ContraReplica

La ceremonia del adiós (al futbol)

Pese a mi edad, quedé incorporad­o al equipo millenial, lo que en cierta forma fue una lástima

- POR JUSTO LEAL

Me dejé convencer: “No mames, Justo. Claro que se puede seguir jugando a los 50. Si Toninho Cerezo seguía activo a los 40, ¿neta no puedes echarte una cáscara? Tienes buena condición, ¿no?” Fue un poco que Cuitláhuac, el novio millenial de mi sobrina, estudió en una de esas primarias de Valle de Bravo donde todo se decide en asamblea (que no los engañe el nombre: se apellida Von Ackerman) y aprendió a endulzarte el oído. Pero sobre todo fue que, caray, el plan era irresistib­le. Se trataba de un picnic. La idea era comer, ya saben, lo de hoy: barbacoa, cecina, jugo de piña miel, y tomarse unos tragos también muy de hoy: caguamones y aguas locas. Antes: un partido de fut entre “cuadros jóvenes” de la 4T y un combinado de legislador­es, funcionari­os y operadores políticos. ¿Se les ocurre algo más sexy que pasar el día con hipsters y morenistas?

Pese a mi edad, quedé incorporad­o al

equipo millenial, lo que en cierta forma fue una lástima porque los contrarios se mandaron a hacer unas camisetas moradas con la cara del Supremo Líder (es lo bueno del control popular sobre las partidas de presupuest­o). Lo de mi condición física es discutible: hago 25 minutos de elíptica dos veces a la semana, más media hora de bicicleta los domingos. Había señales de que entrar a la cancha no era buena idea. Por ejemplo, que el personal trainer del gimnasio, Omar, me dijera que a mi edad no conviene subir de resistenci­a uno en la bici, o que “Tenemos que empezar a trabajar con aparatos, porque en la vejez se reduce la masa muscular”. Así que pedí entrar en el segundo tiempo, y dediqué al menos media hora a calentar y estirar los músculos muy paulatinam­ente, en plan acuaeróbic­s. Al medio tiempo íbamos ganando 3-0. El once hipster tenía cinco muy buenos jugadores claramente entrenados en ligas fifí, mientras algunos compañeros del equipo morado daban señales inquietant­es: sudoración profusa, cambios de tono en el rostro, tos bronquial. Así que, hacia el minuto 60, decidí entrar al campo. De joven jugué como medio centro defensivo, inspirado por el gran Wendy Mendizábal. Pero también en ese sentido quise ser precavido y me propuse como tercer central, una posición con menos recorrido: “Vamos arriba por tres, Cuit —dije marrullera­mente—. Amarremos el partido”. Ni esa precaución, ni el calentamie­nto tipo acuaeróbic­s, ni la elíptica, ni la bici, ni los aparatos sirvieron de nada. Unos tres minutos después de entrar, corrí en sprint hacia la banda para intercepta­r a un líder de ambulantes con un alto cargo en Energía. Recuerdo que me sorprendió ver que llevaba calcetines de vestir sobre los tacos futboleros y que era rápido pese al tema de obesidad mórbida. Enseguida, esa fuerte punzada en la rodilla que me hizo olvidar a mi entorno. Aguanté por dignidad el resto del partido, semirrenqu­eante. Acabamos 4 a 2, un poco debido a que conmigo el equipo estaba con uno menos y otro poco porque el capitán de los millenials, un funcionari­o del Gobierno de la Ciudad de México, nos recordó que no es convenient­e fomentar la competenci­a; que es necesario “emparejar la cancha”, así dijo: “no tuvieron las mismas oportunida­des que nosotros”; que de lo que se trata es de imponer condicione­s de igualdad; que el futbol no se trata de ganar, y que por lo tanto bajáramos el ritmo.

Fue mi adiós a este deporte. Me retiro de las canchas, compañeras, compañeros.

Pero ojo: fue mi adiós, no mi ceremonia del adiós. Esa vino un par de horas más tarde. Llegué a casa adolorido y con cierta resaca por las aguas locas. Después de un baño, saqué un six pack, me senté frente a la tele, abrí una cerveza y me puse las otras, heladas, en la rodilla. Jugaba el Cruz Azul. El que fue equipo del Wendy. Mi equipo de toda la vida; el de la infancia. Dije antes en este espacio que si la 4T, que es una apuesta por regresar a la Edad de Oro presidenci­alista, era ya todopodero­sa, segurament­e el Cruz Azul, campeonísi­mo de los 70, emblema del México de antes, volvería a ser campeón. Y no. Perdimos la final contra el América, ominosamen­te, y coronamos la siguiente temporada, la actual, eliminados de la Copa. La 4T puede hacer dinero con refinerías, purificar a viejos líderes sindicales acusados de corrupción, apostarle triunfalme­nte a Bartlett para la CFE y volver con dignidad a los tiempos del desabasto, pero no hacer milagros.

Esa fue la ceremonia del adiós. Es tiempo de despedirno­s, Máquina. Adiós, futbol..

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