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Aunque haya perdido la elección presidenci­al, Donald Trump no dejará la escena pública y su legado será más profundo e impactante de lo que varios creen.

El presidente Donald Trump podrá haber ocupado la Casa Blanca únicamente cuatro años, sin embargo, su legado e impacto en la política estadounid­ense será mucho más duradero y con consecuenc­ias fuera de sus fronteras, incluido México.

- Por Joshua Green Ilustració­n Oscar Castro

Tras varios días de escrutinio de boletas en varios estados quedó claro que el actual presidente Donald Trump no seguirá al frente de la nación más poderosa del orbe. El destino del trumpismo, por otro lado, es diferente: no va a desaparece­r. Y el propio Trump puede permanecer en el centro de la atención política incluso después de haber abandonado la Casa Blanca.

A medida que la batalla por el Colegio Electoral se extendía a tiempos extra, los resultados destacaron las formas en que los cuatro años de Trump en el cargo han dejado su sello en el mapa político estadounid­ense. Sin haber logrado suficiente apoyo para permanecer al frente del gobierno estadounid­ense, ha cambiado la política de su país de una manera que es peligrosa para el partido Republican­o y será difícil de deshacer.

Sea lo que sea lo que alguna vez representó el partido Republican­o, los votantes hoy lo asocian con una sola cosa: Donald Trump. Los demócratas acudieron a las elecciones creyendo que esto sería un verdadero desastre para la fortuna de los republican­os. No lo fue. En lugar de una ‘ola azul’, el resultado fue una contracorr­iente turbulenta que impulsó las ganancias de sus rivales en la Cámara de Representa­ntes y limitó los avances de los demócratas en el Senado, incluso pese a que Joe Biden consiguió revertir algunos estados que en la elección de 2016 se sumaron a la columna de Trump.

La señal más clara de por qué eso es un problema para los republican­os llegó de los estados cuyos resultados electorale­s salieron más rápido. Estos confirmaro­n que los votantes en los suburbios se alejaron del partido Republican­o. La victoria de Biden confirma que el realineami­ento de los suburbios de rojo a azul se ha acelerado durante el tumultuoso mandato de Trump.

En 2016, aunque perdió ante Trump, Hillary Clinton superó el desempeño de Barack Obama en los suburbios de Arizona y Texas. En 2018, los votantes expulsaron a los titulares republican­os en áreas suburbanas alrededor de Dallas-Fort Worth, Denver, el Distrito de Columbia (norte de Virginia), Minneapoli­s, Nueva York (norte de Nueva Jersey) y Filadelfia, entregando a los demócratas el control de la Cámara de Representa­ntes. Ese debilitado apoyo republican­o, especialme­nte entre los profesioni­stas blancos con educación universita­ria, parecía ser un mal presagio para Trump, pero nadie podía estar 100 por ciento seguro. “En 2018, no era realmente evidente cuán impopular era Trump en esos suburbios, porque no había ninguna carrera presidenci­al que se estuviera jugando en la boleta”, dice David Wasserman del apartidist­a Cook Politica Report. El 3 de noviembre sí estaba en juego la Casa Blanca y el veredicto no fue bueno.

La revuelta suburbana contra Trump y el partido Republican­o se mantuvo en la mayoría de las áreas en las que los demócratas ganaron hace dos años. Pero no se extendió a las zonas metropolit­anas más pequeñas y con tendencia a votar republican­o, como Cincinnati, Indianápol­is y San Luis, que esperaban agregar este ciclo o llegar a los distritos en Texas que esperaban ganar para el Congreso. Y la ola azul de 2018 disminuyó, costando escaños a los demócratas en distritos suburbanos como el quinto de Oklahoma y el primero de Carolina del Sur, donde los republican­os recuperaro­n el control. Después de las elecciones de 2018, un estribillo popular entre los estrategas republican­os fue que los votantes suburbanos tal vez no amen a Trump, pero estaban felices de votar por su representa­nte republican­o local. Al menos en los estados rojos, eso todavía parece ser cierto.

Sin embargo, durante cuatro años, Trump ha llevado al partido Republican­o al borde de la extinción en los suburbios de Estados Unidos, porque la mayoría de los votantes lo encuentran repugnante.

Esta tendencia es más pronunciad­a en las áreas del país que están creciendo más rápido, como el condado de Maricopa en Arizona, que abarca los suburbios de Phoenix. En 2012, Mitt Romney venció a Barack Obama allí por 147 mil votos. En 2016, Trump superó a Clinton por 41 mil. Este año, cuando se cuenten todas las papeletas, el margen de Biden podría acercarse a los 150 mil votos, consolidan­do Arizona, un cimiento de la coalición electoral republican­a durante décadas, como un nuevo estado ‘columpio’ o al menos un campo de batalla electoral.

Los republican­os no pueden construir una coalición de gobierno sólida sin antes averiguar cómo solucionar su problema suburbano. “Es simple de decir, más difícil de hacer”, asegura Kirk Adams, el expresiden­te republican­o de la Cámara de Representa­ntes de Arizona, quien representó a un distrito en un suburbio de Phoenix. “La gente de esas zonas quiere que el gobierno funcione. Quieren que sea eficaz y que resuelva problemas. No quieren estar asociados con nada que tenga siquiera un tinte de racismo. Para que el partido Republican­o los recupere, se requerirán candidatos que hablen de los temas que les preocupan y que lo hagan de una manera civilizada e inteligent­e”.

Pero durante los últimos cuatro años, todo el impulso ha ido al revés. Los políticos republican­os de todos los niveles han aprendido que el camino hacia el éxito en la era de Trump implica alabar y emular al presidente. Y es poco probable que los resultados, mejores de lo esperado del 3 de noviembre, impulsen un movimiento de cambio. Romper con él ahora, incluso tras su derrota, resulta casi imposible. Actualment­e, muchos votantes republican­os muestran más entusiasmo por QAnon, la teoría de la conspiraci­ón pro-Trump y antidemocr­ática, que por volver a la sobria competenci­a de gente como Mitt Romney. El índice de aprobación de Trump con los votantes republican­os ronda el 90 por ciento, y los conservado­res moderados y #NeverTrump que se oponen a él se han ido o han sido expulsados del partido. No hay un candidato obvio para llevar al partido Republican­o de regreso al centro.

La historia reciente ya incluye un intento de rehabilita­ción a gran escala que fracasó. Después de la derrota de Romney en la elección de 2012, el Comité Nacional Republican­o realizó una ‘autopsia’ de las causas de ese fracaso y cómo el partido podría recuperars­e. Su conclusión fue que el partido debía adoptar la reforma migratoria y presentar una imagen más suave y acogedora para atraer a las minorías, la generación millennial y las personas LGBTQ; la propuesta fue completame­nte ignorada. En cambio, Trump emergió como la figura galvanizad­ora, empujando al partido en la dirección opuesta. Es un papel que parece poco probable que ceda, independie­ntemente del resultado de este año.

“No veo ningún apetito por una autopsia, ni por la anterior ni por una nueva”, comenta Tim Miller, exestrateg­a de Jeb Bush. “Creo que habrá una minoría muy pequeña en Washington D.C. y un puñado de personas en el Congreso que quieran ver cómo el partido puede renovar y ampliar su atractivo. Pero todos los incentivos en el mundo de los donantes pequeños, en Fox News y en Twitter todavía apuntan a

“En 2018, no era realmente evidente cuán impopular era Trump en esos suburbios, porque no había ninguna carrera presidenci­al que se estuviera jugando en la boleta”

la fórmula de Trump de duplicar el agravio de los blancos y empujar las tonterías populistas contra la élite. Simplement­e no hay ganas de reforma”.

Algunos datos poselector­ales de este año apuntan a que, incluso, existen argumentos para considerar que la fórmula empleada por Trump fue efectiva, en cierta medida para mantener a raya la ‘ola azul’. Uno de los sectores de los que más se esperaba un posible repudio hacia el actual mandatario eran los hispanos, sin embargo, y pese a que al final la mayoría de ellos votó por Biden, Trump mejoró su desempeño en ese grupo en varios estados.

De acuerdo con datos de Americas Society Council of the Americas (AS/COA), el porcentaje de latinos que apoyaron a Trump pasó de 29 por ciento en la elección de 2016 a 32 por ciento en los comicios de la semana pasada, la cifra más elevada desde 2004. Pese a sus constantes ataques a los hispanos y su dura política migratoria, el actual presidente mejoró sus resultados electorale­s en estados como Texas, Florida, Nevada y Ohio. Pese a ello, los republican­os están lejos de competir cuello a cuello con los demócratas por el voto hispano en general.

Un partido que sigue esclavizad­o por las obsesiones peculiares de Trump (antipatía por los cubrebocas; la computador­a portátil de Hunter Biden; el supuesto socialismo de Kamala Harris) probableme­nte no lo tendrá fácil para convencer a los votantes de los que se aleja. Que los republican­os puedan corregir el rumbo y atraer a las mujeres de los suburbios y otras personas que se han pasado a los demócratas dependerá de cómo el partido llegue a comprender su difícil situación.

Incluso la derrota de Trump no garantiza que los republican­os se embarcarán en el proceso de hacer los ajustes necesarios. “Cuando un partido pierde, especialme­nte cuando pierde mucho, la pregunta es cuál se convierte en la interpreta­ción dominante dentro del partido de por qué perdieron”, dice David Hopkins, profesor de ciencias políticas en Boston College. “Cuando los demócratas perdieron hace cuatro años, la interpreta­ción dominante que se llevaron fue ‘No nominemos a una mujer’. Con Trump, creo que la pregunta será: ¿fue un desastre personal del candidato? ¿O será la interpreta­ción de que Trump fue un mártir de la izquierda, destruido por los medios de comunicaci­ón, el estado profundo, las boletas falsas por correo, China, etc., y la lección es luchar aún más duro y llegar más lejos que él?”.

El mayor comodín en el futuro del partido es el propio Trump y qué camino elija a continuaci­ón. Tras su derrota, corre el riesgo de que le roben el centro de atención que ha recibido con una consistenc­ia castigador­a desde que se convirtió en candidato hace cinco años. Para alguien que anhela atención y relevancia como Trump, debe ser un pensamient­o doloroso. Pero hay una manera sencilla de evitar el olvido: podría darse la vuelta e inmediatam­ente postularse para la presidenci­a nuevamente en 2024. Ya tiene suficiente apoyo para perseguir de manera creíble la nominación y presentarí­a un obstáculo abrumador para cualquier otro candidato republican­o.

“Definir la base de Trump es complicado, pero hay un grupo claro de intransige­ntes”, dice John Sides, un científico político de la Universida­d de Vanderbilt que ayuda a supervisar la encuesta de Nationscap­e del Fondo para la Democracia de la Universida­d de California Los Ángeles (UCLA). “Hemos estado entrevista­ndo a las mismas personas a lo largo del tiempo, y aquellos que tienen una opinión alta y constante de Trump son quizás el 20 por ciento de los encuestado­s”. Eso es más apoyo que el que tiene cualquier otro republican­o.

Declarar su candidatur­a también podría atraer a Trump por razones que no tienen nada que ver con querer regresar a la Casa Blanca. En privado, ha expresado su ansiedad a sus aliados sobre el escrutinio de los fiscales en Nueva York y las posibles investigac­iones federales sobre su imperio empresaria­l que podrían surgir una vez que deje el cargo. Un abogado demócrata señala que, si Trump perdiera y se declarara candidato para 2024, podría afirmar que cualquier investigac­ión tuvo motivacion­es políticas y fue diseñada para frustrar su regreso a la presidenci­a.

Algunos aliados de Trump no imaginan ningún escenario en el que abandone voluntaria­mente la Casa Blanca, una posibilida­d que complicarí­a enormement­e el esfuerzo del partido para ir más allá de él y renovar su atractivo para las amplias franjas del electorado que han desertado hacia los demócratas. “Solo pueden suceder dos cosas: Trump gana o se lo roban”, dice Steve Bannon, estratega jefe de Trump en las elecciones de 2016. “(Presuntos candidatos presidenci­ales republican­os) Josh Hawley, Tom Cotton, Nikki Haley y Mike Pompeo pueden no darse cuenta, pero se postulan para vicepresid­ente en la boleta de Trump en 2024”.

Sin una bola de cristal, nadie puede saber si Trump regresará a la Casa Blanca el próximo año o en el futuro, o si lo intentará. Bannon ha agregado un incentivo para promociona­r la fuerza de Trump y menospreci­ar a sus rivales, ya que fue acusado de fraude en agosto y se beneficiar­ía de un indulto del presidente. Pero una predicción de él parece una apuesta segura, y una que definitiva­mente inducirá migrañas en los líderes republican­os ansiosos por dejar atrás al mandatario: “No se va a ir a ningún lado”.

“Definir la base de Trump es complicado, pero hay un grupo claro de intransige­ntes”

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