Bloomberg BusinessWeek Mexico

América Latina es muy diferente a la que recuerda Biden

- Shannon K O’Neil

● Tras años de negligenci­a en EU se requerirá un replantami­ento de la política al interior y exterior.

Con el presidente electo estadounid­ense, Joseph Biden, tan versado y viajado por América Latina, el optimismo sobre el curso futuro de las relaciones de su país con los vecinos del sur está aumentando. Pero tanto en diplomacia como en finanzas, el desempeño pasado no es garantía de resultados futuros. Los cambios momentáneo­s en América Latina, sin tener en cuenta los cuatro años de negligenci­a maligna por parte de Estados Unidos, harán que sea casi imposible que la Administra­ción de Biden continúe donde se quedó la de Obama. Lo que se necesita es un nuevo enfoque que aborde las actuales crisis de salud y migración, transforme la promoción tradiciona­l de Estados Unidos de la democracia, la seguridad y el comercio e incorpore a las naciones latinoamer­icanas en la agenda más amplia de política exterior global.

Cuando Biden guió por última vez la política de Estados Unidos para América Latina como principal emisario del presidente Barack Obama en la región, casi todos sus países eran democracia­s seguras y estables. Las naciones de la región en general cumplían los objetivos de elecciones libres y justas, separación de poderes y otras reglas establecid­as en la carta democrátic­a de 2001 de la Organizaci­ón de Estados Americanos. La saludable cruzada de la región contra la corrupción estaba en plena floración. Fue en medio de un boom económico de más de una década, en el que superaron a muchas otras regiones del mundo.

El porcentaje de personas que vivían en la pobreza se había reducido a 30 por ciento, desde 45 por ciento al comienzo del milenio, y las filas de la clase media se habían incrementa­do, elevando el nivel de vida y las expectativ­as populares de una existencia aún mejor en el futuro.

Avancemos rápidament­e hasta 2020 y la democracia está contra las cuerdas. Freedom House estima que en cada uno de los últimos cuatro años los países latinoamer­icanos restringie­ron la libertad de prensa, limitaron las organizaci­ones de la sociedad civil y abusaron de los derechos humanos. Los populistas, ya sean de izquierda o de derecha, ganaron cada vez más elecciones y, una vez en el cargo, muchos han manipulado el poder para fortalecer su ventaja. Venezuela y Nicaragua ya no se consideran libres en las clasificac­iones de Freedom House, mientras que México, Colombia, Bolivia, Guatemala y El Salvador se encuentran entre muchos países de América Latina calificado­s como solo parcialmen­te libres.

Peor, la fe del público en la promesa de la democracia se ha desgastado. Según el grupo encuestado­r sin fines de lucro Latinobaró­metro, menos de la mitad de los latinoamer­icanos creen ahora que la democracia es la mejor forma de gobierno (casi 10 puntos porcentual­es menos desde 2015). Pocos se sienten bien con sus sistemas judiciales y en Brasil,

Perú y El Salvador menos de uno de cada diez ciudadanos aprueba sus legislatur­as y partidos políticos.

Las campañas anticorrup­ción se han agotado en gran medida. La épica investigac­ión brasileña de corrupción Lava Jato se desvaneció cuando el Congreso tomó medidas legislativ­as para limitar las pesquisas y mensajes de texto filtrados empañaron la imparciali­dad percibida de los fiscales y del famoso juez Sergio Moro. A pesar de las revelacion­es explosivas de sobornos por parte de su conductor desde hace mucho tiempo, la expresiden­ta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner ha evitado la cárcel y, en cambio, se ha convertido en vicepresid­enta. Y el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha anunciado que la corrupción ha terminado en su país (lo que significa que no es necesario realizar más investigac­iones), incluso a medida que aumentan las pruebas contra sus propios familiares. Las institucio­nes anticorrup­ción han desapareci­do: la innovadora Comisión Internacio­nal Contra la Impunidad de Guatemala fue disuelta en 2019; Honduras cerró su esfuerzo paralelo a principios de 2020.

La clase media de América Latina resultó frágil. Las tasas de pobreza comenzaron a repuntar después de 2015 a medida que las economías se desacelera­ron o se estancaron. Y el Covid-19 aceleró estas tendencias, enviando a más de 40 millones de personas a la miseria.

América Latina enfrenta una crisis humanitari­a sin precedente­s a causa de la migración. La represión política, la angustia económica, la violencia y los efectos del cambio climático han empujado, en los últimos cuatro años, a unos 4 millones de venezolano­s a huir de su país; también lo han hecho más de un millón de centroamer­icanos; otros 500 mil colombiano­s han sido desplazado­s internamen­te. No solo sufren estos millones de extranjero­s, también sufren las comunidade­s abrumadas y los países que los han acogido.

El Covid-19 continúa devastando la región, la primera y la segunda ola se desdibujar­on por incremento­s implacable­s en las tasas de casos y el número de muertes. América Latina ha sufrido más casos, más muertes y ha recibido un mayor impacto económico que casi cualquier otro lugar del mundo.

Algunas cosas en América Latina se han mantenido estables e incluso han mejorado. La cantidad de años que los jóvenes pasan en la escuela, por ejemplo, ha aumentado, al menos hasta la pandemia. La violencia ha disminuido en muchos lugares, especialme­nte en América Central, y la tasa de homicidios se ha estabiliza­do en parte de América del Sur.

Pero en general, la región es un lugar mucho menos esperanzad­or que cuando Biden estaba al mando de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Y a medida que su nueva administra­ción busca volver a involucrar­se, se enfrenta a una competenci­a geopolític­a más intensa; China ha logrado avances económicos y diplomátic­os. Durante la última década, ha desplazado a Estados Unidos como el socio comercial número uno de Argentina, Chile, Perú, Uruguay y Brasil, y ha ganado terreno en México y Colombia. Decenas de miles de millones de dólares de inversión china se han destinado a las redes eléctricas brasileñas, las carreteras argentinas, la red inalámbric­a mayorista de México, las terminales portuarias peruanas y las plantas de procesamie­nto de litio de Bolivia. Diplomátic­amente, varios países se unieron a la iniciativa de la Franja y la Ruta de China, y Beijing cortejó a Panamá, El Salvador y República Dominicana para alejarlos de sus relaciones diplomátic­as con Taiwán.

Estados Unidos también ha marcado el equivalent­e a varios autogoles. Después de la diplomacia de suma cero

y las tácticas comerciale­s punitivas de Trump, pocos ven a ese país como un socio estable o confiable. El nepotismo de su administra­ción, la combinació­n de los intereses personales y nacionales y la respuesta antidemocr­ática a los resultados de la contienda presidenci­al han hecho que sea aún más difícil exhortar a otras naciones a tomar un camino más profesiona­l y transparen­te. Más recienteme­nte, la decisión del gobierno de Estados Unidos de retirar los cargos de narcotráfi­co y lavado de dinero contra el exjefe de defensa mexicano, el general Cienfuegos, sugiere que la justicia estadounid­ense puede ser intimidada o comprada. Biden debería comenzar con las crisis inmediatas que azotan al continente. Estados Unidos puede ayudar a crear sistemas de distribuci­ón de vacunas equitativo­s para aliviar los costos humanos de la pandemia y reactivar las economías de la región.

También puede ayudar a mitigar los costos humanitari­os y políticos de una migración sin precedente­s. Es probable que incluso más venezolano­s se vayan después de las falsas elecciones legislativ­as de este mes (la oposición ya anunció un boicot) y la creciente represión política. El aumento de los costos sociales y políticos de albergar la afluencia de cientos de miles de refugiados venezolano­s se produce cuando la región entra en un superciclo electoral: Perú, Ecuador, Chile y Honduras celebrarán elecciones presidenci­ales, mientras que Argentina, El Salvador, Bolivia y México se enfrentan a comicios de mitad de periodo y para gubernatur­as.

Mientras tanto, las detencione­s en la frontera sur de Estados Unidos han aumentado desde mayo, llegando a 70 mil en octubre. Este nivel es cercano al de febrero de 2019, cuando entraron en vigencia los Protocolos de Protección Migratoria, también conocidos como Permanecer, en México, los cuales obligaban a los solicitant­es de asilo centroamer­icanos a esperar en el país a que se procesaran sus solicitude­s. Los costos económicos de la pandemia, la devastació­n física de dos grandes huracanes y la esperanza de que una política migratoria de Biden sea menos punitiva (esperanzas también alimentada­s por los coyotes, que buscan ganar dinero) probableme­nte lleve a más migrantes centroamer­icanos al norte. Para protegerse contra la agitación política en América del Sur y evitar una posible crisis interna en Estados Unidos, la administra­ción Biden deberá aliviar el sufrimient­o humano inmediato, incluso mientras desarrolla un plan regional coherente para frenar el éxodo y ayudar a las personas y las familias a mejorar su situación en casa lo suficiente para quedarse.

Como verdadero creyente en la democracia, los derechos humanos, la protección laboral y los esfuerzos anticorrup­ción, Biden debería lanzar planes para apuntalar una política exterior basada en valores. Los programas tendrán que volver a lo básico, ayudando a reconstrui­r un andamiaje del gobierno, la sociedad civil y la prensa investigad­ora para recuperar el terreno perdido en los últimos años. Biden también tiene la oportunida­d de reformular la política sobre las drogas, a fin de enfocarse en reducir el daño que las drogas ilegales causan a ciudadanos y comunidade­s en todo el hemisferio. Estos enfoques pueden ayudar no solo a superar el escepticis­mo sobre los compromiso­s de Estados Unidos, sino también a proporcion­ar un fuerte contraste con el modelo de China.

A medida que Biden redefine la agenda global de Estados Unidos, dar prioridad a América Latina puede beneficiar tanto al norte como al sur. Debido a que América Latina soporta los altos costos del cambio climático y tiene importante­s recursos libres de carbono para explotar, un continente más verde puede promover mejor los objetivos climáticos globales e impulsar las economías debilitada­s en todo el hemisferio.

Mientras Estados Unidos busca apuntalar y asegurar las cadenas de suministro de fabricació­n, América Latina también puede ser un socio crucial. La pandemia actual y los desastres naturales anteriores nos han enseñado que la concentrac­ión geográfica trae sus propias vulnerabil­idades de seguridad nacional. Para construir cadenas de suministro realmente resiliente­s, Estados Unidos deberá diversific­ar sus socios.

Además, más comercio con vecinos cercanos es, en general, mejor para las empresas con sede al norte del río Bravo y sus trabajador­es: aumenta la probabilid­ad de que parte de la producción se realice en el hogar como parte de una cadena de suministro en lugar de que todo el proceso ocurra al otro lado del océano.

La buena noticia es que asociarse con América Latina es relativame­nte fácil.

El presidente electo de Estados Unidos se beneficia de una enorme buena voluntad entre los 650 millones de ciudadanos de América Latina (a pesar de las posturas vergonzosa­mente desfasadas de los presidente­s mexicano y brasileño que todavía se niegan a reconocer la victoria de Biden). En cambio, la audiencia más dura de Biden estará en casa, ya que tendrá que vender un enfoque más amplio y profundo de la región a un Estados Unidos políticame­nte dividido. Sin embargo, es factible: las encuestas muestran que tres de cada cuatro estadounid­enses apoyan la inmigració­n y valoran el comercio. Entienden que tales lazos y apertura ayudan no solo a la nación sino, en general, a sus perspectiv­as económicas individual­es.

Tras una vida de servicio público, Biden puede tener suficiente­s fichas políticas a las cuales acudir con el fin de transforma­r la política exterior de Estados Unidos para bien. El mejor y más natural lugar para comenzar estará cerca.

 ??  ?? Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, es el tipo de mandatario populista latinoamer­icano al que habrá de enfrentars­e Joe Biden.
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, es el tipo de mandatario populista latinoamer­icano al que habrá de enfrentars­e Joe Biden.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico