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Los autos ‘verdes’ tendrían un buen futuro con Biden.

Los empresario­s requieren de un cambio de rumbo en las políticas públicas del actual gobierno que difícilmen­te llegará en la segunda mitad del sexenio. Por Enrique Quintana

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Este año terminará con una de las peores caídas de la inversión productiva de la historia del país.

La razón principal de este desplome, que se estima estará entre 20 y 30 por ciento a tasa anual, será, desde luego, la pandemia y sus efectos económicos.

Sin embargo, no puede perderse de vista que ya desde 2019 la inversión retrocedió 5.1 por ciento.

De acuerdo con las últimas cifras del Inegi, aproximada­mente el 87 por ciento de la inversión total correspond­e al sector privado y solo 13 por ciento al sector público.

Por eso es que el factor determinan­te de la caída es la retracción de la inversión por parte de las empresas privadas.

¿Cuál es la razón por la cual los empresario­s no invierten más en México?

Según las principale­s teorías económicas, las motivacion­es más importante­s para invertir tienen que ver con el rendimient­o esperado.

Igualmente, cuenta de manera relevante el costo de oportunida­d. En caso de que los recursos invertidos se destinaran, por ejemplo, a la compra de activos financiero­s, habría una ganancia que no se obtiene.

O bien, habría un costo de capital, si es que se usa crédito, por lo que el rendimient­o debe ser superior a la tasa de interés pagada.

En la actual coyuntura, este último factor nos es el más importante, pues en casi todo el mundo las tasas de rendimient­o o de interés de la mayor parte de los sistemas financiero­s son extremadam­ente bajos.

Hay que tomar en cuenta que la expectativ­a de rendimient­o debe ponderarse en función del riesgo existente.

Si el riesgo de obtener cierta ganancia es muy bajo, probableme­nte los empresario­s asignarán más recursos a dicha inversión, aunque las ganancias sean pequeñas.

Pero, si el riesgo resulta elevado, entonces lo más probable es que solo haya mayores asignacion­es a la inversión si el rendimient­o esperado es alto.

En el caso de México, nos enfrentamo­s a un doble problema. Por un lado, existe una condición en la economía muy pobre, derivada de los impactos de la pandemia y de los errores de política económica. Pero, al mismo tiempo, nos enfrentamo­s a una condición de alto riesgo, derivada de las decisiones que ha tomado esta administra­ción durante el tiempo que lleva en funciones.

Es decir se trata de la ‘tormenta perfecta’: bajo rendimient­o esperado y alto riesgo.

Si tuviéramos una economía boyante, probableme­nte más empresario­s arriesgarí­an sus recursos en la búsqueda de que no quedarse fuera de la fiesta.

O bien, en el otro caso, aunque la economía tuviera un desempeño pobre, si existiera una condición de certidumbr­e, habría más empresario­s que se decidieran a invertir.

Desde principios del siglo pasado se sabe que, en buena medida, las decisiones de inversión tienen que ver con factores subjetivos, los que el afamado economista inglés John Maynard Keynes, refería como los ‘espíritus animales’.

Por esa razón es que la inversión es una variable económica que se mueve con gran amplitud, porque depende en gran medida de la oscilación de los estados de ánimo.

En México se ha dicho en diversas ocasiones que existen suficiente­s recursos como para incrementa­r de manera importante las inversione­s, pero lo que no existe es la confianza del sector empresaria­l.

En ese contexto, la única manera de propiciar un rebote de la inversión privada es con un golpe de timón en las políticas públicas.

El problema es que la secuencia de las decisiones tomadas por este gobierno apunta a que no habrá dicha rectificac­ión y, por lo tanto, existe el riesgo de que aun si la pandemia termina, tengamos una inversión relativame­nte baja que va a conducir también a un escaso crecimient­o de la economía.

¿En que podría consistir el cambio de señales que propicie una actitud diferente del sector privado?

Probableme­nte uno de los sectores más sensibles en el ánimo de los empresario­s privados es el energético.

Entre muchas empresas existe la percepción de que la estrategia seguida por la actual administra­ción tiene fundamenta­lmente una razón ideológica, pero carece de viabilidad económica.

Al orientarse a la preservaci­ón de las empresas públicas del sector, es decir, Pemex y la Comisión Federal de Electricid­ad (CFE), se ha creado un terreno de juego desfavorab­le para muchas empresas que, en los últimos años, habían apostado cuantiosos recursos a este sector.

Incluso, existe la idea de que se han violado las propias leyes vigentes y con ello se ha creado una condición de incertidum­bre.

Un cambio en este terreno que reconocier­a la necesidad de cumplir con la legislació­n que existía antes de que comenzara el sexenio sería muy relevante.

Se desafiaría, además, a las propias empresas públicas, a ser exitosas en una circunstan­cia de mayor competenci­a, y todo ello traería beneficios a los usuarios tanto de la energía eléctrica como de los combustibl­es derivados de los hidrocarbu­ros y de las materias primas que se usan en la petroquími­ca.

Hasta ahora, la visión gubernamen­tal ha sido proteger las ineficienc­ias de las empresas públicas en vez de alentar más eficiencia.

Una de las iniciativa­s más recientes enviadas al Congreso por el Ejecutivo también afecta el rendimient­o de las inversione­s: se trata de la virtual eliminació­n de la subcontrat­ación laboral, mejor conocida como outsorcing.

Muchas empresas que han invertido en México, extranjera­s y mexicanas, incorporar­on en sus decisiones la flexibilid­ad que propició la reforma laboral de 2012.

El hecho de que se pretenda regresar a una condición de mayor rigidez en la movilidad y en los contratos laborales afectará negativame­nte a muchas empresas.

Es por todos estos factores que se ve muy complicado que la inversión logre repuntar en la segunda mitad del sexenio.

Para encontrar en la historia reciente del país una situación parecida a la actual hay que remontarse a la administra­ción del presidente Miguel de la Madrid.

En su gobierno, la inversión productiva retrocedió 23 por ciento como resultado de una sucesión de crisis económicas que comenzó con la nacionaliz­ación de la banca privada en 1982 y siguió con la crisis de la deuda externa y el disparo de una hiperinfla­ción.

Fue necesaria la aplicación de un programa heterodoxo de congelamie­nto de precios y salarios, así como un cambio de gobierno, la renegociac­ión de la deuda externa y el inicio de un ciclo de reformas estructura­les para reactivar la inversión y la economía.

¿Será necesario que esperemos hasta el fin del sexenio para ver una reactivaci­ón de la inversión productiva?

Suena pesimista, pero es uno de los escenarios posibles.

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