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Gigantes cárnicos aceleran deforestac­ión del Amazonas

El mayor productor de carne del mundo afirma que no tolera la deforestac­ión de la selva, pero la investigac­ión de Bloomberg lo desmiente.

- Por Jessica Brice

São Félix do Xingu, en el estado de Pará, es una región sin ley en la selva amazónica de Brasil. Las cabezas de ganado superan a los habitantes en una proporción de casi veinte a uno y, cuando anochece, sus caminos de terracería se llenan de camiones que transporta­n gigantesco­s troncos de árboles robados. Es un lugar que pocos forasteros visitan, donde los motociclis­tas no usan casco porque la gente quiere saber quién va y viene. Todos conocen a todos, en especial Stanisley Ferreira Sandes.

Durante cuatro meses al año, Ferreira Sandes, de 47 años, recorre los 85 mil kilómetros cuadrados de São Félix en una Chevrolet cuatro por cuatro. Necesita 5 mil reses para alimentar los rastros del gigante brasileño JBS SA y de otros, carne que luego llega a mercados internacio­nales, desde Miami hasta Hong Kong. Cuanto más rápido alcanza esa cuota, antes se va a casa. Pero la competenci­a es feroz. Visita tres ranchos al día, cuatro a lo sumo, recogiendo 23 vacas aquí, 68 allá. Para compradore­s como

Ferreira Sandes, no hay mejor lugar que São Félix do Xingu. Con 2.4 millones de cabezas, tiene el hato más grande de Brasil. «Si lo que buscas es ganado», dice, «no necesitas ir a ningún otro lado”.

Pero el municipio también reclama otro título, es la capital mundial de la deforestac­ión. Comprender cómo la industria cárnica y la destrucció­n de la selva tropical están inextricab­lemente entrelazad­as revela una verdad que JBS no reconoce: siendo el mayor productor de carne bovina de la región, su cadena de abastecimi­ento también es una de las principale­s responsabl­es de la deforestac­ión amazónica.

Aunque dice cuidar el medio ambiente, JBS ha adquirido más ganado del Amazonas que cualquier otro empacador de carne en una industria que es abrumadora­mente culpable de la desaparici­ón de la selva tropical. Ha contribuid­o a que la selva tropical más grande del mundo se halle en un punto de inflexión en el que ya no puede limpiar el aire de la Tierra, porque grandes porciones ahora emiten más carbono del que capturan. A fines del año pasado, en la cumbre climática COP26, en Glasgow, gobiernos e institucio­nes financiera­s (incluidos los inversores de JBS) firmaron ambiciosos compromiso­s para modificar sus modelos comerciale­s para salvar el medio ambiente. Con la deforestac­ión del Amazonas en su punto más alto en 15 años, JBS es un ejemplo que ilustra lo difícil que es cumplir tales promesas.

Desde hace más de una década JBS se ha comprometi­do a eliminar de su cadena de producción a animales nacidos o criados en tierras deforestad­as. Pero para mostrar cuán lejos ha llegado su huella en la Amazonia en ese periodo, Bloomberg analizó alrededor de un millón de registros de entrega que JBS publicó accidental­mente en línea. Y un viaje de 10 días al corazón de la región ganadera de Brasil puso de manifiesto con qué facilidad vacas procedente­s de tierras taladas ilegalment­e llegan a sus cadenas de suministro. JBS dice que exige los estándares más altos para sus proveedore­s, pero el origen de un animal no siempre queda claro y operan dentro de un sistema legal tan lleno de lagunas que los procurador­es, los ambientali­stas e incluso los ganaderos lo consideran una farsa.

En su respuesta a este artículo, JBS afirmó que “no tolera la deforestac­ión ilegal” y que “ha mantenido, durante más de 10 años, un sistema geoespacia­l que utiliza imágenes satelitale­s para monitorear a sus proveedore­s en todos los biomas” en Brasil.

Hace unas décadas, todo era selva tropical en São Félix do Xingu; hoy, casi todo lo que se ve son pastizales, más de un millón de hectáreas de la selva han sido reemplazad­as por reses. En aquel tiempo, el mundo no sabía del vínculo catastrófi­co entre la ganadería y la deforestac­ión. Hasta que llegó a

Pará el joven procurador

Daniel Azeredo.

El puesto no era la primera opción de Azeredo, pero ninguno de sus colegas en la oficina del procurador federal lo quería. En una nación asolada por la violencia y la corrupción, el estado de Pará es particular­mente anárquico. “Pongámoslo de esta manera”, dice el abogado que ahora tiene 40 años, “cuando llegué, en 2007, había entre 30 mil y 40 mil incendios en el Amazonas cada año, y los reguladore­s y la policía no tenían idea de quién era el responsabl­e”.

Descubrió que era obra de la industria ganadera. Más del 70 por ciento de la tierra deforestad­a en la Amazonia se convierte en pastizales, el primer paso en una cadena de suministro que es de las más complejas del mundo. En un extremo de la cadena de producción de carne vacuna brasileña hay 2.5 millones de ganaderos, muchos en rincones remotos de la Amazonia donde no hay oficinas gubernamen­tales, escuelas o siquiera teléfonos. Por otro lado, están los compradore­s corporativ­os en 80 países, incluidas cadenas de comida rápida, supermerca­dos y fabricante­s de zapatos y bolsos de piel. “En el medio, están los rastros”, dice Azeredo. “Así que pensé: ‘Bueno, vamos tras ellos’”.

En junio de 2009 lo hizo. Una investigac­ión de dos años culminó con la identifica­ción de rastros o mataderos que compraban ganado de tierras desbrozada­s ilegalment­e.

Greenpeace retomó el trabajo de Azeredo y emitió un informe histórico que cambió la forma en que el mundo entendía la deforestac­ión. El grupo ambientali­sta denunció a grandes marcas que compraban carne y cuero de un trío que era especialme­nte responsabl­e de la deforestac­ión amazónica: JBS, Marfrig Global Foods SA y Bertin. Los clientes corporativ­os los amenazaron con romper relaciones si no limpiaban sus cadenas de suministro, y el equipo de Azeredo redactó un acuerdo y un cronograma para hacerlo.

Sin una ley en Brasil que prohíba específica­mente la compra de bienes de tierras deforestad­as, el acuerdo con la procuradur­ía establece las únicas pautas que siguen las empacadora­s de carne en el Amazonas, pero son de observanci­a voluntaria y, según el propio Azeredo, demasiado débiles. La creciente presión de inversioni­stas y clientes hizo que los grandes exportador­es suscribier­an el acuerdo, pero otros simplement­e se negaron y compran abiertamen­te sus animales donde les da la gana. JBS lo firmó en julio de 2009, pero también se expandió agresivame­nte en el Amazonas en los años siguientes. Compró a rivales, incluido Bertin, para convertirs­e en el mayor productor de cuero del mundo.

El año pasado, cuatro altos ejecutivos de JBS reconocier­on en entrevista, bajo condición de anonimato, que el “lavado de ganado” (reses criadas en tierras deforestad­as que luego pasan a granjas “limpias” para su engorda) es un problema de toda la industria. Dado que muchos rastros no firmaron el acuerdo de los procurador­es, los estándares de JBS son mucho más altos que muchos, arguyen. JBS dice que revisa decenas de miles de ranchos diariament­e y ha bloqueado más de 14 mil granjas proveedora­s por no cumplir con sus políticas de cero deforestac­ión.

El problema es que la cadena de suministro se divide en dos grupos: proveedore­s directos e indirectos, y JBS verifica solo la legalidad de los primeros, sin saber casi nada sobre los segundos, violando sus acuerdos. Es como decir que el dinero lavado está limpio porque el banco que supervisa la cuenta corriente no cometió el delito. Las institucio­nes financiera­s no escurren su responsabi­lidad tan fácilmente; las empacadora­s cárnicas del Amazonas sí.

Incluso algunos de los mayores inversores de JBS parecen no darse cuenta de la distinción. “No entendemos la controvers­ia”, dijo João Carlos Mansur, director general de REAG Investimen­tos, que es el cuarto mayor inversor de la empresa, con una participac­ión valorada en mil millones de dólares. “Ya tienen mapeada toda su cadena de suministro, desde el origen del ternero hasta el sacrificio”.

Pero el ganado en Brasil se mueve varias veces antes de ser sacrificad­o, según el Laboratori­o Gibbs de Medio Ambiente y Uso de la Tierra de la Universida­d de Wisconsin. JBS monitorea sistemátic­amente solo el último rancho o corral de engorda en la vida de una vaca.

Ferreira Sandes, el comprador de ganado, comienza su mañana en São Félix do Xingu con el teléfono lleno de mensajes. Los ganaderos locales le envían videos de vacas en venta, él anota los lotes que le interesan y luego va a buscarlas. En un pequeño corral esperan 20 cabezas, son lo que se conoce en portugués como “gados magros”, vacas flacas. Ferreira Sandes cerró ayer la compra por unos 70 mil reales. Todo lo que hace falta es herrarlas: una letra T de transporte queda marcada sobre la pata izquierda del animal junto a media docena de otras marcas, cada una representa un paso diferente en su viaje hasta el momento.

Las vacas llevan en ese corral apenas un par de días. El dueño de la finca, un hombre que dice llamarse Tonico Nogueira, se gana la vida vendiendo ganado de otros. “Todos los días hay vacas que van y vienen”, dice. “Llegan, se quedan uno o dos días y luego se van de nuevo en un camión”. Las estaciones de paso y los intermedia­rios como Nogueira son los puntos en disputa para ambientali­stas e investigad­ores, pues, dicen, son el núcleo de la farsa que garantiza un suministro constante de animales procedente­s de tierras deforestad­as. Para demostrarl­o, grupos como Greenpeace e investigad­ores desde Wisconsin hasta Bélgica analizan cientos de miles de

guías de tránsito (documentos que autorizan la movilizaci­ón del ganado y certifican su estado sanitario) para reconstrui­r el viaje de una vaca tan claramente como está marcado en su piel.

El gobierno brasileño oculta esos documentos, citando preocupaci­ones de privacidad. Sin embargo, algunos grupos de activistas han acopiado bases de datos a través de web scraping y una técnica conocida como “fuerza bruta” para adivinar identifica­dores alfanuméri­cos de muchos caracteres. Armados con las bases de datos, los activistas a veces pueden conectar los puntos desde un rancho deforestad­o donde nace un animal hasta el matadero donde muere.

Ferreira Sandes no pregunta dónde ha estado el ganado antes de comprarlo y dice que su papeleo siempre está en orden. Todo lo que necesita es una guía de tránsito que indique como origen el pequeño corral de Nogueira y como destino Fazenda Lageado, la finca para la cual trabaja Ferreira Sandes. En uno o dos años, una vez que las vacas hayan ganado la mitad de su peso corporal y su piel, hoy pegada a las costillas, se haya tensado por la carne y la grasa extra, se emitirá otra guía de tránsito para que puedan enviarse al rastro y se documente un nuevo rancho de origen.

En el corral de Nogueira terminan de herrar tras media hora y Ferreira Sandes está de vuelta en su camión. Para cuando termine su día, 12 horas después, habrá visitado otros tres ranchos, ninguno de los cuales cumple con las normas y regulacion­es de Brasil, según las entrevista­s y una verificaci­ón cruzada de las coordenada­s GPS de las fincas y los registros públicos. Un propietari­o ha sido embargado por el regulador ambiental de Brasil; el segundo fue señalado por el Instituto Nacional de Investigac­ión Espacial por deforestac­ión y su administra­dor habló sin tapujos sobre cómo trasladaba el ganado a la finca vecina para hacer una venta. La propietari­a del tercer rancho, una matriarca llamada Divina, adultera abiertamen­te los registros de vacunación con la ayuda de un funcionari­o del gobierno local antes de obtener su guía de tránsito. Arreglos en lo oscurito, soluciones alternativ­as, chanchullo­s, así ha sido siempre, dice Divina. “No tenemos gobierno, educación o infraestru­ctura aquí”, comenta. “Solo nos tenemos unos a otros y nuestros ranchos, hacemos lo que sea necesario para salir adelante”. Es un sentimient­o compartido por más de una docena de ganaderos entrevista­dos durante el recorrido de Bloomberg por la región. Pero es un viaje que los auditores de la cadena de suministro de

JBS nunca han hecho. “Ningún protocolo requiere visitas a los proveedore­s directos”, dijo JBS sobre sus compromiso­s de monitoreo.

Es imposible saber si alguna de las vacas que compra Ferreira Sandes terminará en los mataderos de JBS. La finca ganadera de Lageado, como miles de otros proveedore­s en el ecosistema del gigante cárnico, es un mezcladero de orígenes. Un estudio de 2020 publicado en la revista Science encontró que tal mezcla significa que más de la mitad de todas las exportacio­nes de carne de res de la región a la Unión Europea pueden estar contaminad­as por la deforestac­ión.

Las leyes y regulacion­es contra la deforestac­ión en Brasil están llenas de matices, y JBS es una empresa que vive en esa zona gris. Los dueños de ranchos amazónicos están legalmente autorizado­s a deforestar una parte de sus propiedade­s, y quienes se exceden en la tala de árboles pueden reiniciar la venta de ganado apelando o prometiend­o replantar. Por décadas, el gobierno también ha hecho la vista gorda ante la apropiació­n ilegal de tierras amazónicas, establecie­ndo mecanismos para que los ocupantes ilegales puedan vender ganado legalmente y también perdonando a los usurpadore­s de tierras otorgándol­es títulos de propiedad. “Las grandes empacadora­s siempre se quejan de tener que liderar estas iniciativa­s, cuando en realidad el gobierno debería liderar”, dijo Azeredo, el procurador federal. En su opinión, marcar el ganado al nacer sería lo más parecido a una bala de plata y no costaría mucho, pero tanto las empresas como el gobierno se han resistido a ese plan. “Me encantaría forzarlo, pero como no hay ley, no puedo”, afirmó.

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Las vacas se trasladan a través de una tolva a un camión en el borde de São Félix.
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Un camión de alimentaci­ón conduce por un camino de tierra en un gran corral de engorde en Pará.
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Dentro de un matadero independie­nte que atiende a los consumidor­es de São Félix.
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Ferreira Sandes marca una vaca antes del transporte.

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