MY ICON
Greta Elizondo.
La danza ha estado presente en mi vida desde siempre. Mi mamá ama bailar y creo que de pequeña eso influyó a que lo viera como sinónimo de libertad y felicidad. A los ocho años fui a mi primera clase de ballet. Nada formal, solamente era por diversión. Pero al pasar los días, me envolvió, y tiempo más tarde ya estaba decidida a ser bailarina profesional. El resto de mis decisiones se basaron en la meta de llegar a interpretar roles como Odette en el Lago de los cisnes o Aurora en La Bella Durmiente. A los 15 años acudí a las finales del Youth America Grand Prix en Nueva York y fue por este medio que gané una beca para estudiar en Estados Unidos. Cursé tres años en el Kirov Academy of Ballet en Washington, bajo la tutela de maestros rusos sumamente exigentes.
La vida en la danza es difícil. La carga física y psicológica es muy pesada y la firmeza para seguir adelante a pesar de cualquier inconveniente es determinante en el escenario. Al graduarme, entré a la Compañía Nacional de Danza como aspirante, hoy ya llevo casi nueve años y seis de ser solista. He tenido la oportunidad de interpretar los papeles que tanto anhelaba y más. Es sumamente especial el salir a escena en el Palacio de Bellas Artes y poder hacer lo que tanto amo.
A lo largo de mi carrera he admirado a aquellas primeras bailarinas que, por medio de su arduo trabajo, logran hacer que cada paso parezca tan sencillo como caminar. Es lo que presencié en la Ópera Garnier cuando vi a Aurélie Dupont interpretar a Giselle. Todo era tan ligero que su cuerpo le permitía la libertad total de expresar su corazón por medio de su personaje. Hermosa pero fuerte.