IDENTIDAD BAJO EL LENTE
Si un Dandi del Congo tiene trabajo y acceso a crédito, perfectamente puede pedir tres millones de francos congoleños (más de 30 mil pesos mexicanos) para costear un frac, zapatos y accesorios. “La obsesión de los sapeurs por las marcas y los grandes diseñadores me interesó poco. Lo que me sedujo fue intentar comprender las razones que los llevan a anteponer su pasión por la elegancia a necesidades más básicas como una vivienda o una mejor alimentación”, explica el fotógrafo español Héctor Mediavilla, quien inició su acercamiento en 2003, cuando la guerra civil tras la independencia estaba en su recta final y el fenómeno de la SAPE resurgía con fuerza bajo lemas como: “Dejemos las armas y vistámonos elegantemente” o “Sólo hay SAPE cuando hay paz”.
“Es una realidad contradictoria y fascinante. Se trata de una herencia del pasado colonial reinterpretada de manera única por los colonizados que, inevitablemente, nos revela una cuestión vital en todo ser humano: la autoestima ligada al reconocimiento por parte de los demás”, dice Mediavilla.
Para ser un sapeur, además de tener claras ciertas reglas, como no combinar más de tres colores en un mismo traje, o que las imitaciones no son bien vistas y que los complementos como anteojos de sol, un pañuelo de seda y un puro –apagado, para que dure– son muy valorados, la moral es igual de importante. Ellos son buenos ciudadanos: no roban, no maltratan a sus mujeres, no consumen drogas y son promotores de la paz. Los grandes sapeurs han viajado a Europa, especialmente a París, para comprar sus trajes y probar suerte. Muchos vuelven con maletas llenas de prendas caras a la misma pobreza de donde se fueron, para cada domingo reunirse en las calles a mostrar que siguen firmes en su paso por la vida. “Aspiran a ser recordados como personajes importantes de su generación. Cuando se acercan a cualquier lugar vestidos con sus mejores trajes son tratados con respeto, incluso con admiración, y evitan ser marginados por su origen social”, asegura Mediavilla.