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¿Menos cierres a cambio de más muertos? Esa fue la estrategia sueca frente al Covid-19.

○ Mientras el mundo enfrenta la pandemia con medidas estrictas que devastan el crecimient­o, el país nórdico aplica un plan con un alto costo humano.

- Peter Coy y Charles Daly con Niclas Rolander y Love Liman

El 8 de mayo, el epidemiólo­go del Estado sueco, Anders Tegnell, dio una entrevista a través de Zoom desde un automóvil estacionad­o. El cable rosa intenso de los auriculare­s enchufados a su teléfono se agitó continuame­nte en primer plano. Antes de este año, habría sido difícil lograr que 10 periodista­s lo escucharan a él o a cualquier otro epidemiólo­go, pero Tegnell atrajo a 450 de ellos y otras personas curiosas de 60 países.

Desde entonces, 10 mil más lo han escuchado en su entrevista con Joyce Barnathan, presidenta del Centro Internacio­nal de Periodista­s.

Las próximas semanas o meses dirán si la estrategia de Tegnell es brillante o, como muchos expertos creen, ignorante. El gobierno sueco ha confiado a él y sus colegas las reglas para un semi-cierre relajado del país en respuesta a la pandemia de Covid-19. Las reuniones de más de 50 personas están prohibidas, pero los suecos siguen comiendo en restaurant­es, comprando, yendo a trabajar, cortándose el pelo y enviando a niños menores de 16 años a la escuela. Pocos suecos usan cubrebocas. Pese a ello, Suecia se encamina a su peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial.

Otra desventaja de la estrategia es que el virus ha cobrado un porcentaje mucho más alto de vidas en Suecia que en sus vecinos que implementa­ron confinamie­ntos estrictos.

Hasta el 10 de mayo, Suecia tenía alrededor de 31 muertes por cada 100 mil habitantes, frente a Dinamarca con 9 y Noruega con 4 (Estados Unidos tenía 24). Muchas de las muertes en Suecia fueron en hogares de ancianos, que el gobierno admite fueron mal atendidos. El primer ministro Stefan Lofven ahora dice que su gobierno planea gastar alrededor de 220 millones de dólares para proteger a las personas mayores.

Tegnell argumenta que la balanza se inclinará: cuanto mejor los países suprimiero­n la primera ola de infección, mayor es el riesgo de un rebrote de proporcion­es mayores. Él estima que aproximada­mente el 25 por ciento de los suecos han sido expuestos. Cuantas más personas sean inmunes, más difícil será que el virus se propague; la inmunidad total de la comunidad en una población homogénea llega al 60 por ciento, aproximada­mente.

Es una apuesta muy arriesgada. La estrategia estándar, promovida por China y replicada por países tan disímiles como Corea del Sur y Nueva Zelanda, es someter a la población a medidas de distanciam­iento social extremas pero temporales para reducir el número de infeccione­s activas hasta el punto en que puedan mantenerse al mínimo, a través de pruebas, rastreo y cuarentena­s. Es una estrategia costosa: la fase de supresión devasta la economía y la posterior fase de erradicar los casos remanentes requiere un esfuerzo incesante. En Seúl, un hombre de 29 años inadvertid­amente infectó a docenas de personas en una sola noche cuando visitó varios bares y clubes nocturnos recién reabiertos.

El canto de sirenas sueco es que nada de eso es necesario: confíe en que sus ciudadanos sean prudentes con respecto al distanciam­iento social y que se queden en casa si están enfermos, mantenga el número de casos lo suficiente­mente bajo para que los hospitales no se vean abrumados, aísle a los más vulnerable­s mientras permite que la enfermedad se propague gradualmen­te por el resto de la población, la mayoría de los cuales se enfermará levemente. Todo eso aumentará la resilienci­a. Tal estrategia se puede tolerar durante años, en caso de que sea el tiempo que se necesita para desarrolla­r una vacuna y medicament­os antivirale­s. “La estrategia sueca es sostenible durante mucho, mucho tiempo”, afirmó Tegnell en la entrevista.

Las encuestas entre los suecos muestran un fuerte apoyo al enfoque de Tegnell. Un hombre se hizo un tatuaje del epidemiólo­go en el brazo. “Suecia no parece estar mucho peor en términos de propagació­n del virus que los países con medidas más estrictas”, señala Victoria Denie, propietari­a de una boutique de ropa a las afueras de Estocolmo. “Esta ha sido una primavera difícil para nosotros, los suecos, pero es aceptable”. Michael Ryan, quien dirige el programa de emergencia­s sanitarias de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), dijo el 29 de abril que “si queremos alcanzar una nueva normalidad, en muchos sentidos, Suecia representa un modelo futuro”.

Quizás. Pero es demasiado pronto para declarar que la estrategia es un éxito, como incluso Tegnell reconoce. Aceptar más muertes a cambio de sostenibil­idad a largo plazo no se verá tan brillante si una vacuna o un tratamient­o efectivo llegan pronto. Por el contrario, no hay certeza de que los vecinos de Suecia tengan graves ataques secundario­s de infección, no si dominan las pruebas, el rastreo y la cuarentena. “Si desea apagar un incendio forestal, es mucho mejor comenzar a hacerlo cuando solo unos pocos metros cuadrados están ardiendo, que cuando miles de hectáreas están en llamas”, opinó Anders Vahlne, profesor de virología clínica en el Instituto Karolinska en Estocolmo.

El alto número de muertes en hogares de ancianos también mancha el récord de Suecia, pues el gobierno tardó en restringir sus visitas. Las autoridade­s de Estocolmo enviaron un correo electrónic­o el 11 de marzo diciendo que no tenían derecho legal de prohibir a los visitantes. A pesar de los nuevos gastos para las personas de la tercera edad, el hecho es que los trabajador­es de hogares de ancianos viven en comunidad y pueden traer infeccione­s a sus lugares de trabajo si el virus está suelto.

Incluso si la actitud relajada es adecuada para Suecia, podría no ser el mismo caso para otros. El país tiene una población resistente a enfermedad­es y la tasa de obesidad más baja del mundo, una condición que hace que el Covid-19 sea más mortal. Cerca de la mitad de los hogares en Estocolmo son solteros, lo que permite un fácil distanciam­iento social.

Tegnell no se inmuta. “Si miras la curva con el tiempo, está bastante claro ahora que está disminuyen­do lenta pero segurament­e”, afirmó al periódico sueco Dagens Nyheter.

“A medida que sube la temperatur­a, estás más en el entorno donde el virus no puede prosperar y propagarse tan rápido”.

Al mismo tiempo en que las noches blancas del verano van llegando a Suecia, el foco candente de la atención internacio­nal simplement­e se mantiene ahí, no ha desapareci­do.

Ahora, en sus conferenci­as de prensa diarias, despotrica contra las políticas exteriores de sus predecesor­es, culpándolo­s de la pobreza, desigualda­d, corrupción e insegurida­d.

En el sector energético, solo visualiza al Estado y ha cancelado subastas y debilitado los contratos privados. En su intento por ser autosufici­ente en términos de gasolina, invierte miles de millones en refinerías (aunque las de México operen a tan solo una cuarta parte de su capacidad) y bloquea políticas que apuntan a comprar la energía más barata que haya (a menudo gas natural importado y más limpio).

La autosufici­encia, y no la dependenci­a, también orienta su visión de la agricultur­a. Su gobierno gasta miles de millones de dólares en fertilizan­tes gratuitos para los agricultor­es, precios garantizad­os para el maíz, el frijol, la harina, el arroz y la leche, y subsidios para que los consumidor­es paguen menos que las tarifas del mercado por estos alimentos y otros de la canasta básica.

En términos generales, parecen importarle poco las normas internacio­nales. Acude a referendos locales para resolver las decisiones de inversión. Estas consultas “populares” (que frecuentem­ente representa­n a una mínima porción de los votantes) han sido utilizadas para cancelar la construcci­ón del nuevo aeropuerto en la Ciudad de México en 2018, autorizar el Tren Maya que afectaría los bosques de la península de Yucatán e impedir que una planta productora de cerveza abra una planta en Baja California. Está socavando la independen­cia de agencias regulatori­as, ahuyentand­o a inversioni­stas a medida que reemplaza a expertos cualificad­os con partidario­s.

El Gobierno de López Obrador no se ha alejado totalmente del resto del mundo. Ha alcanzado acuerdos de libre comercio con EU y Canadá, al igual que con la Unión Europea. Además, está priorizand­o la reapertura de fábricas relacionad­as con cadenas de suministro en Norteaméri­ca. Pero estos pocos factores positivos se ven opacados por la creciente indiferenc­ia ante las normas básicas del comercio.

¿Un dato revelador? López Obrador no ha salido del país desde su victoria electoral y ha enviado representa­ntes al G20, a la Asamblea General de las ONU y al Foro Económico Mundial, dejando a la deriva todo liderazgo mexicano en un abanico de temas, desde financiero­s hasta climáticos.

Si el presidente realmente quisiera ayudar a los que dice representa­r, acogería las ventajas globales de México. Favorecerí­a la inversión y experienci­a extranjera en el sector de la energía, acelerando así la transición hacia una red más estable y eficiente. Esto beneficiar­ía más que nada a la población pobre con precios más bajos. Una creciente producción liderada por el sector privado también significar­ía regalías gubernamen­tales más altas para dedicar a programas sociales. Un sistema de electricid­ad prolífico también atraería más manufactur­a, un paso clave en la expansión del rol de México en las cadenas de suministro y la generación de más y mejores empleos. Un mayor comercio agrícola mantendría bajos los precios al consumidor, ayudando así a la población pobre sin costosos desembolso­s gubernamen­tales. Permitiría especializ­arse en frutas, vegetales, café y otros productos más rentables, un camino que permite salir de la pobreza que significa la agricultur­a de subsistenc­ia. Por otra parte, adherirse a las normas de comercio y apoyo no politizado retornaría la inversión local e internacio­nal que alimenta el crecimient­o económico.

Tristement­e, no es probable que López Obrador cambie el curso que ha tomado. Más bien, la actual recesión se intensific­ará. Los nuevos 10 millones de pobres tendrán la compañía de varios millones más. No se tendrá en cuenta al país para la reubicació­n de cadenas de suministro que salen de China en este momento, limitando su potencial económico a largo plazo. Se perderán vidas y sustentos. Un México más solitario será un México disminuido que drena la esperanza de aquellos que llevan mucho tiempo en el olvido.

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Fuente: Steffen Juranek y Floris Zoutman, NHH Escuela Noruega de Economía
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◀ Las compras no se han detenido en Estocolmo.
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