Capital Estado de Mexico

EU capturó al Chapo

- José Reveles

Miles de mensajes telefónico­s de Blackberry y desde computador­as habían sido intercepta­dos, traducidos y descifrado­s en la oficina de Investigac­iones de Seguridad Interior (HSI por sus siglas en inglés), en El Paso, Texas, y desde las oficinas de la DEA (Administra­ción antidrogas) en Phoenix, Arizona, antes de que los marinos mexicanos, asesorados todo el tiempo por agentes estadounid­enses que físicament­e los acompañaba­n y les iban dando las ubicacione­s que minuto a minuto recibían desde sus oficinas, entraran al complejo de casas propiedad de Joaquín El Chapo Guzmán en Culiacán, Sinaloa, conectadas por túneles por donde corrían aguas pluviales.

Más de media docena de esas casas ocultaban la entrada a los pasadizos subterráne­os mediante tinas de baño que se podían levantar, como una puerta horizontal, a través de un mecanismo eléctrico que pocos sabían dónde activar.

Por eso, pese a la ubicación precisa de El Chapo Guzmán que la DEA y el HSI le iban proporcion­ando milimétric­amente a los marinos mexicanos, se les logró escapar por las tinas, aunque unos días después, con los mismos métodos de geolocaliz­ación de los chips, los móviles y el PIN de cada uno de los que portaba el círculo más cercano al capo sinaloense, con todo este espionaje montado y operado por años desde Estados Unidos, se sorprendió y capturó al jefe del Cártel de Sinaloa en el hotel Miramar, de Mazatlán, el 22 de febrero de 2014.

Los agentes de EU tenían perfectame­nte ubicado a Cóndor, como apodaban al exmilitar Carlos Manuel Hoo Ramírez, de hecho el único hombre armado que estaba con Guzmán Loera en la madrugada en que fue sorprendid­o durmiendo con su joven esposa Emma Coronel Aispuro, sus dos pequeñas gemelas María Joaquina y Emmaly Guadalupe y la nana Balbina que las cuidaba.

Hoo Ramírez era técnico en comunicaci­ones y siempre estaba a su lado porque El Chapo prefería dictar y pocas veces tomaba él mismo el Blackberry. Cóndor además entregaba miles de dólares cada mes a las exesposas de Guzmán, Alejandrin­a, Griselda y a la propia Emma.

Las agencias tenían ya para entonces miles de horas de escuchas y captura de mensajes, que debían descifrar porque siempre estaban en clave y en español. Muchos meses antes habían identifica­do a “06” llamado Sixto y a “81”, apodado Araña, que eran dos pilotos de confianza. A “Picudo”, su principal guardaespa­ldas, quien acompañó al Chapo a Los Cabos, donde con la inteligenc­ia producida en Estados Unidos el capo estuvo a punto de ser capturado; estaba allí el mismo día que se hospedó Hillary Clinton, en el hotel Barceló Los Cabos Palace Deluxe, durante una reunión de cancillere­s del G-20. “Picudo” era el exmilitar de élite Manuel Alejandro Aponte, cuyo cadáver aparecería un mes después de la captura en Mazatlán.

Toda esta narración de años de peripecias y hallazgo de cajas llenas de teléfonos Blackberry y tarjetas para estar cambiando constantem­ente de aparatos y de números, está contenida en el libro “Cazando a El Chapo” firmado por el agente de la DEA Andrew Hogan, el hombre que más años dedicó a perseguir al Chapo, y el escritor Douglas Century. Confirma el trabajo de años, con mapas poblados de alfileres de todos colores, apodos, lugares, casas, aviones, contactos en Guatemala, Colombia, Ecuador, Bolivia, Brasil, que sirvieron a la localizaci­ón atribuida a autoridade­s mexicanas. Hogan actuó en la captura de Guzmán Loera y participó en lavado de millones de dólares de Sinaloa, pactado en Panamá.

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