La respuesta de la OMS a la pandemia está bajo escrutinio, en medio de una lucha política global.
● El organismo internacional ha quedado, en el peor momento, en medio del fuego cruzado entre Washington y Beijing.
A mediados de febrero, un equipo internacional de expertos médicos se reunió en Beijing para aprender más sobre el nuevo coronavirus. Los enviados de la Organización Mundial de la Salud incluían algunas de las figuras más brillantes en epidemiología y virología.
Estarían acompañados por un grupo de científicos chinos y serían responsables de producir un informe conjunto sobre la naturaleza del virus y su propagación dentro del país más poblado del mundo.
El primer día del viaje, los miembros no chinos se reunieron para discutir los temas sobre los que tenían la intención de aprender más, mientras visitaban hospitales e instituciones de investigación. Era 16 de febrero, poco más de una semana después de que Li Wenliang, el médico de Wuhan que fue reprendido por funcionarios locales cuando intentaba advertir a sus colegas que un nuevo patógeno peligroso estaba suelto, hubiera sucumbido al virus. Su muerte provocó ira en redes y una amplia cobertura mediática, pero la cuestión de si las advertencias se habían suprimido en Wuhan durante los primeros días del brote no era parte del informe del equipo.
“No iba a ser útil”, dijo en una entrevista Dale Fisher, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad Nacional de Singapur y parte del grupo. “Nuestra misión era recolectar información técnica e informar al resto del mundo. Queríamos mirar hacia adelante, no centrarnos en el pasado”.
Si bien esa decisión sin duda tuvo sentido para los científicos, también fue un ejemplo de por qué, en un momento en que la OMS trata de coordinar la respuesta a la peor pandemia en un siglo, se enfrenta a un desafío político sin precedentes, arraigado en las preocupaciones sobre su relación con China. La administración Trump ha intensificado su ataque contra la organización, amenazando con recortar su financiación y reconsiderar su membresía si la OMS no promulga una reforma radical.
Aunque parece un intento de distraer de los propios fracasos de EU en la contención del
coronavirus, la Casa Blanca no es la única en plantear preocupaciones: Australia y Canadá también solicitaron investigaciones sobre los orígenes de la pandemia y la respuesta de la OMS.
El órgano internacional rector de la OMS aprobó esta semana planes para una revisión independiente, incluido el papel de la organización. Su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, un exfuncionario de salud etíope y el primer no médico en ocupar el puesto, dijo que agradecía el escrutinio.
Mientras Trump amenazaba a la OMS, el presidente Xi Jinping de China declaró su apoyo a la organización. En un discurso prometió dos mil millones de dólares durante dos años para ayudar a combatir el virus y dijo que su país hará que cualquier vacuna esté universalmente disponible una vez que se desarrolle.
No hay duda de que la OMS hace un trabajo invaluable, que incluye una larga lista de éxitos, desde la erradicación virtual de la poliomielitis hasta la contención exitosa, en 2003, del SARS. En la crisis actual, la OMS organiza esfuerzos para suministrar a los países en desarrollo equipo de protección y trabaja con socios, incluida la Comisión Europea, para acelerar el desarrollo de vacunas y medicamentos.
El escrutinio de sus acciones respecto al Covid19 tampoco debería disculpar las deficiencias de países como EU y Reino Unido en la preparación para el virus. Pero en un mundo que, en el futuro previsible, estará más alerta que nunca ante la amenaza de enfermedades infecciosas, algunos expertos piden una revisión de los poderes y protocolos de la OMS.
Sus orígenes datan casi de la fundación de Naciones Unidas. El preámbulo de su constitución de 1948 establece un espíritu rector: “El goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social”. Continúa: “La salud de todos los pueblos es una condición fundamental para la paz y la seguridad”.
Esa declaración de misión general llevó a la agencia a asumir una gran variedad de desafíos, desde promover la salud materna y el control de la natalidad hasta la inmunización y la ayuda a los refugiados. Durante la mayor parte de su historia temprana, el papel de la organización fue en gran medida de asesoramiento. Sin embargo, eventos ocurridos en la década de 1990 mostraron los peligros que representan las infecciones más nuevas y menos entendidas en un mundo en rápida globalización.
Un brote de ébola en 1995 en Kikwit, una ciudad en lo que hoy es la República Democrática del Congo, enfermó a cientos de personas, matando a cerca del 80 por ciento de ellas. Con la ayuda de la OMS y otras agencias, el virus fue contenido, pero el potencial de epidemias más mortales se hizo evidente y la agencia comenzó a asumir gradualmente un papel más muscular. En 2000, creó la Red Mundial de Alerta y Respuesta ante Brotes Epidémicos, que tuvo un rol clave en la contención del SARS.
El director general de la OMS en ese momento, el noruego Gro Harlem Brundtland, emitió lo que para la ONU era una crítica mordaz al comportamiento de China, diciendo que “definitivamente habría sido útil si la experiencia internacional y la OMS hubieran podido ayudar en una etapa anterior”. También emitió los primeros avisos de viaje de la OMS, en los que instaba a posponer los viajes a partes de China y Toronto.
El SARS, que se contuvo en unos pocos lugares y mató a menos de mil personas, terminó siendo una historia de éxito de salud pública. Pero un intento de 2005 de otorgar a la OMS poderes más sólidos, por ejemplo, para sancionar formalmente a los países que no informaran los brotes, no logró ver la luz. Los Estados miembro simplemente no querían darle ese tipo de herramienta. Y si la OMS iba a continuar sirviendo como la fuerza policial de salud pública del mundo, tendría que hacerlo con muy poco dinero. Las llamadas contribuciones asignadas, que son facturas enviadas automáticamente a sus miembros, cubren menos del 20 por ciento de su presupuesto, y el resto se recauda de forma voluntaria de gobiernos y organizaciones nacionales como la Fundación Bill y Melinda Gates.
Otro brote de ébola, la explosión de infecciones en África Occidental que comenzó en 2014, mostró las limitaciones de la OMS. El virus había causado estragos en Liberia, Sierra Leona y Guinea durante más de medio año cuando la OMS lo declaró una “emergencia de salud pública de interés internacional”,
o ESPII, su nivel de alerta más alto. Margaret Chan, entonces directora general, reconoció que solo había comprendido la gravedad de la epidemia una vez que estaba en marcha, gracias a un subalterno, Bruce Aylward, quien le envió un correo electrónico en el que la instaba a convertirla en una prioridad.
La respuesta de la OMS fue tan lenta que el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, sugirió que el mundo necesitaba un órgano nuevo y dedicado a la respuesta a enfermedades.
Al menos en las primeras etapas de la pandemia, no había nada sin precedentes sobre el nuevo coronavirus. Todavía no está claro cuándo surgió el virus por primera vez, pero a medida que comenzó a apoderarse de Wuhan en diciembre, la reacción de China fue diferente a la del SARS, al menos externamente. Las autoridades de la ciudad alertaron a la OMS en la víspera de Año Nuevo sobre un grupo de pacientes que padecían neumonía por una causa desconocida, y la agencia activó sus capacidades de respuesta de emergencia al día siguiente. “No hubo semanas de encubrimiento central en Beijing, aunque el gobierno local obviamente tardó demasiado en informar seriamente” que la enfermedad se estaba extendiendo, dijo Brundtland en un correo electrónico. China compartió la secuencia genética del virus el 12 de enero, permitiendo a los científicos de otros lugares desarrollar sus propias pruebas y comenzar la investigación de vacunas.
La transparencia de China aún estaba lejos de ser completa.
Durante un periodo prolongado a mediados de enero, coincidiendo con importantes reuniones del Partido Comunista en Wuhan, la ciudad reportó cero casos nuevos, un nivel de contención improbable. Científicos alineados con el gobierno y funcionarios municipales dijeron repetidamente que no había evidencia de transmisión de persona a persona, incluso cuando las redes sociales chinas se llenaban de rumores de casos así.
El 14 de enero, Maria Van Kerkhove, una de las científicas que lideró la respuesta de la OMS, dijo en una conferencia de prensa en Ginebra que la transmisión de persona a persona podría estar ocurriendo en una escala limitada. Pero el mismo día, la cuenta oficial de Twitter de la OMS publicó un mensaje mucho más certero y que desde entonces ha vuelto para atormentar a la agencia: ”Las investigaciones preliminares realizadas por las autoridades chinas no han encontrado evidencia clara de transmisión de persona a persona”.
Las pocas personas fuera de China continental que pudieron observar las condiciones en Wuhan se mostraron escépticas sobre lo que se les decía. Un par de especialistas en enfermedades infecciosas de Taiwán hicieron una visita oficial a Wuhan del 12 al 15 de enero, donde fueron informados por funcionarios locales que, en el peor de los casos, la transmisión humana era limitada. Pero el hecho de que hubo una serie de casos “no relacionados con el mercado húmedo”, el sitio de Huanan donde se identificó el primer grupo de coronavirus, “mostraba que había más de una fuente y que la infección comunitaria ya podría haber ocurrido”, dijo Chuang YinChing, uno de los dos especialistas. “Estas señales nos alertaron de que debíamos ser cautelosos sobre la situación en China”.
Los funcionarios de la OMS dicen que, a puerta cerrada, estaban presionando a China para que les dijera más, y que muchos países han tenido dificultades para presentar datos precisos sobre infecciones y muertes, a menudo simplemente debido a que los hospitales están abrumados.
Cuando China en efecto cambió de enfoque para tratar el coronavirus como una crisis total, le dio a la OMS poca advertencia. En la noche del 22 de enero, después de que un panel de unos 20 asesores principales se hubieran estancado sobre si elevar el coronavirus al nivel de alerta más alto, un grupo de funcionarios de la OMS estaba en la oficina de Tedros discutiendo qué hacer. De repente, según una persona familiarizada con la situación, un miembro del personal irrumpió con noticias dramáticas: China había aislado a Wuhan del resto del país, el primer paso en lo que finalmente se convirtió en un confinamiento total de la provincia de Hubei. Después de una reunión de seguimiento al día siguiente, Tedros, el director general, dijo que aún no era un ESPII, pero que tenía el potencial de convertirse en uno.
El 28 de enero, Tedros se reunió con Xi en Beijing, acompañado en el viaje por su jefe de oficina, Bernhard Schwartlander y Mike Ryan, el
jefe del programa de emergencias. Estando allí, la OMS recibió parte de su primera información clara que indicaba que el virus se estaba transmitiendo más allá de los contactos cercanos. Sin embargo, esa noticia no vino de China, sino de Alemania, que comenzaba a observar un grupo de infecciones en Múnich. En el avión de regreso a Suiza, el grupo de la OMS decidió reunir a los principales ejecutivos de la agencia para discutir si era hora de declarar un ESPII. Tedros elogió la respuesta de China, diciendo que estaba “más allá de las palabras”, y que dejó Beijing “sin ninguna duda sobre el compromiso de China con la transparencia y la protección de los pueblos del mundo”.
Didier Houssin, presidente del comité de emergencia, agregó que la OMS examinaría de cerca las restricciones de viaje impuestas por otros países, a las que el Gobierno de Xi se opuso con amargura, con el fin de pedirles que “reconsideraran esa decisión”.
El compromiso de China con la transparencia, sin embargo, no se extendió a permitir que cualquiera observara de cerca su respuesta al virus. Llevar una delegación considerable de la OMS al país tomó más de una semana de discusiones sobre quién estaría en el equipo y qué haría. Schwartlander afirma que, por lo general, antes de enviar un equipo “se debe convencer a un país de que la OMS vendrá a ayudar, no a vigilar”. Finalmente, el grupo pasó un poco más de una semana en el terreno, visitando instalaciones de investigación y hospitales y hablando con médicos, aunque solo a un pequeño subconjunto se le permitió viajar a Wuhan. Al igual que Tedros, salieron llenos de elogios por la manera como se estaba manejando el virus. En su informe, el grupo escribió que “China ha lanzado quizás el esfuerzo de contención de enfermedades más ambicioso, ágil y agresivo de la historia”. Los elogios se extendieron incluso al propio Xi.
Otros países ya no tienen que depender de la OMS para obtener información sobre el coronavirus, pues sus casos locales se acumulan. Y fue entonces que las críticas a la agencia internacional crecieron por su respuesta inicial a la pandemia. Ya se aprobó una resolución que autoriza la revisión en una reunión de la Asamblea Mundial de la Salud.
Es poco probable que la revisión resuelva las tensiones con Estados Unidos, donde la Casa Blanca ha hecho de la acusación de mal manejo del coronavirus una prioridad política en el período previo a las elecciones presidenciales de noviembre. Si bien los demócratas, incluido su candidato presidencial Joe Biden, han defendido en gran medida a la OMS, esa posición podría ser más difícil de mantener si se endurece la impresión, en Washington y en el electorado más amplio, de que el organismo está demasiado cerca de Beijing.
Los problemas recientes de la OMS no han restado valor al apasionado apoyo del que goza en los círculos de salud pública.
A pesar de su presupuesto limitado, ofrece una amplia gama de programas cruciales, muchos de ellos en zonas de conflicto y entre las más pobres del mundo y no está claro cómo sería una OMS renovada. El primer ministro de Australia, Scott Morrison, ha propuesto dar a la OMS la capacidad de enviar equipos de expertos para investigar los brotes de enfermedades sin necesidad de obtener primero un permiso, similar a como operan los inspectores de armas. Otras reformas propuestas son probablemente más alcanzables. Los expertos en salud se han quejado durante mucho tiempo sobre la práctica de la agencia de nombrar a los jefes regionales mediante votaciones secretas entre los Estados miembro, bajo el argumento de que esto puede comprometerlos demasiado con los gobiernos que los eligieron. También podría ser posible renovar el presupuesto de la OMS para hacerlo menos dependiente de las contribuciones voluntarias, lo que proporcionaría más certeza sobre los recursos futuros.
La búsqueda de chivos expiatorios, ya sea en Ginebra o China, está fuera de foco, señala MariePaule Kieny, exfuncionaria de la OMS y ahora directora de investigación en Inserm, un instituto francés de ciencias de la salud. “¿Cuánto tiempo le tomó al Gobierno de EU ver, comprender e informar que había un problema?”, pregunta. “El Gobierno chino se equivocó en las primeras semanas”, pero desde entonces “han compartido enormemente y desafortunadamente los otros países no se lo tomaron en serio, porque no pensaron que les ocurriría”.