Gigantes cárnicos aceleran deforestación del Amazonas
El mayor productor de carne del mundo afirma que no tolera la deforestación de la selva, pero la investigación de Bloomberg lo desmiente.
São Félix do Xingu, en el estado de Pará, es una región sin ley en la selva amazónica de Brasil. Las cabezas de ganado superan a los habitantes en una proporción de casi veinte a uno y, cuando anochece, sus caminos de terracería se llenan de camiones que transportan gigantescos troncos de árboles robados. Es un lugar que pocos forasteros visitan, donde los motociclistas no usan casco porque la gente quiere saber quién va y viene. Todos conocen a todos, en especial Stanisley Ferreira Sandes.
Durante cuatro meses al año, Ferreira Sandes, de 47 años, recorre los 85 mil kilómetros cuadrados de São Félix en una Chevrolet cuatro por cuatro. Necesita 5 mil reses para alimentar los rastros del gigante brasileño JBS SA y de otros, carne que luego llega a mercados internacionales, desde Miami hasta Hong Kong. Cuanto más rápido alcanza esa cuota, antes se va a casa. Pero la competencia es feroz. Visita tres ranchos al día, cuatro a lo sumo, recogiendo 23 vacas aquí, 68 allá. Para compradores como
Ferreira Sandes, no hay mejor lugar que São Félix do Xingu. Con 2.4 millones de cabezas, tiene el hato más grande de Brasil. «Si lo que buscas es ganado», dice, «no necesitas ir a ningún otro lado”.
Pero el municipio también reclama otro título, es la capital mundial de la deforestación. Comprender cómo la industria cárnica y la destrucción de la selva tropical están inextricablemente entrelazadas revela una verdad que JBS no reconoce: siendo el mayor productor de carne bovina de la región, su cadena de abastecimiento también es una de las principales responsables de la deforestación amazónica.
Aunque dice cuidar el medio ambiente, JBS ha adquirido más ganado del Amazonas que cualquier otro empacador de carne en una industria que es abrumadoramente culpable de la desaparición de la selva tropical. Ha contribuido a que la selva tropical más grande del mundo se halle en un punto de inflexión en el que ya no puede limpiar el aire de la Tierra, porque grandes porciones ahora emiten más carbono del que capturan. A fines del año pasado, en la cumbre climática COP26, en Glasgow, gobiernos e instituciones financieras (incluidos los inversores de JBS) firmaron ambiciosos compromisos para modificar sus modelos comerciales para salvar el medio ambiente. Con la deforestación del Amazonas en su punto más alto en 15 años, JBS es un ejemplo que ilustra lo difícil que es cumplir tales promesas.
Desde hace más de una década JBS se ha comprometido a eliminar de su cadena de producción a animales nacidos o criados en tierras deforestadas. Pero para mostrar cuán lejos ha llegado su huella en la Amazonia en ese periodo, Bloomberg analizó alrededor de un millón de registros de entrega que JBS publicó accidentalmente en línea. Y un viaje de 10 días al corazón de la región ganadera de Brasil puso de manifiesto con qué facilidad vacas procedentes de tierras taladas ilegalmente llegan a sus cadenas de suministro. JBS dice que exige los estándares más altos para sus proveedores, pero el origen de un animal no siempre queda claro y operan dentro de un sistema legal tan lleno de lagunas que los procuradores, los ambientalistas e incluso los ganaderos lo consideran una farsa.
En su respuesta a este artículo, JBS afirmó que “no tolera la deforestación ilegal” y que “ha mantenido, durante más de 10 años, un sistema geoespacial que utiliza imágenes satelitales para monitorear a sus proveedores en todos los biomas” en Brasil.
Hace unas décadas, todo era selva tropical en São Félix do Xingu; hoy, casi todo lo que se ve son pastizales, más de un millón de hectáreas de la selva han sido reemplazadas por reses. En aquel tiempo, el mundo no sabía del vínculo catastrófico entre la ganadería y la deforestación. Hasta que llegó a
Pará el joven procurador
Daniel Azeredo.
El puesto no era la primera opción de Azeredo, pero ninguno de sus colegas en la oficina del procurador federal lo quería. En una nación asolada por la violencia y la corrupción, el estado de Pará es particularmente anárquico. “Pongámoslo de esta manera”, dice el abogado que ahora tiene 40 años, “cuando llegué, en 2007, había entre 30 mil y 40 mil incendios en el Amazonas cada año, y los reguladores y la policía no tenían idea de quién era el responsable”.
Descubrió que era obra de la industria ganadera. Más del 70 por ciento de la tierra deforestada en la Amazonia se convierte en pastizales, el primer paso en una cadena de suministro que es de las más complejas del mundo. En un extremo de la cadena de producción de carne vacuna brasileña hay 2.5 millones de ganaderos, muchos en rincones remotos de la Amazonia donde no hay oficinas gubernamentales, escuelas o siquiera teléfonos. Por otro lado, están los compradores corporativos en 80 países, incluidas cadenas de comida rápida, supermercados y fabricantes de zapatos y bolsos de piel. “En el medio, están los rastros”, dice Azeredo. “Así que pensé: ‘Bueno, vamos tras ellos’”.
En junio de 2009 lo hizo. Una investigación de dos años culminó con la identificación de rastros o mataderos que compraban ganado de tierras desbrozadas ilegalmente.
Greenpeace retomó el trabajo de Azeredo y emitió un informe histórico que cambió la forma en que el mundo entendía la deforestación. El grupo ambientalista denunció a grandes marcas que compraban carne y cuero de un trío que era especialmente responsable de la deforestación amazónica: JBS, Marfrig Global Foods SA y Bertin. Los clientes corporativos los amenazaron con romper relaciones si no limpiaban sus cadenas de suministro, y el equipo de Azeredo redactó un acuerdo y un cronograma para hacerlo.
Sin una ley en Brasil que prohíba específicamente la compra de bienes de tierras deforestadas, el acuerdo con la procuraduría establece las únicas pautas que siguen las empacadoras de carne en el Amazonas, pero son de observancia voluntaria y, según el propio Azeredo, demasiado débiles. La creciente presión de inversionistas y clientes hizo que los grandes exportadores suscribieran el acuerdo, pero otros simplemente se negaron y compran abiertamente sus animales donde les da la gana. JBS lo firmó en julio de 2009, pero también se expandió agresivamente en el Amazonas en los años siguientes. Compró a rivales, incluido Bertin, para convertirse en el mayor productor de cuero del mundo.
El año pasado, cuatro altos ejecutivos de JBS reconocieron en entrevista, bajo condición de anonimato, que el “lavado de ganado” (reses criadas en tierras deforestadas que luego pasan a granjas “limpias” para su engorda) es un problema de toda la industria. Dado que muchos rastros no firmaron el acuerdo de los procuradores, los estándares de JBS son mucho más altos que muchos, arguyen. JBS dice que revisa decenas de miles de ranchos diariamente y ha bloqueado más de 14 mil granjas proveedoras por no cumplir con sus políticas de cero deforestación.
El problema es que la cadena de suministro se divide en dos grupos: proveedores directos e indirectos, y JBS verifica solo la legalidad de los primeros, sin saber casi nada sobre los segundos, violando sus acuerdos. Es como decir que el dinero lavado está limpio porque el banco que supervisa la cuenta corriente no cometió el delito. Las instituciones financieras no escurren su responsabilidad tan fácilmente; las empacadoras cárnicas del Amazonas sí.
Incluso algunos de los mayores inversores de JBS parecen no darse cuenta de la distinción. “No entendemos la controversia”, dijo João Carlos Mansur, director general de REAG Investimentos, que es el cuarto mayor inversor de la empresa, con una participación valorada en mil millones de dólares. “Ya tienen mapeada toda su cadena de suministro, desde el origen del ternero hasta el sacrificio”.
Pero el ganado en Brasil se mueve varias veces antes de ser sacrificado, según el Laboratorio Gibbs de Medio Ambiente y Uso de la Tierra de la Universidad de Wisconsin. JBS monitorea sistemáticamente solo el último rancho o corral de engorda en la vida de una vaca.
Ferreira Sandes, el comprador de ganado, comienza su mañana en São Félix do Xingu con el teléfono lleno de mensajes. Los ganaderos locales le envían videos de vacas en venta, él anota los lotes que le interesan y luego va a buscarlas. En un pequeño corral esperan 20 cabezas, son lo que se conoce en portugués como “gados magros”, vacas flacas. Ferreira Sandes cerró ayer la compra por unos 70 mil reales. Todo lo que hace falta es herrarlas: una letra T de transporte queda marcada sobre la pata izquierda del animal junto a media docena de otras marcas, cada una representa un paso diferente en su viaje hasta el momento.
Las vacas llevan en ese corral apenas un par de días. El dueño de la finca, un hombre que dice llamarse Tonico Nogueira, se gana la vida vendiendo ganado de otros. “Todos los días hay vacas que van y vienen”, dice. “Llegan, se quedan uno o dos días y luego se van de nuevo en un camión”. Las estaciones de paso y los intermediarios como Nogueira son los puntos en disputa para ambientalistas e investigadores, pues, dicen, son el núcleo de la farsa que garantiza un suministro constante de animales procedentes de tierras deforestadas. Para demostrarlo, grupos como Greenpeace e investigadores desde Wisconsin hasta Bélgica analizan cientos de miles de
guías de tránsito (documentos que autorizan la movilización del ganado y certifican su estado sanitario) para reconstruir el viaje de una vaca tan claramente como está marcado en su piel.
El gobierno brasileño oculta esos documentos, citando preocupaciones de privacidad. Sin embargo, algunos grupos de activistas han acopiado bases de datos a través de web scraping y una técnica conocida como “fuerza bruta” para adivinar identificadores alfanuméricos de muchos caracteres. Armados con las bases de datos, los activistas a veces pueden conectar los puntos desde un rancho deforestado donde nace un animal hasta el matadero donde muere.
Ferreira Sandes no pregunta dónde ha estado el ganado antes de comprarlo y dice que su papeleo siempre está en orden. Todo lo que necesita es una guía de tránsito que indique como origen el pequeño corral de Nogueira y como destino Fazenda Lageado, la finca para la cual trabaja Ferreira Sandes. En uno o dos años, una vez que las vacas hayan ganado la mitad de su peso corporal y su piel, hoy pegada a las costillas, se haya tensado por la carne y la grasa extra, se emitirá otra guía de tránsito para que puedan enviarse al rastro y se documente un nuevo rancho de origen.
En el corral de Nogueira terminan de herrar tras media hora y Ferreira Sandes está de vuelta en su camión. Para cuando termine su día, 12 horas después, habrá visitado otros tres ranchos, ninguno de los cuales cumple con las normas y regulaciones de Brasil, según las entrevistas y una verificación cruzada de las coordenadas GPS de las fincas y los registros públicos. Un propietario ha sido embargado por el regulador ambiental de Brasil; el segundo fue señalado por el Instituto Nacional de Investigación Espacial por deforestación y su administrador habló sin tapujos sobre cómo trasladaba el ganado a la finca vecina para hacer una venta. La propietaria del tercer rancho, una matriarca llamada Divina, adultera abiertamente los registros de vacunación con la ayuda de un funcionario del gobierno local antes de obtener su guía de tránsito. Arreglos en lo oscurito, soluciones alternativas, chanchullos, así ha sido siempre, dice Divina. “No tenemos gobierno, educación o infraestructura aquí”, comenta. “Solo nos tenemos unos a otros y nuestros ranchos, hacemos lo que sea necesario para salir adelante”. Es un sentimiento compartido por más de una docena de ganaderos entrevistados durante el recorrido de Bloomberg por la región. Pero es un viaje que los auditores de la cadena de suministro de
JBS nunca han hecho. “Ningún protocolo requiere visitas a los proveedores directos”, dijo JBS sobre sus compromisos de monitoreo.
Es imposible saber si alguna de las vacas que compra Ferreira Sandes terminará en los mataderos de JBS. La finca ganadera de Lageado, como miles de otros proveedores en el ecosistema del gigante cárnico, es un mezcladero de orígenes. Un estudio de 2020 publicado en la revista Science encontró que tal mezcla significa que más de la mitad de todas las exportaciones de carne de res de la región a la Unión Europea pueden estar contaminadas por la deforestación.
Las leyes y regulaciones contra la deforestación en Brasil están llenas de matices, y JBS es una empresa que vive en esa zona gris. Los dueños de ranchos amazónicos están legalmente autorizados a deforestar una parte de sus propiedades, y quienes se exceden en la tala de árboles pueden reiniciar la venta de ganado apelando o prometiendo replantar. Por décadas, el gobierno también ha hecho la vista gorda ante la apropiación ilegal de tierras amazónicas, estableciendo mecanismos para que los ocupantes ilegales puedan vender ganado legalmente y también perdonando a los usurpadores de tierras otorgándoles títulos de propiedad. “Las grandes empacadoras siempre se quejan de tener que liderar estas iniciativas, cuando en realidad el gobierno debería liderar”, dijo Azeredo, el procurador federal. En su opinión, marcar el ganado al nacer sería lo más parecido a una bala de plata y no costaría mucho, pero tanto las empresas como el gobierno se han resistido a ese plan. “Me encantaría forzarlo, pero como no hay ley, no puedo”, afirmó.