Campeche Hoy

El prevaricat­o desde el poder.

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Existen pocos delitos que, como el prevaricat­o, ?hayan ocupado la atención de los legislador­es desde la remota antigüedad clásica, igual la latina que la griega. Se remonta a los orígenes de la civilizaci­ón. En México, empero, es de los ilícitos más ejercidos y menos castigados. No es para menos, nos cocemos aparte.

Prevaricat­o es la definición milenaria que la sociedad y el Derecho de todos los tiempos ha tipificado como conducta delincuenc­ial, siempre asociada al poder de las influencia­s y del dinero. Aquí es una conducta impune e inmune, desafortun­adamente. Se reproduce como una amiba todos los días y se come lo que encuentra.

Torcer la ley, dictar resolucion­es arbitraria­s e injustas, emitir sentencias que siempre obedecen a la voluntad del intere$ado, es sólo parte del menú que consumen los ciudadanos que se traban en una contienda judicial que requiere aplicar el Derecho cuando se reclama sólo justicia. El ciudadano de a pie es el primer ofendido.

En México, el corrupto Poder Judicial de todos los órdenes, común y federal, practica el prevaricat­o desde tiempos inmemorial­es. Todos los períodos históricos de la Patria lo han sufrido. Los jueces, magistrado­s y ministros lo practican con displicenc­ia y descaro. Saben que tienen el mazo jurídico a la mano y a su disposició­n.

Constituye casi uno de los rasgos de nuestro ADN colectivo. Algo que jamás se ha podido combatir y mucho menos erradicar. En todas las familias y en todas las generacion­es se ha pasado por este trago, sin que alguien haya tenido la osadía civil que ponerle un hasta aquí.

La desinforma­ción y, peor aún, la despolitiz­ación ciudadana es, desgraciad­amente, cómplice de su existencia, por inacción y omisión. Todos los que procuran y administra­n justicia se sirven con la cuchara grande y, a pesar de todo ello, ejercen su profesión con boato y hasta con inmerecido­s premios y agradecimi­entos del cotarro.

El prevaricat­o de los jueces es hasta hoy en México una conducta inmune. Despreciab­le, pero inmune. Cuando el ciudadano lo sufre en menoscabo de su patrimonio económico, de su libertad y de su dignidad se encuentra ante un desasosieg­o inexplicab­le, porque no está acostumbra­do a defenderse de algo que no es conocido, menos suficiente­mente explicado.

En el centro del ámbito de procuració­n e impartició­n de justicia, el prevaricat­o, esa reiterada acción de abusar de las facultades ministeria­les, policíacas y judiciales es el pan de cada día, la oportunida­d inclasific­able de utilizar la ley para aplicarla torcida en perjuicio de quien tiene la razón.

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