Capital Coahuila

la patrona de Saltillo, El hambre de Ayudar

Se “quita el taco de la boca” y se lo da a quienes van en busca del “sueño americano”

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cada lunes, maría beatriz lópez González hace su mandado, entre ella, su esposo, su hijo y su sobrino, reúnen entre 1200 y 1500 pesos para comprarlo. No sabe cómo, pero de alimentar a una decena de personas que conforman su familia, pasó a sumar grupos de dos, cuatro, diez o doce migrantes recién bajados del tren

Cada lunes, María Beatriz López González hace su mandado, entre ella, su esposo, su hijo y su sobrino, reúnen entre 1200 y 1500 pesos para comprarlo. No sabe cómo, pero de alimentar a una decena de personas que conforman su familia, pasó a sumar grupos de dos, cuatro, diez o doce migrantes recién bajados del tren.

En una Semana Santa, sin nada más qué comer, repartió un pan francés con huevo y frijoles a su esposo y familia. Un hombre se presentó a su puerta acompañado de un niño de ocho años, “ahora sí no tengo nada qué darles, ni un taco”, le dijo y el niñito salió corriendo.

De repente se sintió saciada, ya no tenía hambre. Alcanzó al hombre con su hijo cruzando la carretera la carretera a Zacatecas frente a Estación Carneros, una comunidad rural a 63 kilómetros de Saltillo; les dio medio lonche y unas naranjas. “Diosito nos llenó”, dice.

El 4 de octubre de 2017, María Beatriz encontró el cuerpo de su hija Tania, de 17 años colgando de una viga del techo. Su nieto, de apenas ocho meses de edad, berreaba de hambre. Tras su muerte, inexplicab­le e irreconcil­iable María le pedía a Dios cambiar su vida por la de su hija; ahora ve en cada rostro de los migrantes a Tania, su hija que dice, se fue sin comer y sin cenar, que segurament­e se fue con hambre y ahora, encuentra consuelo en alimentarl­os.

Dios nos llena “Me han pasado cosas que yo no

me las creo”, dice María Beatriz López González, “en una Semana Santa no teníamos ni para comer, nosotros estábamos comiendo un pan francés con huevo y con frijoles, uno para cada uno. Y llega un señor con un chamaquito de unos ocho años, y decía que si no le dábamos un taco. Y nosotros -No, pues es que no tenemos ahorita, ahora sí no hay”.

“Pero en el momento que yo le dije eso, el niño se dio vuelta y ya iba para abajo, por los pinos y yo me sentí bien llena, llevaba la mitad del pan y le dije a mi esposo, -No, ya no quiero.

Deja los alcanzo y les doy este, y les doy unas naranjas. Los fui a alcanzar de aquel lado de la carretera y se los di. Diosito ahí nos llenó”.

“Y lo mismo nos pasa hoy. Anoche me traje a doce, me dice mi esposo que si tengo azúcar, y les di café, ¿quién quiere una sopa, frijoles, un taco?. Unos dentro, otros fuera y bendito Dios, siempre nos socorre para darles, siempre nos rinde para darles”.

María Beatríz llegó en 1994 a Carneros y desde entonces ayuda a los migrantes, de las despensas del DIF que les venden, dice; guarda la lata de sardinas y el atún porque no se le echan a perder para dárselos a los migrantes. Muchos no vienen, van en el tren y cuando se paran, su esposo le dice: “van muchos en el tren, se pararon, quedaron por allá” y echamos en unas bolsas, agua, los atunes, sardinas, lo que encontramo­s que se puedan comer ellos en un instante y se los llevamos a todos.

“Los vigilantes del tren no están muy de acuerdo porque a muchos me los traigo yo, y ellos a lo mejor ya los tienen en la mira para quitarles sus pertenenci­as. Ahora han agarrado de golpearlos y bajarlos, les quitan sus cosas y yo me los traigo; el que quiere descansar se queda, como en este caso anoche ellos y muchos nada más comen y se cambian o se bañan, y entonces ya los echo al camión”.

“Hay otros que vienen muy sucios y ya para irse en el camión no traen ropa, y les doy de mi esposo o mía se ponen guapos, muchas de las muchachas hasta se van pintadas para despistar al enemigo de que son migrantes y voy y las echo al camión”.

Hace más de dos años, fue a un evento donde le dieron un reconocimi­ento, una medalla, un diploma, un ramo de flores y dos despensas; luego un muchacho de la iglesia del Perpetuo Socorro le llevó la semana siguiente botellas de agua, sopa, frijol, arroz y unas bolsas de ropa. Pero fue la única vez.

Recolectan­do gente

Tiene un hijo ya casado de 25 años que colabora con 500 pesos, un sobrino que le deposita 300 y su esposo otros 500, ella aporta la diferencia con lo que saca haciendo algunas ventas; pongo lo que se pasa de mandado.

“Con 1,200 o 1,500 comemos muchísima gente de eso porque Diosito me lo rinde, mi mesa siempre está llena de trastes, pero ya no con comida, no me falta para darles a los migrantes un taco o abrigo. Las cobijas que dejan tiradas o la ropa, me las traigo, las lavo y las guardo para cuando vienen. Lo que junto de ellos cosas nos quedan hasta nosotros, yo me los pongo, pero cuando vienen se los doy”.

“Anoche salí con un altero de cobijas, si se van a bañar ahorita les busco ropa de mi nuera, de mi esposo o de mi nieto que es el más chiquito”.

“A veces vienen uno, dos, tres, cinco o diez, a veces 30 o 50, a veces se me acaba, anoche doce, ocho los acosté en una casa que está sola y las dos muchachas y ellos aquí, en la mañana se fueron en el camión, y de rato pueden venir más”.

“No en todos los trenes vienen ni se bajan, y no todos confían porque ya nadie confía en nadie, pero les muestro. Ayer a lo mejor por eso confiaron, porque les mostré las fotos de cuando nos trajeron cosas y ya creyeron; no porque ha habido señoras con niños que no vienen porque desconfían. Sí necesitan mucha ayuda y mucho apoyo, ellos quieren quedarse en Saltillo, quieren refugio, un trabajo. Si se quedaran conmigo encantada, me gusta recolectar gente”.

“En los cuartitos donde se quedaron ahí vivía yo, nos echaron de ahí, el 24 de enero cumplimos un año en

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