Frustradas candidaturas presidenciales
La historia de México está plagada de frustradas candidaturas presidenciales; se recuerda, por emblemática, la del nayarita Gilberto Muñoz al que Adolfo Ruiz Cortines llamó para indicarle que arreglara las cuentas de su Secretaría porque era inminente el destape.
Levitando de la emoción, el titular de Agricultura se preparó, pero llegó el día con una desagradable sorpresa que lo llevó a las oficinas presidenciales. Don Adolfo lo recibió compungido, exclamando: ¡Caray, Pollo, perdimos..!
—Señor presidente, usted me dijo que me preparara, que limpiara mi oficina porque…
Don Adolfo el Viejo, que así lo conocían, lo interrumpió: Si era usted, Pollo, ¿qué necesidad tendría de limpiar si se daría cuentas a sí mismo?
Tiempos modernos. En el Senado bajo presidencia de don Antonio Rivapalacio sabíamos por donde iba la sucesión.
Por disciplina se insistía en señalar a Alfredo del Mazo, aunque la jugada venía por otra parte: el senador Raúl Salinas Lozano amaneció un día con chofer y ayudante del Estado Mayor.
Viajamos a la Unión Soviética encabezados por don Antonio, con reuniones con las jerarquías partidarias en la Duma y el Kremlin.
Agotada la agenda, los legisladores se reunieron en el bar del hotel para platicar sobre lo que el morelense llamaba “diplomacia parlamentaria”.
Comentario inevitable, la sucesión en México. Todos coincidían en que el bueno era el recién fallecido Del Mazo; elogios a pasto, pero en algún momento la esposa de Salinas Lozano, doña Margarita de Gortari, pidió mi opinión.
Respondí que, como jefe de Prensa de la Cámara, mi posición era escuchar. Intervino don Antonio: Carlos, esta es una reunión de amigos; aquí no hay jefes y nos gustaría saber desde su posición como se ve el tema.
Hice un recuento de mi vida infantil en Toluca y de los niños Del Mazo a bordo de un auto de cristales casi negros. Luego comenté que, en la campaña por el gobierno del Estado de México, el aspirante nunca se bajó del auto con aire acondicionado y cristales ahumados.
No se enteró que los mexicanos somos chaparros, prietos y olemos mal porque no hay agua para beber, menos para bañarse.
Rematé: me daría horror que a Los Pinos llegara un yunior.
Antes de opinar advertí que mi padre que era un hombre prudente, me recomendaba pensar antes de hablar y mejor si me abstenía.
Se oyó la voz amarga del padre de Carlos Salinas de Gortari exclamando “¡Debería hacer caso a su padre que sin duda es un sabio!”