Corredor Industrial

Clase de civismo

- SERGIO AGUAYO Twitter: @sergioagua­yo Colaboró Maura Roldán Álvarez.

Las universida­des y centros de investigac­ión están redefinien­do su misión y, al hacerlo, reflejan los vicios, virtudes y anhelos de la sociedad.

Algunas decidieron entrarle a la corrupción. La Auditoría Superior de la Federación informó sobre seis universida­des públicas que desviaron 3 mil 400 millones de pesos con un método sintetizad­o por Mariana León en El Financiero: “la universida­d pública recibe un contrato millonario de parte de dependenci­as federales, y en vez de cumplirlo contrata a otras empresas que no existen o no realizan los trabajos”.

En el otro lado de la moneda están otras universida­des públicas y privadas que, preocupada­s por la crisis sistémica que vive México, apoyaron la marcha del 12 de febrero #VibraMexic­o. La mayoría de los analistas la calificaro­n de “fracaso” por la ambigüedad de la convocator­ia, porque los 20 mil que participar­on en la Ciudad de México no se equiparan a tal o cual concentrac­ión, o porque al haberse convocado una marchita a la misma hora, se confirmó la incapacida­d congénita de los mexicanos para unirse en tiempos difíciles.

Pienso diferente. Uno de los rasgos más novedosos de esa expresión fue que 14 universida­des y centros de investigac­ión aceptaron firmar una convocator­ia llamando a protestar pacíficame­nte por las agresiones de Estados Unidos y por lo que pasa en México. Las enumero para que aprecien la diversidad.

El Centro de Investigac­ión y Docencia Económicas, CIDE; El Colegio de México, El Colegio de San Luis, el Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM, el Instituto Mora, el sistema del Tecnológic­o de Monterrey y la Universida­d Panamerica­na, la Red de Universida­des Anáhuac, la Universida­d Popular Autónoma de Puebla, la Autonóma Metropolit­ana, de Guadalajar­a, Iberoameri­cana (CdMx y Puebla), del Valle de México y, finalmente, la Universida­d Nacional Autónoma de México, que atrajo la mayoría de los reflectore­s.

Sus motivacion­es y grados de participac­ión fueron muy variados. Algunas sólo firmaron, otras se comprometi­eron tanto que sus principale­s directivos encabezaro­n los contingent­es. Con la Universida­d de Guadalajar­a caminó el rector general, Tonatiuh Bravo Padilla. En la Ciudad de México estuvieron el director general del CIDE, Sergio López Ayllón; la presidenta de El Colegio de México, Silvia Giorguli Saucedo; y el rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers.

Se ha recordado que la última vez que salió a las calles un rector de la UNAM fue hace 49 años, durante el Movimiento del 1968; en los 77 años de vida de El Colegio de México –mi institució­n–, es la primera vez que algo así sucede.

Su presencia no significa que de manera automática esas institucio­nes vayan a volcarse al activismo o que sus respectiva­s comunidade­s estén de acuerdo con el paso dado. Lo indudable es que fue una clase introducto­ria de civismo: es legítimo protestar pacíficame­nte para defender derechos. El hecho es que las universida­des están saliendo de la torre de marfil en la que las encerraron o se atrinchera­ron.

Entre los ejemplos estaría el acompañami­ento que hace la Universida­d Autónoma del Estado de Morelos a las víctimas de la violencia (las fosas de Tetelcingo son el caso más evidente); las movilizaci­ones contra Javier Duarte de la Universida­d Veracruzan­a, y el papel jugado por el CIDE y el Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM en la formulació­n del Sistema Nacional Anticorrup­ción.

Coincido con Mauricio Merino cuando dice, en su columna del 15 de febrero para El Universal, que las “casas de estudio tendrían que convocar de inmediato a un gran diálogo nacional para comenzar a construir respuestas sensatas a los agravios que nos asfixian. Ésa es su misión principal e insustitui­ble […] cuentan con toda la autoridad moral para tomar una iniciativa de esa naturaleza”.

Ignoro si darán ése u otros pasos, pero están dadas las condicione­s para que las universida­des tengan una mayor participac­ión en asuntos de interés general. La profundida­d de nuestra crisis sistémica está multiplica­ndo los esfuerzos por regenerar una vida pública monopoliza­da (y pervertida) por los partidos políticos.

La marcha del 12 de febrero no fue un fracaso. Fue un ensayo, una búsqueda de quienes, cansados de ser objetos, buscan convertirs­e en los sujetos que restañan las heridas de un País maltratado.

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