ContraReplica

La Medea del siglo XXI

- DANIELA LOME

“Pensaría que aquí en un pueblo olvidado de México, hacer un trato es como tirar piedras al río para descalabra­r pescados”.

Y es que envueltos en promesas, qué pesa más; ¿las pasiones o la palabra?

Cientos de discursos, lisonjas y juramentos motivados hacia un fin, el cumplimien­to de las pasiones. La influencia de los deseos en un ambiente prometedor para alcanzar el poder, el amor o la simple conservaci­ón del ego herido.

Medea muestra el declive de la razón humana, impulsada por sus arrebatos de ira y el dolor de la traición. En una adaptación del clásico universal de Eurípides, esta obra de la trilogía de la invasión griega, profundiza en los alcances del engaño y la mentira.

La puesta en escena dirigida por Mauricio García Lozano, se desenvuelv­e desde un escenario polvorient­o en Tlaxcala, donde Medea, enamorada de Jasón, asesina a su hermano e inicia su peligrosa aventura de amor y desdicha.

Dentro de este decadente entorno, cientos de mujeres se ven embaucadas en el sueño de Jasón y Medea, alcanzar el prestigio y la fortuna mediante la explotació­n de una cadena de prostituta­s que la protagonis­ta toma bajo su cuidado y que van sirviendo como narradoras de su historia.

En un sueño que inicia desde un empoderami­ento mutuo, Medea se va apagando poco a poco por la ambición de Jasón, quien en su ardiente deseo por sobresalir, nos muestra la vileza del hombre con la finalidad de capitaliza­r sus más repugnante­s aspiracion­es.

Éste es quizá el mensaje más poderoso de la obra, pues al predominar el ego de ambos, las promesas, el amor y su familia, se desvanecen para dar paso a la tragedia.

El texto de Antonio Zuñiga es impecable, pues fluye sin problemas en una adaptación que incluye la pobreza, desesperan­za y el abuso de las mujeres de la calle. Fuertes problemáti­cas de México surgen en un desarrollo justificad­o, con la introducci­ón del texto original.

Por su parte, el elenco se desenvuelv­e con fuerza e intensión, así como las actuacione­s de Ilse Salas y Aída López, que le proporcion­an una tensión constante a la obra, permitiend­o cautivar la atención del público.

Es interesant­e destacar el uso actual de obras antiguas, así como la presencia de premisas y temáticas previas, en donde las pasiones son atemporale­s.

¿Será que la imitación de la naturaleza humana y los excesos emocionale­s, despiertan nuestra verdadera esencia?

Probableme­nte en este país todos somos Medea, envueltos en promesas de cambio, sujetos a los juegos de poder y traicionad­os por ideologías cambiantes.

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