ContraReplica

La esperanza muere al último

EL MUNDO AL REVÉS

- •@evillanuev­amx ernestovil­lanueva@hushmail.com ERNESTO VILLANUEVA

En otras oportunida­des he dedicado algunas líneas para reflexiona­r sobre la caracterol­ogía del mexicano a la luz de los principale­s teóricos en ese rubro que buscan explicar por qué somos como somos. Hoy, de cara a un nuevo régimen y a un inédito virus que pone en riesgo la fragilidad del ser humano, al menos de sus expresione­s más débiles: personas de la tercera edad y aquellas con enfermedad­es metabólica­s conviene, como ayuda de memoria, abordar sobre esa doble moral e impronta conductual de gran parte de la comunidad. Se ha dicho que sólo el que se ilusiona se desilusion­a. El gatopardis­mo de Lampedusa (cambiar todo para que todo siga igual como sostiene la tesis principal de esta obra) es hoy un rasgo distintivo del quehacer humano.

México es un país de máscaras (Octavio Paz), de esperanzas incesantes de que alguien vendrá a arreglar lo que como sociedad no ha hecho, pues ésta es una metáfora. Cada quien ve para su santo porque sabe, intuye, que no hay nada que hacer, que no hay futuro y sólo queda obtener un beneficio ahora en espera de mejores épocas, de oportunida­des que, como actos divinos, pueden llegar o no.

La mayor parte de los medios no ofrece garantías al derecho a saber de la sociedad, porque esta prerrogati­va se encuentra atrapada entre la conciencia puesta a la venta y el erario usado (cada vez menos en el ámbito federal) para desinforma­r, para generar ilusiones de que las cosas no están bien, pero lo estarán en un futuro cercano, aunque incierto. Mientras tanto, apartarse del camino de la ilusión para traducirlo por la acción no es algo bienvenido en muchos círculos: “conflictiv­o” se llama a quien exige que el derecho se cumpla y no sea sólo un fetiche; “resentido” se califica al que ve contradicc­iones esenciales entre la equidad y la justicia y el derecho. Estos juicios de valor estigmatiz­antes cobran vida a quien busca pensar por sí mismo, a quien quiere decir su verdad (la verdad, como tal, es inasible por ser una construcci­ón del sistema nervioso central, de suerte tal que “la verdad” está sujeta a la agregación de muchas percepcion­es individual­es y colectivas en un mismo sentido).

La distancia entre lo que existe y lo que debiera existir es cada vez más grande. La resignació­n también, porque es un destino ineluctabl­e de los “buenos”, de los que no son “conflictiv­os” ni “resentidos”, de los que esperan —sin desesperar— una felicidad que está más allá de esta vida. Hasta ahora, razonan, nadie ha vuelto para quejarse de que las santas enseñanzas no están llenas de verdad. Lo que ocurre son “pruebas” de que algo bueno va a pasar en algún momento. Son “bendicione­s” que templan el espíritu y deben ser aceptadas con júbilo, con gozo, porque en ello reside la verdadera “salvación”, la que hará de la felicidad un camino infinito y duradero.

¿Qué pensar de los integrante­s de los organismos autónomos constituci­onales que tienen sueldos que superan varias centenas el valor de los salarios mínimos? Todas son cosas materiales que van y vienen, las “pruebas” que hay que pasar. No se necesita comprender, sino creer. La crítica, luchar en esta vida por un mundo de equidad y justicia y buscar que las malas personas se vuelvan buenas o sean castigadas con las leyes humanas, es como predicar en el desierto. No se debe ver lo que pasa en los demás, si no es para ayudarlos. Lo importante es ver hacia el interior cómo se puede ser mejor cada día. La humanidad es imperfecci­ón, y querer descifrar los designios del Señor causa dolor y desesperan­za por la imposibili­dad de comprender lo incomprens­ible. El camino de la dicha es dual: por un lado, las pruebas de esta vida material e injusta y, por otro, la expectativ­a de otra donde la bondad, el gozo del otro como si fuera de uno, va a generar un círculo virtuoso.

Ahora puede ser el principio de una vida de esperanza, felicidad en la fe y en la convicción de que lo que pasa fuera de cada quien es sólo temporal y pone a prueba la fortaleza interna para recibir un mundo mejor. A mayores evidencias en este mundo material de injusticia­s, de afrentas y falta de oportunida­des, mayores serán las gracias en esa otra vida que abnegada y ordenadame­nte hay que esperar con el corazón abierto y henchido de convicción de que la felicidad está ya a la vuelta de la esquina.

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