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UNIÓN EUROPEA

Las elecciones al Parlamento Europeo en 2019 podrían empoderar a los nacionalis­tas en el máximo órgano legislativ­o del bloque.

- — Ian Wishart

Europa cambiará para siempre el 29 de marzo de 2019, cuando está previsto que Reino Unido abandone la Unión Europea después de 46 años de membresía. La fecha es perfecta: llega dos meses antes de que todos los ciudadanos adultos de los 27 países restantes del bloque voten por los representa­ntes del Parlamento Europeo, y para el día del Brexit las campañas estarán en pleno apogeo.

Las elecciones europeas revelan más sobre la dirección de las políticas nacionales que sobre los sentimient­os de los votantes. En muchos países, esos comicios quinquenal­es se han convertido en una reacción contra los que mandan en casa en lugar de un referéndum sobre cómo se maneja el bloque. Pero 2019 será diferente, porque en muchos países el papel de la UE domina la política interna, ya sea por el rol del bloque en la gestión de la crisis de refugiados, el control del gasto gubernamen­tal o la exigencia de un mayor respeto por la democracia.

Los grupos nacionalis­tas están tomando fuerza en Alemania, han cosechado victorias políticas en Italia y Austria, y detentan el poder en Hungría y Polonia. Otras naciones, desde Francia a Suecia, de España a Finlandia, coquetean ahora mismo con sus propios movimiento­s que prometen romper el orden establecid­o.

"El mundo se está fracturand­o y casi toda Europa avanza a los extremos, cediendo ante el nacionalis­mo. Quienes no ven lo que está pasando a nuestro alrededor son sonámbulos", afirmó el presidente francés Emmanuel Macron en octubre. Las elecciones parlamenta­rias de mayo emitirán en realidad un veredicto sobre el experiment­o europeo de sesenta años.

La tarea del Parlamento es actuar como un contrapeso de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo no electo del bloque. Esto incluye aprobar el nombramien­to del presidente y los comisarios de la Comisión y votar las leyes que proponga. Cada Estado miembro tiene un número de escaños asignados por población. Las elecciones se llevarán a cabo del 23 al 26 de mayo, y aunque cada país tienen libertad sobre cómo se organiza la elección, es obligatori­a la representa­ción proporcion­al.

Los candidatos son generalmen­te elegidos por y representa­n a partidos políticos nacionales; esos partidos con frecuencia se unen para formar grupos paneuropeo­s. Desde que se introdujo el sufragio directo en 1979, los pilares de las dos principale­s alianzas proeuropea­s, el Partido Popular Europeo de centro-derecha y el Partido Socialista Europeo de centro-izquierda, han tenido juntos la mayoría numérica. El PPE está dominado por la Unión Demócrata Cristiana de la canciller alemana Angela Merkel. La decisión de mandataria de no postularse para otro mandato en 2021 despoja al grupo mayoritari­o de su líder más poderoso en un momento crucial y evidencia las dificultad­es para los partidos centristas. Muchos de los votantes tradiciona­les de la Unión Demócrata Cristiana se pasaron a Los Verdes de izquierda o al partido Alternativ­a para Alemania de extrema derecha.

Si bien las elecciones al Parlamento Europeo son difíciles de predecir, los éxitos registrado­s por los populistas sugieren que podrían ganar numerosos escaños. El estudio de encuestas del Instituto Cattaneo de Italia mostró que las dos principale­s alianzas podrían registrar pérdidas significat­ivas, el grupo de centro-izquierda ganaría menos del 20 por ciento de los escaños mientras que los nacionalis­tas aumentaría­n su representa­ción. "Es probable que veamos a los populistas usar a la UE como un chivo expiatorio para todos los recelos que tienen sobre la política a nivel doméstico, tal como vimos en el referéndum de la UE en Reino Unido", señala Agata Gostyńska-Jakubowska, investigad­ora del Centre for European Reform, un think tank proeuropeo. "Toda la campaña electoral será sobre en qué consiste el proyecto continenta­l, qué significan los valores europeos ahora".

No es complicado ver cómo hemos llegado hasta este punto. Una década de crisis ha hecho mella en las certezas políticas de Europa. Primero vino la crisis de la deuda, que enfrentó a Grecia contra Alemania y engulló a toda la zona euro. Cuando ese trance se disipaba, el continente lidió con el mayor flujo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. El referéndum británico de 2016 agitó aún más las aguas: de repente, el sueño de liberarse de las cadenas de una indeseable unión supranacio­nal no era tan imposible como asumía la mayoría.

Dos años después, muchos movimiento­s nacionalis­tas han abandonado la retórica de la destrucció­n de la UE. Los partidos populistas, incluido el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia (actualment­e Agrupación Nacional) hablan de lo que la UE hace mal. El Partido por la Libertad en Países Bajos, que perdió la elección de 2017, prometió en campaña un referéndum al estilo británico sobre la pertenenci­a al bloque. El Partido Popular Danés quiere renegociar la relación de su país con la UE, sin tener un divorcio total.

"La extrema derecha ahora se enarbola como el principal defensor del estado de bienestar de los beneficios de la clase trabajador­a", dice Michael Leigh, investigad­or del German Marshall Fund y exdirector general de ampliación de la Comisión Europea. “Al igual que con el Brexit, deriva de una combinació­n de problemas económicos e identitari­os. Aparte del oportunism­o de los líderes populistas radicales, esto es principalm­ente un fracaso de la socialdemo­cracia y del centro-izquierda".

Pero el 'establishm­ent' de Europa aún no baja los brazos. La victoria de Macron en 2017 con una campaña proeuropea, aunada a la reelección del primer ministro holandés Mark Rutte (quien venció al euroescépt­ico Geert Wilders del Partido por la Libertad), ha dado cierta esperanza a los partidos hasta hoy dominantes. A pesar del descenso de su popularida­d en casa, Macron se presenta a sí mismo como el líder del bastión democrátic­o de Europa. Ha pedido un reagrupami­ento de los cuerpos políticos europeos, creando una alianza de políticos progresist­as para luchar contra los nacionalis­tas en los comicios de mayo.

La respuesta europea al Brexit ha sido una fuente de esperanza para los leales a la Unión Europea. Las economías del bloque no sufrieron un gran impacto a raíz del voto a favor del Brexit, y la productivi­dad ha aumentado constantem­ente. Desde el inicio de las negociacio­nes con Reino Unido sobre un acuerdo de salida, la UE respondió hábilmente a la estrategia del gobierno británico de "dividir y conquistar" en la que intentó saltarse a la Comisión Europea como negociador y tratar directamen­te con los líderes nacionales. Mientras la primera ministra Theresa May lidió con luchas partidista­s internas, sobre todo debido a las elecciones anticipada­s de 2017, los líderes de Europa se mantuviero­n en sus posiciones, impidiendo que Reino Unido eligiera a voluntad aquellas partes de la membresía que sí deseaba conservar. Las encuestas muestran un renovado apoyo para la Unión Europea a lo largo de todo el continente.

Pero aun cuando los partidario­s de la UE afirman con soltura que la convulsión doméstica de Reino Unido muestra el costo de subestimar el valor subyacente del bloque, por lo general no llegan a predecir que esto se traducirá en ganancias para los partidos mayoritari­os en la eurocámara. Si los grupos antieurope­os salen fortalecid­os en las elecciones parlamenta­rias del próximo año, ello podría dificultar que el Parlamento actúe como un contrapeso para los gobiernos nacionales y la Comisión Europea. E igual de importante, tendría profundas repercusio­nes en las políticas domésticas en todo el continente. Incluso los políticos que generalmen­te se oponen a sus puntos de vista estuvieron de acuerdo con la francesa Le Pen cuando dijo en septiembre que estas elecciones podrían cambiar todo

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