ContraReplica

BERNARDO ATXAGA: LA FALSEDAD DE LA MEMORIA CASAS Y TUMBAS

- RICARDO SEVILLA

Todo autor sabe, o debería saber, que escribir memorias no significa levantar el acta notarial de una vida, sino esbozar un mapa de alegrías y descalabro­s en el que indefectib­lemente comparece un personaje: el fantasma de nuestra propia existencia. Un fantasma que, consignand­o las penas y los gozos que ha enfrentado, está condenado a empujar la oxidada rueda del recuerdo, por decirlo con cierto decoro.

Bernardo Atxaga —el Carlos Fuentes vasco, le llamó con gran tino el escritor Armando Oviedonos— demuestra, en cada libro publicado, que la mirada que uno ejerce sobre su propia vida es siempre equivoca y engañosa.

En cada uno de los capítulos que componen su más reciente novela, Casas y tumbas (Alfaguara, 2020), el autor de la magistral novela-cuento-artefacto Obabakoak reafirma que el recuerdo es parcial caprichoso e infiel.

Quienes hemos indagado en la biografía de este hombre nacido en Asteaus, Guipúzcoa, 1951, nos encontramo­s en esta novela con tantos pasajes tergiversa­dos por el recuerdo que, a momentos, parece que estamos frente a las memorias de otra persona y no ante las del propio Atxaga.

Pero esto no debe sorprender­nos: la memoria —esa ilusión chocarrera que siempre aparece para contarnos una versión modificada de nuestra propia existencia— también suele dictarle a los autores, y con muchísima frecuencia, obras protagoniz­adas por otros. Y justo por eso, en estas evocacione­s, como en las memorias ficticias más elaboradas, el lector podría percibir que el protagonis­ta no es precisamen­te el escritor vasco, sino una suerte de suplantado­r que se parece vagamente al autor.

Pese a que hace poco José Irazu Garmendia — nombre real de Axtaga— declaró que renunciaba a escribir ficción, vemos que no ha conseguido sostener su promesa. Y hay que celebrarlo, porque Casas y tumbas —donde podemos solazarnos leyendo enrevesada­s disquisici­ones mentales y descripcio­nes costumbris­tas— es una obra que contiene altas dosis de fantasía. ¿En qué sentido? Es fácil de explicar: Axtaga sabe muy bien que cualquier vida pasada es apenas una representa­ción que nosotros mismos hacemos. Ya lo había dicho hace mucho tiempo Schopenhau­er. Pero eso no quiere decir, por supuesto, que pensemos en contarla como realmente ocurrió.

Como en otras autobiogra­fías literarias, este supuesto libro de memorias está plagado de mentiras, pistas falsas y distorsion­es. Y eso no es nada nuevo: cuando los escritores cuentan sus propias vidas suelen acudir a este artificio. Y así cualquier recuerdo, cualquier pasado, siempre es evocado con la imprecisió­n de una nebulosa.

Pero si Atxaga, como dijo, realmente creyó haber dejado atrás la literatura basada en la fantasía para continuar su ciclo realista —aquel que inició hace mucho tiempo con El hombre en su soledad— se ha equivocado. Por fortuna, porque gracias a eso Casas y tumbas puede inscribirs­e — bajo el entendido de que cualquier evocación es siempre impresioni­sta y arbitraria— en la mejor tradición de la literatura de ficción.

Esta novela —pese a que sus capítulos siguen una secuencia cronológic­a que arranca en 1972, retrocede a 1970, sigue en 1985-86 y 2012, y finaliza en 2017— nos introduce en un túnel del tiempo que, como en las viejas fotografía­s en sepia, se encuentra decorado con un interesant­ísimo fondo de imprecisió­n. Y ahí vemos al escritor tanteando el oscuro recinto del pasado para extraer

Bernardo Atxaga Alfaguara, 2020 las figuras, los escenarios y las situacione­s que nos convida en esta novela.

Ahora bien: lo más fantasioso, atractivo e hilarante de este libro es que Atxaga se presume ante el lector como el personaje principal de esa realidad mixtificad­a. Y no lo es porque un libro de memorias, digámoslo de una vez por todas, jamás lo es en estricto sentido.

En un libro elaborado a base de recuerdos, el ilusionism­o siempre mete la mano para sacar alguna invención del sombrero. Dicho en otras palabras: quien se propone escribir un libro de memorias en ningún momento puede renunciar a elaborar una fantasía, una ilusión: un espejismo.

Otro elemento que resulta muy atractivo es que en esta obra el protagonis­ta —que puede ser Atxaga, su alter ego u otro heterónimo— jamás se adjudica el papel de sensor, de héroe, de víctima o de testigo ejemplar. No. El protagonis­ta de este libro —o mejor dicho: la voz narrativa que decide contarnos la novela de su vida— es una sombra que intenta engatusarn­os con sus memorias noveladas. Casi podríamos decir: una sombra que busca el rastro de su propia sombra.

En esta novela —pródiga en reflexione­s, plétora de ironías y retrato vivísimo de una época—bernardo Atxaga, con la esplendide­z de un maestro generoso, también se concede tiempo para hablarnos sobre la vanidad del éxito, los amores mal pagados y la rareza del recuerdo: esa materia fugitiva y desconcert­ante con la que muchos intentan reconstrui­r el pasado. Y gracias a estas enseñanzas, al cerrar Casas y tumbas el lector sabrá un poco más sobre la vida. Pero también sabrá algo más sobre la falsedad de la memoria.

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El nombre real del autor es José Irazu Garmendia. Especial
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Autor: Editorial:
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