presidente retrocedió ante la idea de elevar las tasas de interés. “Lo que propones”, dijo con el brazo extendido y los dedos apretados, “equivaldría a exprimir la sangre del trabajador estadounidense en favor de Wall Street”.
Martin fue inflexible. Desde su punto de vista, la restricción era necesaria y era su responsabilidad. “Bill”, dijo finalmente el presidente, “tengo que sacarme la vesícula biliar mañana. No harás esto mientras estoy en el hospital, ¿o sí?”
“No, señor presidente, esperaremos hasta que salga de ahí”.
Y así se hizo. A principios de diciembre de 1965, poco después de que yo dejara el Tesoro, la Fed actuó y votó para elevar la tasa de descuento a 4.5 por ciento desde el 4 por ciento previo.
Johnson, desde Texas, emitió un comunicado mostrando su decepción con la decisión. Martin fue llamado al rancho presidencial donde recibió una reprimenda verbal y, de acuerdo con algunos reportes, también física. (2)
No conozco la historia completa, pero fue una lección para mí. Con el tiempo, dos cosas quedaron claras. La Reserva Federal tardó en tomar más medidas restrictivas conforme los gastos de Vietnam y la economía se aceleraron.
El presidente rechazó las peticiones privadas de sus asesores económicos para un aumento de impuestos. Supongo que comprendió que una votación fiscal en el Congreso simplemente se convertiría en un referéndum sobre la impopular Guerra de Vietnam, uno que sin duda perdería.
Como se aclara en esta memoria, la Reserva Federal debe tener y siempre tendrá contactos con la administración en el poder. Es imperativa cierta coordinación en los asuntos internacionales dadas las responsabilidades superpuestas en varios niveles respecto a los tipos de cambio y la regulación. El uso generalizado de la autoridad de “emergencia” e “implícita” requiere una consulta, por la única razón de reforzar la efectividad de las acciones. Pero ello debe ocurrir siempre en el contexto de la independencia de la Reserva Federal para establecer la política monetaria del país.
Esa independencia fue cuestionada solo una vez en mi experiencia directa, en el verano de 1984. Fui convocado a una reunión con el presidente Reagan en la Casa Blanca. Curiosamente, no se llevó a cabo en la Oficina Oval, sino en la biblioteca. Cuando llegué, el presidente, sentado allí con el Jefe de Staff, Jim Baker, parecía un poco incómodo. No dijo una palabra. En cambio, Baker lanzó un mensaje: “El presidente le está ordenando que no aumente las tasas de interés antes de la elección”.
Me quedé estupefacto. No solo el presidente estaba sobrepasando claramente su autoridad al dar una orden a la Fed, sino que también era desconcertante porque no estaba planeando una política monetaria más estricta en ese momento. Tras el colapso de Continental Illinois (3), las tasas de interés del mercado subieron y pensé que el Comité Federal de Mercado Abierto podría necesitar calmar las aguas con una política menos restrictiva. ¿Qué decir? ¿Qué hacer?
Salí sin decir una palabra.
Más tarde supuse que la ubicación de la biblioteca había sido elegida porque, a diferencia de la Oficina Oval, probablemente carecía de un sistema de grabación. Si repitiera el incidente a los otros miembros de la Junta de la Reserva Federal o al senador (de Wisconsin) William Proxmire, como había prometido hacer si surgiera tal situación, la historia se habría filtrado inevitablemente, en beneficio de nadie. ¿Cómo podría explicar que me ordenaron no hacer algo que en ese momento no tenía intención de hacer?
Mientras consideraba el incidente más tarde, pensé que no era precisamente el momento adecuado para una breve conferencia sobre la autoridad constitucional del Congreso para supervisar a la Reserva Federal y el aislamiento deliberado de la Fed de la dirección del poder ejecutivo.
El silencio del presidente, su aparente malestar y el lugar de la reunión me hicieron sentir seguro de que la Casa Blanca se mantendría en silencio. Era un asunto que debía mantenerse entre Catherine Mallardi y yo, la fiel asistente de los presidentes de la Reserva Federal. Pero fue un recordatorio sorprendente sobre la presión que la política puede ejercer sobre la Fed a medida que se acercan las elecciones. 1. La Quadriad se estableció durante la presidencia de Kennedy como una agrupación informal pero influyente de los cuatro principales jefes de organismos de economía: Tesoro, Presupuesto, CAE y la Reserva Federal.
2. Según algunas versiones, el encuentro se volvió físico, con el presidente de 1.93 metros empujando al jefe de la Reserva Federal contra un muro. 3. El fracaso de Continental Illinois National Bank & Trust Co. en 1984, el mayor en la historia de EU hasta ese momento, dio origen al término “demasiado grande para quebrar”.