Una escopeta para acabar con los celos
Si hasta los reyes de la tierra han caído presa de los celos, ¿por qué no iba a sucumbir un mortal cualquiera? Eso mismo pensaron los pobladores de la ranchería Crimea al enterarse de los trágicos hechos que tuvieron lugar la tarde del domingo 18 de abril.
Nadie de los que conocían a don Hilario y a doña Zoila hubiera deseado ese destino para ellos. Y aunque sabían por lo que contaba doña Zoila a sus amigas que don Hilario la pealaba mucho, no podían imaginar que tuvieran graves problemas.
La pareja cuando estaba acompañada de otras personas, parecía llevarse bien. Incluso, don Hilario dejar su seriedad para reírse fácilmente.
El hombre le llevaba a su pareja 15 años de diferencia. Él acababa de cumplir 63 años, y doña Zoila apenas iba por los 48 de edad. Esa diferencia de edad al principio había hecho sentir a don Hilario muy importante.
COMENZÓ A DUDAR DE SU PAREJA
Se pavoneaba a su lado por la calle y adivinaba muy bien lo que pensaban los otros hombres de la comunidad cuando pasaba al lado de ellos, mientras su mano apretaba la cintura de compañera.
Pero conforme pasaba el tiempo, esa diferencia que a don Hilario le hacía sentirse importante, fue acortándose. Ya no sentía que se le quedaban viendo por la calle, ahora pasaba con su compañera y parecía que eran invisibles.
Empezó a ver los ojos de doña Zoila de modo diferente: sentía que habían perdido brillo. Escuchaba la voz de su mujer llamándolo para que se levantara de la cama y fuera a desayunar, y esa voz le sonaba apagada, no como antes.
SIN PRUEBAS LA CULPA DE INFIEL
En algún momento don Hilario comenzó buscar en su cabeza la explicación de aquel desencanto que sentía.
Doña Zoila seguía levantándose temprano para prepararle el desayuno y llamarlo a comer, seguía lavando y planchando su ropa, recordándole la hora en que debía tomar sus medicinas.
No tenía ningún motivo de queja contra ella, pero llegó a la conclusión de que su mujer ya no lo amaba.
La única explicación que su cabeza encontraba era que alguien más se había interpuesto entre él y Zoila. Primero comenzó a vigilarla discretamente. Pero como no halló nada extraño en su comportamiento, comenzó a maltratarla sin motivo alguno.
A veces doña Zoila salía a platicar por las tardes con unas vecinas que estaban a unos pasos de su casa y cuando volvía, don Hilario enojado le gritaba que dónde andaba, con quién había estado y por qué había tardado tanto.
Doña Zoila no entendía cómo había cambiado tanto su compañero en estos años. A sus vecinas les explicó que tal vez la edad estaba agriando el carácter de Hilario. Sólo esperaba queella no se agriara también.
EL DISPARO PARA ÉL FALLA Y SOBREVIVE
Don Hilario no tiene ninguna prueba para acusar a su mujer de infiel. Pero terco como es decide confrontarla. Ella está tendiendo la ropa en el traspatio.
«Sé que me engañas», le dice.
Zoila se da la vuelta con las manos mojadas y se sobresalta al ver a su pareja con la vieja escopeta pegada al brazo. «¿Qué haces con eso?», le pregunta secándose las manos en la blusa.
«Dime la verdad, ¿con quién me engañas», vocifera el anciano cegado por la ira. «Te has vuelto loco, Hilario», suelta doña Zoila y camina hacia el traspatio para volver a entrar a la casa por el frente.
Los dedos temblorosos de don Hilario accionan el gatillo y una bala se aloja en la espalda de su compañera. Tembloroso se acerca a ver lo que ha hecho. Zoila está tirada en el piso, no se mueve.
Pone el cañón sobre su pecho y vuelve a jalar el gatillo. Está vez el blanco es su corazón. Pero al jalar el gatillo el cañón del arma se mueve y acaba disparándose en la muñeca.
Don Hilario comienza a llorar en medio de un charco de sangre.
El primero que llega es el padre de Zoila, don Herberto Almeida, que de inmediato llama por una ambulancia. No hay nada que hacer. El suegro entrega al yerno a la policía.