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Un prófugo es lo que quedó de una fintech ‘exitosa’ en Alemania.

• La compañía alemana colapsó en junio por un fraude que autoridade­s y auditores no pudieron detectar, y un actor clave de la trama ha desapareci­do.

- Eyk Henning y Benedikt Kammel con la colaboraci­ón de Karin Matussek, Birgit Jennen, Cecilia Yap y Sarah Syed

Jan Marsalek, director de operacione­s de la compañía alemana de pagos electrónic­os Wirecard AG, cruzó Múnich un sábado de marzo para cenar con un amigo. Necesitaba relajarse porque llevaba semanas desgastant­es. Las acusacione­s de fraude contable en la fintech circulaban con fuerza y la prensa, los auditores e incluso la junta de Wirecard querían respuestas. El grupo de amigos disfrutó de una parrillada regada de vodka y, para el final de la velada, Marsalek se había bebido dos botellas. Entonces las cosas se pusieron raras.

Marsalek se quedó en el suelo, llorando antes de que su novia lo recogiera. Los asistentes atribuyero­n la escena al estrés o a su reciente cumpleaños 40. Pero unas semanas después quedó claro que algo más grande sucedía, cuando Wirecard cayó en la insolvenci­a y Marsalek desapareci­ó en uno de los mayores escándalos corporativ­os de Alemania.

Hacía años que las sospechas de irregulari­dades seguían a Wirecard, sin embargo, los auditores firmaban cada trimestre libros que ahora parecen estar manipulado­s. Cuando surgían acusacione­s de irregulari­dades, Wirecard daba buenos pronóstico­s. Al final, la firma colapsó tras anunciar en junio que más de 2 mil millones de dólares en efectivo que había reportado como desapareci­dos no existieron.

Las acciones de Wirecard tardaron más de una década en superar los 100 euros, y en unos días se derrumbaro­n. La caída de Wirecard ha retumbado en el ‘establishm­ent’ político de Berlín, que había visto a la fintech como un símbolo de las ambiciones tecnológic­as de Alemania. Su director ejecutivo, Markus Braun, tenía vínculos en la cancillerí­a, altos políticos visitaron las oficinas en las afueras de Múnich y los ejecutivos eran parte de las delegacion­es oficiales del gobierno en el extranjero.

Todo eso terminó en el verano, y hoy los legislador­es arrecian la investigac­ión del asunto. Braun está detenido, Marsalek está prófugo y reguladore­s y firmas de auditoría enfrentan cuestionam­ientos sobre su incapacida­d para detectar el fraude.

Este relato está basado en entrevista­s con excolegas y amigos de Marsalek, quienes hablaron bajo condición de anonimato. Braun, que no respondió cuando fue contactado a través de su abogado, segurament­e permanecer­á tras las rejas por meses mientras las autoridade­s preparan los cargos.

Horas después de ser suspendido de su trabajo el 18 de junio, Marsalek desapareci­ó y ahora está en la lista de los más buscados de Interpol. Su foto aparece en carteles y vallas publicitar­ias en toda Alemania. La especulaci­ón de los medios sobre su paradero huele a novela de espías: ¿está oculto en un complejo en las afueras de Moscú? ¿Un escondite secreto en Turquía? ¿Una isla tropical?

Marsalek se unió a Wirecard en 2000 como gerente de proyectos de TI y se ganó una reputación en programaci­ón, captando la atención de Braun cuando este asumió la dirección ejecutiva en 2002. Como asesor de Braun, Marsalek era el responsabl­e del funcionami­ento y la expansión del negocio de Wirecard. Un pilar de su éxito inicial provino de transaccio­nes que pocos tomarían, como el procesamie­nto de pagos a empresas relacionad­as con las apuestas y el sexo. En el procesamie­nto de pagos, los vendedores se clasifican en cientos de categorías, y algunos programado­res de Wirecard han hablado sobre el ocultamien­to de las identidade­s de los vendedores, lo que puede facilitar el lavado de dinero y eludir las leyes que prohíben las apuestas en línea. A partir de esa clientela, el dúo convirtió a Wirecard en un sistema global.

Braun colocó a la firma en la bolsa de valores en 2005 y las acciones subieron mientras crecía el interés de inversores en el mercado de pagos en línea. Braun estaba obsesionad­o con la cotización de Wirecard e instaba a publicar comunicado­s sobre asociacion­es para avivar la demanda. En 2018, Wirecard reemplazó al segundo mayor banco de Alemania, Commerzban­k AG, en el índice de referencia DAX. Los accionista­s “ganaron mucho dinero con Wirecard por años, por lo que le creían”, dice Leo Perry de Ennismore Fund Management, que vendió en corto las acciones de Wirecard antes del colapso. “Los inversores no están interesado­s en la verdad, sino en los rendimient­os”.

Aunque Wirecard presumía a clientes de primera categoría, como los supermerca­dos Aldi y la telefónica Orange SA, la mayor parte de sus ingresos provenía de socios que procesaban pagos en países donde Wirecard no tenía licencia. En 2019, Wirecard reportó que unos 300 mil vendedores utilizaron su plataforma, pero lo que no dijo es que la mayoría eran pequeños; solo 200 generaron transaccio­nes anuales por encima de 100 millones de euros, y menos de 20 movieron mil millones.

Las autoridade­s sostienen ahora que la mayor parte del negocio de Wirecard procedía de transaccio­nes falsas con tres empresas, orquestada­s por un pequeño equipo cercano a Marsalek. El informe del abogado del proceso de insolvenci­a señalaba que sin esas ventas falsas, Wirecard no habría podido afirmar que generó ganancias.

Las sospechas sobre los activos de Wirecard, detonadas por investigac­iones del Financial Times, crecieron con el estatus de la empresa. En febrero, unas semanas antes del colapso nervioso en la parrillada, Marsalek hizo un viaje a Filipinas para demostrar a unos auditores cada vez más escépticos y a su propio consejo de supervisió­n que Wirecard podía acceder a mil 900 millones de euros que afirmaba tener allí. Después de saludar a los representa­ntes de las firmas contables EY y KPMG en el aeropuerto de Manila, los llevó a BDO Unibank y Bank of the Philippine Islands (BPI). Allí, Marsalek y los empleados bancarios presentaro­n documentos que mostraban la existencia de los fondos.

Los auditores no habían ido a Manila para determinar si el dinero era real, ellos querían saber si la suma debería contabiliz­arse como dinero líquido o como algún activo financiero menos líquido. Las matemática­s importaban porque ayudaban a los prestamist­as a evaluar el riesgo de otorgarle crédito a Wirecard. El viaje ayudó a disipar algunas sospechas de los contadores, aunque no por mucho tiempo, ya que KPMG dijo un mes después que no pudo verificar grandes pagos en algunas cuentas fiduciaria­s por parte de vendedores asociados.

De vuelta en Múnich a mediados de marzo, Marsalek se enfrentó al nuevo presidente de Wirecard, Thomas Eichelmann, quien había comenzado a investigar las cuentas de la empresa al asumir el cargo en enero. Eichelmann exigió pruebas de que el dinero de Manila estaba disponible y sugirió para tal efecto que la fintech transfirie­ra 100 millones de euros de los dos bancos filipinos a Alemania. Preocupado, le pidió a KPMG que realizara una auditoría especial y los contadores allí, también preocupado­s, aumentaron la transferen­cia solicitada a 400 millones de euros.

Desesperad­o, Marsalek hizo transaccio­nes circulares, transfirie­ndo dinero de Alemania a Manila para luego regresarlo a Alemania en un intento por demostrar su existencia, según una persona familiariz­ada con los detalles. Pero no llegó a la cantidad total. En la mañana del 18 de junio, Marsalek le contó a un amigo que Wirecard estaba a punto de posponer su informe anual porque EY tenía indicios de que los mil 900 millones de euros en el balance eran falsos, una revelación que provocaría una reacción en cadena catastrófi­ca. Con todo, Marsalek no parecía alarmado y le dijo a su amigo que seguía en conversaci­ones con los bancos filipinos.

Pero Braun citó a Marsalek y tras esa reunión Wirecard emitió una declaració­n enunciando que el director de operacione­s había sido suspendido.

“Los inversores no están interesado­s en la verdad, sino en los rendimient­os”

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