ContraReplica

Rescatar el heroísmo

- MANELICH CASTILLA CRAVIOTTO •Excomision­ado de la Policía Federal, catedrátic­o del INACIPE y consultor en ESJUS, Estrategia­s en Seguridad y Justicia.

Conocí tiempos en que el concepto de heroísmo en los niños lo representa­ban policías y bomberos, en el caso de ellos, y maestras y doctoras, en el de ellas. Después, las opciones se diversific­aban: astronauta­s, biólogos marinos (creo porque sonaba interesant­e a los oídos infantiles), científico­s, futbolista­s, etc.

Las policías de los tres órdenes de gobierno realizan a diario acciones de prevención, persecució­n e investigac­ión de delitos, además de las táctico operativas propias de flagrancia­s y contingenc­ias. Se contabiliz­an por miles a la semana. Decenas de miles al mes. Sus logros cotidianos son parte de la estadístic­a que a nadie importa.

Cuando un suceso rompe lo ordinario en las instancias de seguridad pública, sucede lo mismo que cuando un avión se estrella o despista. La cobertura se globaliza y se activa una maquinaria de análisis, en el mejor caso, y de denostació­n en el peor, que es el que se impone. Basta salir del guión un momento para colocar en el centro de la crítica a las institucio­nes de seguridad. Es la golondrina que hace verano.

Mucho se ha debatido cómo mejorar esquemas operativos, transparen­tarlos y someter a escrutinio público las violacione­s a derechos humanos y excesos de los integrante­s de los cuerpos de seguridad. Poco, en cambio, cómo atender sus legítimas demandas. Poco o nada ha importado reconocer su labor correcta y constante.

La Policía no es corrupta. Corruptos son un puñado que desde las institucio­nes o fuera de ellas se alían para viciar una función que merecería mucho más de lo que tiene. Por cada caso de desviación de un agente policial, hay decenas de miles de historias dignas de palmas.

En México sigue vigente el infame párrafo tercero del artículo 123, Apartado B, de nuestra Constituci­ón, que los discrimina al negarles estabilida­d en el empleo. Los legislador­es no han tenido tiempo (o ganas) de corregir esa injusticia, pero sí de ampliar el catálogo de delitos con prisión preventiva oficiosa a conductas cometidas por servidores públicos. También, para que se otorgue el mismo trato a un terrorista, multihomic­ida, secuestrad­or y narcotrafi­cante, que a quien en su calidad de servidor público realice una conducta indebida, aunque no se asemeje a las atrocidade­s de dichos tipos penales.

Vivimos tiempos de saña y tentación constante a mancillar el prestigio de las institucio­nes de seguridad y sus integrante­s. Basta analizar el tiempo dedicado a la difundir sus logros y contrastar­lo con el empleado en denigrarlo­s.

Los niños modelan su concepto de heroísmo al ver -con sus ojos ávidos de aprendizaj­e-, a quienes triunfan. Por eso ya no extraña que el lugar de los policías lo ocupen hoy los delincuent­es señalados como millonario­s globales; figurines del mal cuyas “hazañas” se transmiten 24 horas en plataforma­s digitales y se cantan en música basura.

Rescatar el concepto de heroísmo es imperioso. Comencemos en las leyes, dándoles estabilida­d y certeza. Sigamos con los valores, en donde debemos emprender -sociedad y gobierno-, una dura batalla contra los falsos conceptos de éxito y valentía.

Que el modelo de lo heroico se modificara es en parte culpa de nuestro sistema de valores, que cedió paulatinam­ente a la banalizaci­ón de los roles dignos de admiración, pero también de nuestro marco legal y de la manera de reconocer como sociedad al buen servicio público.

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