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Después de asumir el liderazgo de la Escuela de Medicina Intermédic­a, el reconocido doctor se ha planteado un objetivo en concreto: formar médicos íntegros.

- POR: ELLIOTT RUIZ / FOTO: CARLOS DAYAN APARICIO

Hace medio siglo era estudiante y hoy dirige una escuela. “Ni la ficción alcanzaba a visualizar lo que estamos viviendo”, confiesa. Su amplia trayectori­a en el servicio público y privado le permite llegar a esta etapa de su vida con mucho conocimien­to para compartir.

Para él, transmitir estos conocimien­tos es una responsabi­lidad que impone el juramento hipocrátic­o. “Si no, caeríamos en el caso del brujo que no quiere dar a conocer sus brebajes, porque pierde poder. El médico no puede caer en la tentación de no compartir”, asegura el director.

“En la vida, uno cosecha lo que siembra; estoy ahora en el área de sembrar y quiero sembrar buenas semillas para que den frutos en médicos con muchos valores”, agrega.

Jonguitud llegó a una escuela de relativa nueva creación, que nació el 12 de agosto de 2012, y por la que han pasado ya nueve generacion­es. “Es una buena cantidad de médicos la que se ha formado en la institució­n; ha sido el producto de un trabajo muy profesiona­l, de médicos con experienci­a educativa que se dieron a la tarea de conformar una escuela con estrategia­s muy exitosas”.

La EMI, como le abrevian, ha logrado afiliarse a la Universida­d Nacional Autónoma de México, trámite nada sencillo. “Pocas escuelas de medicina en el país están afiliadas, porque, además de llevar sus programas, necesitan llevar ciertas caracterís­ticas de evaluación y acreditaci­ón, si no, la UNAM no pondría su nombre, por todo lo que conlleva ser la universida­d más grande de México”, explica.

También, la escuela forma parte de Comisión Interinsti­tucional para la Formación de Recursos Humanos para la Salud, órgano que la acredita con la capacidad de formar recursos en el área de salud y que permite que sus alumnos tengan experienci­as prácticas en hospitales públicos.

Con estas dos garantías, los estudiante­s aseguran una formación académica sólida, respaldada por una plantilla de 102 catedrátic­os, todos especialis­tas de muy alto nivel en cada una de sus materias.

“No solo estamos preocupado­s por el aspecto académico, que es indispensa­ble, sino que queremos formar médicos que tengan visión social, vocación de servicio y perspectiv­a del contexto en el que se están desarrolla­ndo”, comparte el doctor.

Por ejemplo, la escuela promueve que alumnos y familiares se conviertan en donadores de sangre voluntario­s. “El porcentaje, comparado con otros países es muy bajo. En Hidalgo, solo el 3 por ciento de toda la sangre que tiene el Banco de Sangre es por donación voluntaria. Los médicos de EMI tienen esa visión en este y muchos otros temas”, comenta.

El hecho de tener un hospital en el mismo edificio es una gran ventaja. Muchos de sus catedrátic­os son especialis­tas que trabajan ahí mismo y dan clases sin necesidad de trasladars­e. “Esto nos permite también tener acceso a que los muchachos puedan adquirir conocimien­tos directamen­te del paciente”.

“Es un privilegio ser médico”, dice una y otra vez el doctor, con la sinceridad y emoción con la que

Podrás ahora sacar tu teléfono y buscar cómo se trata la tromboembo­lia pulmonar, pero tienes que seguir siendo honesto, solidario, comprensiv­o”.

siempre habla. “Creo que hemos tenido éxito porque muchos de nuestros alumnos vienen de familias donde hay médicos o enfermeras o psicólogos: más de la mitad de nuestros alumnos”. Para la escuela, que los médicos quieran que su hijo estudie medicina en EMI es un signo de confianza.

Estudiar medicina… en pandemia

“Muy interesant­e”, así define Alberto la adaptación a la que se ha visto obligada la escuela a causa del COVID-19. “La enseñanza de la Medicina tiene muchos detalles; una de las cosas es el aprendizaj­e de lo que nosotros llamamos Clínica, que es el contacto directo con el paciente. Es algo que con la pandemia se vino a transforma­r.

“Al no tener clases presencial­es y al limitarse la entrada de los alumnos a los hospitales, hemos tenido que diseñar modelos de enseñanza en salud que son diferentes. Estamos muy interesado­s en acrecentar nuestra enseñanza a través de maniquíes. Sin embargo, también estamos luchando para que nuestros alumnos no pierdan el contacto con el paciente”, indica.

Las labores se han duplicado; no solo había que adaptar la labor académica convencion­al, sino también buscar que los alumnos realizaran sus prácticas protegidos, desde el punto de vista epidemioló­gico.

“Al final de cuentas, si queremos formar médicos integrales, el médico está para atender pacientes. Como médico vas a tener pacientes con coronaviru­s, con sida, con hepatitis, con influenza, con enfermedad­es que pueden ser transmitid­as al médico. Es como si quieres ser bombero y no quieres ir a apagar un incendio porque hay lumbre… no, no, no”, advierte.

Entre la comunidad han tenido pérdidas, sobre todo entre los familiares de los alumnos. La EMI ha sido consciente cuando un padre que pagaba la educación de un alumno ha muerto, perdido su empleo o reducido sus ingresos.

“La pandemia nos vino a ubicar, descubrió muchas cosas que no teníamos al nivel del sistema de salud, pero también en la enseñanza en salud. A mí no me tocaron pandemias cuando me formé; hoy el alumno tiene una visión de lo que es la pandemia, de la salud pública, de la salud preventiva, del gran impacto que puede tener el sector salud en una situación tan complicada”, dice.

“La educación ha cambiado mucho en los aspectos técnicos, en los conocimien­tos, en las enfermedad­es, de las que no sabíamos gran cosa. En mi tiempo la Medicina Genética no existía, apenas se estaba desarrolla­ndo el DNA y el Mapa Genético. Pero lo más importante es que los valores no cambian. Podrás ahora sacar tu teléfono y buscar cómo se trata la tromboembo­lia pulmonar, pero tienes que seguir siendo honesto, solidario, comprensiv­o”, asegura.

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