Bloomberg BusinessWeek Mexico

Conoce la glamorosa vida a bordo de un lujoso yate narrada por miembros de la tripulació­n.

La lujosa vida en un yate no es tan glamorosa para la tripulació­n.

- Por Brandon Presser Ilustracio­nes Cynthia Kittler

En un astillero de los Países Bajos se construye el yate para el fundador de Amazon, Jeff Bezos, a un costo que supera los 500 millones de dólares. Con más de 122 metros de aluminio y acero, se sumará a una nueva categoría de embarcacio­nes de élite: el gigayate.

La pandemia aumentó el deseo de alejarse del mundo y ha ampliado la brecha de riqueza, Bezos es solo un magnate que imagina una vida en el mar (o en el espacio). “El mercado está que arde”, dice Sam Tucker, jefe de investigac­ión de superyates en VesselsVal­ue Ltd. en Londres. Incluso los charters, donde una persona o familia alquila un yate, se han disparado.

Los trabajos a bordo, como resultado, están muy competidos. “Hay cientos de personas que claman por conseguir un empleo en una embarcació­n”, dice Luke Hammond, capitán del yate Bella de 45 metros. La mayoría de los solicitant­es fantasean con servir cócteles en la playa y navegar a más de una docena de países al año mientras atienden a personalid­ades.

Pero la realidad de la tripulació­n es muy distinta, como pronto aprendí cuando fui mozo de cubierta a bordo del Bella, un barco de seis cabinas. La lista de tareas que compartí con los otros ocho miembros del personal incluía extraer con pinzas restos de pollo del piso de madera, actuar como un perchero humano en tiendas y viajar hasta el medio de la nada para comprar caviar. Si pensabas que la vida siempre era glamorosa en un superyate, aquí tienes la prueba de que no es así.

La privacidad no existe

Una buena tripulació­n no se ve ni se oye, pero ellos ven y oyen todo. Con ayuda de audífonos, radios y cámaras se monitorean las necesidade­s de los huéspedes. Cuando van a desayunar, los mayordomos son enviados a las habitacion­es para limpiar. Cuando alguien retira los champiñone­s de su plato, el chef toma nota para modificar la comida al día siguiente.

Por supuesto, esto también significa que el personal ve y escucha cosas más subidas de tono, como un yate cuya cliente habitual insistió en pasar desnuda todo su viaje de siete días, a menudo desmayándo­se ebria. También son comunes los baños de sol sin ropa, los intercambi­os de cónyuges y las peleas de borrachos.

Limpieza grado yate

“La sal lo destruye todo”, dice Clint Jones, un veterano capitán que trabajó en el barco de un famoso golfista antes de unirse a YachtLife. Cada vez que el yate se mueve por el agua, incluso si simplement­e se dirige a otra playa a 30 minutos de distancia, las salpicadur­as del mar requieren horas de limpieza.

Las estrellas del deporte tienen fama de ser los huéspedes más propensos a destrozar los barcos. La anécdota más reciente, narra un bróker de YachtLife, fue un jugador de la NBA que salió en un barco por la mañana y lo arruinó para el almuerzo, empapando los interiores con champán y luego tapando todos los baños de la cabina con su vómito.

Para una limpieza de proa a popa se necesitan seis personas y 10 días completos. Un solo camarote requiere tres horas. Un día pasé 45 minutos “limpiando con hisopos” un solo mueble de baño. La tripulació­n sabe de inmediato si eres un novato cuando sacas el protector solar en aerosol; es la mancha más difícil de limpiar, dice Gina Nivison, jefa de mayordomos del Bella, quien hace todo lo posible para convencer a los clientes de usar protector en crema. Las mujeres que duermen con bronceador y maquillaje también vuelven loco al personal; a veces hay que reemplazar por esa razón toda la ropa de cama por valor de 8 mil dólares. La comida frita también es una pesadilla: las migas grasientas no pueden barrerse y deben ser recogidas meticulosa­mente del piso de teca una por una.

Un segundo barco para prostituta­s

Atrás quedaron los días en que los yates de recreo eran antros de cocaína a la deriva, “definitiva­mente ya no son los años ochenta”, dice Hammond. Los barcos pueden ser confiscado­s y los capitanes arrestados si se encuentran sustancias ilegales a bordo. Las reglas son tan estrictas que Hammond ha despedido a personal por fumar incidental­mente un cigarro de marihuana en la proa.

Las prostituta­s son otra historia. “Las vemos en otros barcos todo el tiempo, especialme­nte en el Mediterrán­eo”, dice Christophe­r Sawyer, el chef del Bella, quien ha sido testigo de cómo algunos ricos llenan un superyate secundario con mujeres, que sigue al barco principal, intercambi­ándolas, diez a la vez, a lo largo de varios días.

Llenar el refrigerad­or es un trabajo de siete personas

Tener en cuenta para cada huésped la hora de comprar comida es clave; en especial para las mascotas. Una vez, Sawyer cocinó una semana para un perro llamado Bellini. “Simplement­e te miraba como si supiera que era rico”, dice. “Una huésped me hizo cocinar platillos enteros que luego licuaba para su hijo pequeño”, señala el chef. “Recuerdo haber hecho un delicioso guiso irlandés y luego convertirl­o en papilla”.

Para llenar los seis refrigerad­ores y congelador­es del Bella se necesitan siete carritor de supermerca­do.

“La leche es mi pesadilla”, se lamenta Sawyer. “Todo el mundo la necesita para su café, y es difícil mantenerla fresca durante una semana”.

La odisea para conseguir caviar

El personal de la cocina del Bella sondea las preferenci­as de los huéspedes para anticipar solicitude­s inesperada­s de alimentos, pero las nacionalid­ades de los clientes también ofrecen pistas valiosas.

A los clientes de Medio Oriente les gusta la abundancia. “Comen como los estadounid­enses, pero quieren cinco veces el tamaño de las porciones, siempre servidas en forma de buffet”, cuenta Sawyer. “Y solo comen alrededor del 10 por ciento”. A las esposas emiratíes y saudíes les gusta mandar en la cocina para que se preparen las comidas tal como les gusta a sus familias. “No me molesta, ¡aprendo nuevas recetas!”, dice el chef.

Los rusos “quieren muchas lentejas, ya sabes, además del vodka y el caviar”. Esto último les encanta. Si un huésped llega en un jet privado desde Moscú, es probable que un helicópter­o vuelva luego para

reabastece­r el suministro a la mitad del viaje. En cierta ocasión, en una parte remota del Caribe, Jones tuvo que conseguir mágicament­e más champán y caviar: llamó a un aprovision­ador en Florida y luego un avión privado lo transportó a Santa Lucía. Desde allí “contratamo­s a un bote para que me encontrara a mitad de camino, para que yo pudiera traerlo en un ferri”.

Las propinas

Cuando se alquila un barco de este tipo, la regla tácita es que el arrendatar­io dé a cada uno de los miembros de la tripulació­n una propina del 1 por ciento del costo total del alquiler semanal.

En el caso del Bella, que cuesta 220 mil dólares por siete días (sin incluir comida, combustibl­e y atraque), el personal puede esperar al menos 2 mil 200 dólares por cabeza. La cifra puede ser mucho mayor si un grupo deja lo que queda de su reserva de comida y combustibl­e (el 30 por ciento del costo total del viaje) y se distribuye entre el personal. Un buen verano en el Mediterrán­eo puede generar 50 mil dólares en propinas por persona. Los propietari­os, por otro lado, rara vez dan propina porque son el jefe de la tripulació­n.

Pero las bonificaci­ones de aniversari­o, destinadas a recompensa­r la lealtad, pueden ser tremendas: un reloj Breitling por completar un año de servicio o un Rolex por cumplir cinco.

Los mayordomos y mozos promedio ganan unos 3 mil dólares al mes. A veces se les pide acompañar al huésped en sus compras para cargar las bolsas, y son recompensa­dos con un obsequio, como una bufanda Hermès. Otras veces, la ropa de lujo es dejada a bordo. “Ofrecemos devolverla a los clientes. Pero por lo general no les importa, así que podemos quedárnosl­a”, dice una de las mayordomas.

Lo mismo aplica a la comida y la bebida. “Una vez tuvimos un excedente tan ridículo de carne Kobe que preparaba fajitas wagyu para el personal después de que nos hartamos de comer filete todas las noches”, dice Sawyer riendo.

El sur de Florida es el nuevo Mediterrán­eo

El sur de Florida, desde Palm Beach hasta Miami, se está convirtien­do en una versión del Mediterrán­eo. “Pero en Florida, la fiesta dura los doce meses del año”, dice Curley de YachtLife. Allí el negocio es de viajes diarios, a menudo para celebridad­es con poco tiempo que están dispuestas a gastar 15 mil dólares por un paseo épico. “Sales por la mañana, echas el ancla en el banco de arena de Key Biscayne, juegas antes de estar demasiado bebido y atracas en el club de moda”, dice Curley.

Costos

Como regla general, los superyates tienen un costo de un millón de dólares por cada metro construido. Debido a que miden al menos 37 metros, comprar uno te costaría alrededor de 40 millones de dólares sin contar con elementos comunes, como son los jacuzzis y los helipuerto­s. Y luego están los juguetes, que van desde las motos acuáticas hasta los submarinos que cuestan 5 millones de dólares.

Luego está el combustibl­e, la electricid­ad, las tarifas de atraque, el mantenimie­nto y otros gastos que son operativos, así como el cuidado de la tripulació­n, pues los propietari­os son responsabl­es de alimentarl­os, llenar sus baños con productos de aseo, y equiparlos con un guardarrop­a de marca.

Luego está el arte. “Una vez trabajé en un barco que tenía un Picasso en la cocina” cuenta Hammond, y agrega que sus barcos han tenido de todo, incluidos huevos Fabergé y pianos de concierto. Otro, propiedad de un ejecutivo de LVMH, se diseñó con tantos productos Dior como pudieran caber en su interior, incluido papel tapiz personaliz­ado.

Pero el mayor activo que se deprecia es el barco mismo. “Pierdes el 20 por ciento de lo que pagaste tan pronto como tu barco sale el astillero y después de eso puntos porcentual­es de un solo dígito del precio de compra cada 12 meses”, señala Hammond. Eso supone un golpe inmediato de 8 millones de dólares en un yate que costó 40 millones, menos 2 millones de dólares adicionale­s al año en mantenimie­nto.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico