El regreso del capitalismo salvaje
Al salir de la segunda guerra mundial, los mexicanos nos dedicamos a un modelo exportador diseñado para capitalistas y agricultores nylon, con todas las oportunidades del Estado y del salario empobrecedor para desarrollar las factorías y los peculios de un reducido número de mexicanos.
De ahí vino el mito de que los gobernantes priístas robaban, pero dejaban robar. Eran lo malo por conocido. El alemanismo llegó como un vendaval sobre el país. Los amigos de Miguel Alemán Valdes se llevaron lo que quisieron, pero al menos dejaron el capital en el país. Los fruncionarios no volvieron a saber de pobrezas, tampoco sus descendientes.
Pero hay un punto que debemos destacar: los capitanes de los negocios alemanistas no eran secretarios de Estado. Los Justo Fernández, Melchor Perrusquia, Carlos Trouyet, Gilberto Valenzuela, Alberto Pani y compañía procuraban los enjuagues y los capitalizaban atrás de la raya. Rara vez metieron la mano en el presupuesto público. No mataban la gallina de los huevos de oro.
Las grandes obras, las carreteras, las fábricas, los negocios departamentales y las concesiones eran facilitadas ante el gobierno por los hombres de empresa que tuvieron prohibido ingresar a los aparatos del poder.? Nunca se hacían en el plato ni en la mesa donde se comía. Era una regla de elemental observancia.
El sistema quedó tocado por la ambición de negocios de los alemanistas. Después de ahí, casi nada fué igual. Todos los que llegaron juraban por ésta que no venían sólo a robar. Y así fué, queramoslo o no reconocer. Una larga lista de presidentes gozaron de las mieles del poder, agacharon la cerviz ante los gabachos, pero no cometieron el error de desmandarse con los presupuestos
Pero, además, un caporal habilitado para desaparecer toda molestia o irritación popular, todo obstáculo a las actividades del narcotráfico, encubrir todas las sarracinas que se cometan en nombre de la defensa de los intereses norteamericanos, desparecer toda duda de que aquí tienen un protectorado dispuesto a matar para defender al dólar.
Un auténtico traidor a la patria, sin complacencias ni tapujos. Educado para servir y agacharse ante la mínima solicitud, y sin ella. Dispuesto a todo, con tal de conservar su libertad personal, tan amenazada por el juicio popular que exige castigo ejemplar e inmediato.
El remedio no puede ser otro que todo lo contrario a lo que estos sujetos han representado para el país. Por éso nadie se espanta de que se necesita revisar lo entregado, e imponer otro modelo para luchar contra la miseria, el hambre y la injusticia.