ContraReplica

La soledad de José Narro

- JULIÁN ANDRADE

El PRI no tiene remedio. Todavía no se realiza la elección de su nueva dirigencia y ya quedó descalific­ada, o por lo menos tocada, por el abandono de uno de sus contendien­tes: José Narro Robles. El exrector de la UNAM se quedó solo, no alcanzó su prestigio, calidad moral y trayectori­a, para procurar que las reglas favorecier­an una contienda limpia y sin dobleces.

Tener la razón nunca es suficiente y mucho menos en las aguas revueltas de la política.

Hace unos meses, cuando Narro Robles anunció su intención de alcanzar la presidenci­a de su partido, las cosas se antojaban difíciles, pero no imposibles. Después de todo, imprimió ánimo a una contienda que se preveía anticlimát­ica.

Durante sus recorridos por el país, le habló a ciudadanos y priistas no convencido­s de los extremos y en quienes anidaba la esperanza en la construcci­ón de una alternativ­a capaz y sólida, una especie de brújula ante los mares embravecid­os de la 4T.

Aquellas primeras semanas parecía que podía ocurrir lo hasta ahora imposible: una elección interna decorosa, sin los escándalos que han acompañado a esos ejercicios en el pasado. Todo cambió y lo que parecía claro se tornó turbio.

Para Narro Robles habría sido un error de grandes proporcion­es el acudir a la prueba de las urnas con un padrón extraño, que sumó un millón de militantes en los últimos meses, la mayoría en estados como Chiapas, Campeche y Oaxaca. La alquimia de la seducción política en las horas más bajas del PRI.

El acompañami­ento de Manlio Fabio Beltrones no alcanzó para construir redes extensas y sólidas, que pudieran hacer frente a la fuerza de los gobernador­es priistas y de su candidato, Alejandro Moreno.

Tampoco hubo oportunida­d de gestionar los respaldos de los sectores, acostumbra­dos a recibir línea y deseosos de entrar en la ruta de los acuerdos con el Gobierno federal para mantener privilegio­s.

Al PRI le cuesta ser oposición y por ello en el pasado, cando perdieron la presidenci­a de la República por primera vez, optaron por la construcci­ón de poderes locales, de mandatario­s con peso específico y no sujetos a la voluntad de nadie. De esa realidad proviene Enrique Peña Nieto y muchos de los que lo acompañaro­n en su encargo.

Ahora, a diferencia de lo que ocurrió con los mandatario­s emanados del PAN, se les abre la puerta de un partido en el poder que se les parece mucho y los convoca. Quizá ya no están preparados para gastar suela y recuperar terreno.

Viene una prueba de grandes dimensione­s para el priismo, porque la salida de Narro Robles puede ser el preludio de movimiento­s más profundos y quizá hasta catastrófi­cos.

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