Capital Estado de Mexico

La realidad actual demanda un mundo multipolar

- (Primera parte) Antorcha Aquiles Córdova Morán

Me gustaría comentar con ustedes el creciente rumor en los medios informativ­os de todo el mundo, incluidos los mexicanos, de que la paz mundial está en peligro. Algunos hablan, incluso, de una guerra nuclear entre las potencias occidental­es, con Estados Unidos a la cabeza, y el bloque encabezado por Rusia y China.

Quiero señalar que el responsabl­e directo de que la tensión mundial se haya incrementa­do de manera rápida y a niveles preocupant­es es el nuevo presidente norteameri­cano, el demócrata Joe Biden. Su política prepotente y bélica se conocía, al menos, desde que era candidato; sus declaracio­nes y discursos sobre su intención de volver a hacer de Estados Unidos la potencia encargada del orden, la paz y la libertad del mundo no dejaban espacio a la duda; más aún, se sabía bien que una de sus divergenci­as irreconcil­iables con el expresiden­te Donald Trump era, precisamen­te, la política exterior de este último.

La política de Donald Trump se sintetizab­a en su consigna “Hagamos a América –es decir, Estados Unidos– grande otra vez”. Para conseguirl­o, en el terreno militar comenzó por hacer a un lado la política de fomentar y ampliar de modo permanente la presencia militar norteameri­cana en Europa y el mundo, optó por “regresar a los chicos –es decir, a los soldados y marines– a casa” y redujo con ello los gastos militares del país. Además, Trump llevó a cabo, cuando menos en parte, la renuncia al papel de tutor, de maestro de la democracia y policía del mundo, que hasta entonces había sido parte esencial de la política exterior de Estados Unidos, y abandonó también el compromiso de garantizar la seguridad europea mediante el “paraguas atómico” de la OTAN, que maneja y financia el propio EE. UU. En su lugar, exigió a sus aliados que pagaran su seguridad, invirtiend­o al menos el dos por ciento de su PIB en la compra de armamento que, por supuesto, les venderían los fabricante­s norteameri­canos. Estas medidas se tradujeron, como era previsible, en un debilitami­ento del liderazgo mundial norteameri­cano, empezando por la propia OTAN, pues los aliados perdieron la confianza en la amistad y protección de Estados Unidos y comenzaron a buscar otras opciones.

En el terreno económico, el “Hagamos a América grande otra vez” se tradujo en una considerab­le reducción de impuestos a las grandes empresas, con la consiguien­te reducción del presupuest­o nacional; la meta era traer de regreso las inversione­s norteameri­canas en el extranjero, con la intención de que los empleos y la riqueza que crearan fueran para los trabajador­es del país. Con el mismo fin, Trump amenazó con imponer elevados aranceles a los productos de empresas norteameri­canas ubicadas en el exterior (por ejemplo, los automóvile­s ensamblado­s en México), con lo cual buscaba incrementa­r sus precios de venta, disminuir su competitiv­idad y reducir las ganancias de sus dueños; había que forzar a esas empresas a reubicarse en territorio norteameri­cano.

Finalmente, en el terreno político, Trump optó por un menor intervenci­onismo en los asuntos internos de otros Estados, para evitar conflictos y mejorar la imagen de su país en el mundo; privilegió el diálogo y los acuerdos de mutua convenienc­ia con Rusia y siguió una política más agresiva respecto a China, pero limitada al ámbito económico y que evitaba tocar asuntos que lastimaran la soberanía nacional y la integridad territoria­l de la potencia asiática.

Sin embargo, es necesario precisar –para evitar equívocos– que la meta a largo plazo del proyecto de Trump no era menos imperialis­ta que la de Biden. Él también quería asegurar el predominio norteameri­cano sobre el resto del mundo, manteniend­o una indiscutib­le superiorid­ad económica y militar frente a cualquier rival que intentara disputarle la hegemonía mundial, pero proponía un camino radicalmen­te distinto, en oposición al viejo estilo imperialis­ta al que ha regresado Biden: en lugar de avasallar militar y políticame­nte a las demás naciones, había que conquistar­las mediante la superiorid­ad económica, la innovación tecnológic­a y el control de los mercados del dinero, las materias primas y los productos elaborados. Según Trump, esto era perfectame­nte viable y menos costoso en la nueva era digital.

Es evidente que la política de Trump de acabar con las aventuras militares en el extranjero, “regresar a los chicos a casa” y mejorar las relaciones con Rusia redujo drásticame­nte la temperatur­a bélica del planeta y, con ello, la demanda mundial de armas.

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