ContraReplica

Ocurrencia­s

Algunas no tuvieron consecuenc­ias y hoy solo son parte de la anécdota graciosa o del dato curioso, por ejemplo, cuando el gobierno de Pascual Ortiz Rubio quiso desterrar a Santa Clós de México

- POR ALEJANDRO ROSAS

Una generación completa se ha reciclado en el poder desde mediados de los años 90 del siglo XX —de todos los partidos incluyendo a Morena—, y parece que no ha entendido nada. Cada sexenio parece que la nueva administra­ción está empecinada en demostrar que puede ser más ocurrente que la anterior, o bien, demostrar que siempre se puede estar peor.

La historia de México es por momentos la historia de las ocurrencia­s de nuestros gobernante­s. Pocos se salvan, pero no por su talento, sino porque pasaron sin pena ni gloria por Palacio Nacional.

Algunas ocurrencia­s no tuvieron consecuenc­ias y hoy solo son parte de la anécdota graciosa o del dato curioso, por ejemplo, cuando el gobierno de Pascual Ortiz Rubio quiso desterrar a Santa Clós de México y en su lugar mandó llamar a Quetzalcóa­tl para que fuera el encargado de traerle regalos a los niños en la Navidad de 1930. Al final se impuso San Nicolás que se hizo unas botas con la piel de la serpiente emplumada.

Pero hay otros casos en que las ocurrencia­s han sido demasiado costosas, claro, no para el presidente en turno, sino para los mexicanos. El gobierno de nuestro amado líder no ha sido la excepción y comenzó el sexenio a tambor batiente con varias perlitas como la cancelació­n del NAICM por puro capricho aunque insistió que tenía cientos de miles de pruebas —que hasta hoy nadie ha visto—, para demostrar que todo era corrupción.

O el célebre Tren Maya que aun no existe porque ni siquiera hay proyecto ejecutivo, ni los estudios sobre el impacto ambiental, no hay nada más que el permiso de la Madre Tierra, que cierto, no es poca cosa, pero nada más; o la refinería de Dos Bocas o la cancelació­n de los recursos para las estancias infantiles o los viajes internacio­nales palomeados por nuestro mero mero y así podría referir un sinnúmero de ocurrencia­s que parecen increíbles, pues desde 2006, año en que nuestro amado líder juró regresar para ganar la grande como lo hizo en 2018, tuvo tiempo de sobra para preparar un super increíble proyecto de nación, bien aterrizado y no sólo un discurso para cada ocasión. Resulta que en 12 años no preparó nada y va improvisan­do sobre la marcha. Pero nuestro amado líder sólo es uno más en la lista y la lista es larga, por eso aquí van algunos ejemplos en el más absoluto desorden.

Juárez aceptó firmar el tratado Mclane-ocampo —pero los gringos se echaron para atrás, también como ahora, gracias a dios— y suspendió el pago de la deuda por dos años —entonces los franceses se echaron para adelante y nos invadieron—; A Lerdo de Tejada le dio por expulsar a las hermanas de la caridad y que se le voltea la sociedad; en 1908, a Porfirio Díaz le pareció buena idea decirle a un periodista gringo que se retiraría del poder en 1910 y desató la efervescen­cia electoral. Madero no tuvo empacho en nombrar a su tío Ernesto Madero y a su primo Rafael Hernández, secretario­s de Hacienda y Gobernació­n, no obstante que eran más porfirista­s que don Porfirio. Sucedió lo obvio: paralizaro­n el gobierno maderista.

Ocurrencia carrancist­a: don Venus le inventó un delito a Obregón para procesarlo y sacarlo de la contienda electoral en 1920 —sí, como Fox a López Obrador en 2005—, el resultado, una rebelión de generales que terminó con su asesinato; Obregón reformó la Constituci­ón para reelegirse y gobernó desde el cementerio; Miguel Alemán se colgó la medalla de oro del sargento Mariles y de su caballo Arete en los Juegos Olímpicos de Londres 1948 y ordenó la construcci­ón un centro de deportes hípicos hasta que alguien le dijo que nadie tenía caballos en México mas que para las tareas del campo, entonces rehicieron el proyecto —no lo suspendier­on—, así nació el Auditorio Nacional; A Díaz Ordaz le dio por jugar a la guerra contra los estudiante­s en 1968; a Echeverría se le ocurrió dirigir la economía desde Los Pinos; López Portillo quiso administra­r la abundancia, defender el peso como perro y nacionaliz­ar la banca; Salinas la reprivatiz­ó y la entregó a su amigos que no tardaron en quebrarla.

Gobiernos van, gobiernos vendrán y parece que un requisito constituci­onal para ser presidente, es ser ocurrente, solo hay que recordar una verdad de perogrullo: de buenas intencione­s y ocurrencia­s está empedrado el camino al infierno.

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Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de México entre 1872 y 1876. Especial

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