EL ALMA DE UN CAMPEÓN
Mi hijo, de 19 años, tiene un poster de Muhammad Ali en la cabecera de su cama. Uno se pregunta por qué este boxeador, del siglo pasado, propicia la admiración de nuevas generaciones.
Hoy, 25 de febrero, se ajustan 55 años de aquella pelea con Sonny Liston que le granjeó el campeonato del mundo. Lo apuntaba Julio Patán el viernes en estas páginas: Dos son las vidas y las historias que concurren en este hombre y que son, en buena parte, clave de la fascinación que genera: Uno es Cassius Clay, muy otro será el miembro de la Nación del Islam, Muhammad Ali, que vuelve al ring, luego de un largo duelo en la Suprema Corte, máximo representante de la objeción de conciencia al oponerse a su enrolamiento en la guerra de Vietnam. Sólo hay dos opciones le decían. El ejército o la cárcel. Hay una tercera, contestaba Ali: Justicia.
Después de ser, en sus propias palabras, aquel veloz boxeador que flotaba como mariposa y picaba como avispa,
ágil, irreverente, bailarín, se transforma en el hombre del encordado, el que absorbe y resiste los golpes. El hombre que cae y se levanta cuando ya nadie lo espera, el que desfallece y, aún así, se planta en el centro del ring. El de los combates históricos con Joe Frazier y George Foreman. Muhammad Ali forma parte del paisaje de nuestra niñez: Recuerdo a mi Papá, en esas peleas de los setenta, congregando a la familia en torno al televisor. Esas peleas que hoy se antojan interminables de tanto round.
Así lo citábamos en los torneos de box que, con el apoyo de Mauricio y Héctor Sullaiman, organizábamos en los centros penitenciarios del país: El Box, esa pasión, es más que un deporte. Es una forma de concebir el mundo. Una disciplina que arroja luz sobre la condición humana. Sobre la naturaleza del valor y del coraje. Así lo hacían ver Guadalupe Pintor, Pipino Cuevas o el Mantequilla Nápoles, cuando acudían a los centros para dar ánimo a las personas privadas de la libertad. O la campeona de la Policía Federal, Irma, la Torbellino García, en el CEFERESO 16, de Mujeres, en Morelos, en donde se organizó el primer torneo penitenciario avalado por el Consejo Mundial. Mucho ayudaron los entrenamientos y los torneos para dar sustancia a la idea de respeto por la dignidad de las personas que compurgan una pena o siguen un proceso en el interior de los centros.
Al momento de la premiación, una de las internas me dio un abrazo y me dijo: Gracias, soy libre cuando boxeo. Recordé esa frase en el mensaje y también la reflexión de Ali: El alma de un campeón, decía el boxeador, está hecha de fuerza y de voluntad, pero también está conformada por algo intangible, misterioso, que es lo que hace que una persona pueda caer, levantarse, volver a caer y levantarse de nuevo para triunfar.
Quizás por eso, siempre, será el más grande.