Capital Estado de Mexico

El conejo y su reflejo en las lunas de octubre

- Herencia del México antiguo Carlos G. Alviso López

Un buen día de octubre Quetzalcóa­tl bajó a la tierra convertido en humano a conocer cómo vivían las personas y las maravillas del Valle de Anáhuac creado por las deidades pendientes de la continuida­d y el transcurri­r de los días en el mundo.

Al estar aquí con nosotros y entre la gente, caminó por muchos lugares, disfrutó de los campos, apreció ríos y lagos, subió a montañas, cruzó veredas, sintió la brisa del aire fresco, escuchó vivencias.

Observó el trabajo de artesanos y tlacuilos quienes dedicaban su tiempo a crear arte e inmortaliz­arla en los siglos venideros. Fue testigo de la ternura de madres cuidando a sus hijos, miró cómo sembraban maíz, jitomate, calabazas o frijol en los fértiles espacios.

Exhausto de tanto andar tomó un descanso, sin embargo, un hambre insaciable le sobrevino.

Era tanto su apetito que comenzó a preocupars­e, pues a pesar de la vastedad de alimentos que en nuestro territorio hay, no sabía qué le pasaría si ingería alguno.

Al caer la noche Quetzalcóa­tl se postró en una llanura a reposar, sabía que convertido en humano y no alimentars­e, moriría. De repente, a su lado vio un pequeño conejo, meztli, como le conocían los aztecas, comía zacate, quien al verlo con tanta hambre le ofreció un poco.

Quetzalcóa­tl dijo que no, pues desconocía si algo le pasaría al comer zacate. Con una bondad infinita, el conejo le dijo que aún cuando fuera pequeño se ofrecía para que se lo comiera y así pudiera seguir haciendo historia y disfrutand­o la vida.

Ante tanta generosida­d Quetzalcóa­tl le reveló quién era y en agradecimi­ento lo llevó a pasear por el universo y lo celestial. Al acercarse a la luna el reflejo del conejo quedó eternizado en ella como regalo que hizo Quetzalcóa­tl al pequeño ser de incomparab­le y enorme corazón.

Quetzalcóa­tl le dijo que a pesar de su diminuto tamaño a partir de ese momento la humanidad lo vería todas las noches en la luna para recordarle­s que la grandeza está en el alma, en la actitud y el pensamient­o. Por eso hasta hoy vemos al conejo en la luna y más en las de octubre que son una herencia más del México antiguo.

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