La esperanza muere al último
EL MUNDO AL REVÉS
En otras oportunidades he dedicado algunas líneas para reflexionar sobre la caracterología del mexicano a la luz de los principales teóricos en ese rubro que buscan explicar por qué somos como somos. Hoy, de cara a un nuevo régimen y a un inédito virus que pone en riesgo la fragilidad del ser humano, al menos de sus expresiones más débiles: personas de la tercera edad y aquellas con enfermedades metabólicas conviene, como ayuda de memoria, abordar sobre esa doble moral e impronta conductual de gran parte de la comunidad. Se ha dicho que sólo el que se ilusiona se desilusiona. El gatopardismo de Lampedusa (cambiar todo para que todo siga igual como sostiene la tesis principal de esta obra) es hoy un rasgo distintivo del quehacer humano.
México es un país de máscaras (Octavio Paz), de esperanzas incesantes de que alguien vendrá a arreglar lo que como sociedad no ha hecho, pues ésta es una metáfora. Cada quien ve para su santo porque sabe, intuye, que no hay nada que hacer, que no hay futuro y sólo queda obtener un beneficio ahora en espera de mejores épocas, de oportunidades que, como actos divinos, pueden llegar o no.
La mayor parte de los medios no ofrece garantías al derecho a saber de la sociedad, porque esta prerrogativa se encuentra atrapada entre la conciencia puesta a la venta y el erario usado (cada vez menos en el ámbito federal) para desinformar, para generar ilusiones de que las cosas no están bien, pero lo estarán en un futuro cercano, aunque incierto. Mientras tanto, apartarse del camino de la ilusión para traducirlo por la acción no es algo bienvenido en muchos círculos: “conflictivo” se llama a quien exige que el derecho se cumpla y no sea sólo un fetiche; “resentido” se califica al que ve contradicciones esenciales entre la equidad y la justicia y el derecho. Estos juicios de valor estigmatizantes cobran vida a quien busca pensar por sí mismo, a quien quiere decir su verdad (la verdad, como tal, es inasible por ser una construcción del sistema nervioso central, de suerte tal que “la verdad” está sujeta a la agregación de muchas percepciones individuales y colectivas en un mismo sentido).
La distancia entre lo que existe y lo que debiera existir es cada vez más grande. La resignación también, porque es un destino ineluctable de los “buenos”, de los que no son “conflictivos” ni “resentidos”, de los que esperan —sin desesperar— una felicidad que está más allá de esta vida. Hasta ahora, razonan, nadie ha vuelto para quejarse de que las santas enseñanzas no están llenas de verdad. Lo que ocurre son “pruebas” de que algo bueno va a pasar en algún momento. Son “bendiciones” que templan el espíritu y deben ser aceptadas con júbilo, con gozo, porque en ello reside la verdadera “salvación”, la que hará de la felicidad un camino infinito y duradero.
¿Qué pensar de los integrantes de los organismos autónomos constitucionales que tienen sueldos que superan varias centenas el valor de los salarios mínimos? Todas son cosas materiales que van y vienen, las “pruebas” que hay que pasar. No se necesita comprender, sino creer. La crítica, luchar en esta vida por un mundo de equidad y justicia y buscar que las malas personas se vuelvan buenas o sean castigadas con las leyes humanas, es como predicar en el desierto. No se debe ver lo que pasa en los demás, si no es para ayudarlos. Lo importante es ver hacia el interior cómo se puede ser mejor cada día. La humanidad es imperfección, y querer descifrar los designios del Señor causa dolor y desesperanza por la imposibilidad de comprender lo incomprensible. El camino de la dicha es dual: por un lado, las pruebas de esta vida material e injusta y, por otro, la expectativa de otra donde la bondad, el gozo del otro como si fuera de uno, va a generar un círculo virtuoso.
Ahora puede ser el principio de una vida de esperanza, felicidad en la fe y en la convicción de que lo que pasa fuera de cada quien es sólo temporal y pone a prueba la fortaleza interna para recibir un mundo mejor. A mayores evidencias en este mundo material de injusticias, de afrentas y falta de oportunidades, mayores serán las gracias en esa otra vida que abnegada y ordenadamente hay que esperar con el corazón abierto y henchido de convicción de que la felicidad está ya a la vuelta de la esquina.