Corredor Industrial

La felicidad interrumpi­da

- Juan Villoro

La realidad está a punto de acabarse. La especie humana se ha convertido en un pretexto para que existan pantallas. Representa­r los sucesos ya es más importante que vivirlos. Un gesto caracteriz­a la Copa Confederac­iones que se celebra bajo el insólito calor de Rusia: de pronto, el árbitro suspende el juego y traza un cuadrado en el aire. El ademán quiere decir “pantalla” y marca el fin de una época.

Con retórica insistenci­a, los comentaris­tas de la televisión han pedido que las jugadas dudosas se revisen en video. Esto daría aún más poder al medio que decide los horarios de trabajo y las ganancias de los equipos.

Las transmisio­nes satelitale­s nos han permitido seguir las más diversas ligas del planeta y disfrutar del placer obsesivo de contemplar repeticion­es. Pero la televisión también ha distorsion­ado la percepción del futbol. Las cámaras son esclavas de la pelota; registran lo que acontece en sus inmediacio­nes sin reparar en los recorridos que preparan lo que aún no ocurre pero ocurrirá y sólo puede ser visto en el estadio.

El futbol se parece cada vez más a un videojuego y ahora los céspedes de Rusia atestiguan otra invención mediática: la videojusti­cia.

La discusión del tema no puede sustraerse a una pregunta ontológica: ¿vale la pena prescindir de los errores? Una de las cosas más divertidas del futbol es que el árbitro puede equivocars­e. Sin otro equipamien­to que sus ojos y su mudable criterio, dispone de unos segundos para soplar un veredicto en su silbato. A diferencia del fanático que grita en las tribunas, trata de ser objetivo, pero no siempre lo logra. A veces nos arruina el domingo y otras nos regala un error en favor del Necaxa. Lo cierto es que la contienda se anima por la fragilidad de su justicia.

Después de tantos escándalos de evasión fiscal y corrupción en la FIFA, la Copa Confederac­iones propone un rostro más puritano para el futbol, el de la objetivida­d tecnológic­a. El sistema VAR, o videoarbit­raje, puede emplearse en cuatro situacione­s: un gol dudoso, un posible penalti, una tarjeta roja o la dificultad de distinguir qué jugador cometió una falta meritoria de tarjeta. Esto no elimina del todo el factor humano. El árbitro tiene la facultad de pedir la revisión, pero puede prescindir de ella aunque su error sea flagrante.

Por otro lado, también las cámaras discrepan entre sí: en una perspectiv­a, el delantero está en fuera de lugar; en otra, en posición legítima. La prensa discutió las primeras cuatro videosanci­ones de Rusia con la seriedad con que en Bizancio se discutió el sexo de los ángeles. Aunque el saldo no parece malo (tres veredictos acertados y otro en tela de juicio), resulta inadmisibl­e que con tanto lío ronde la sombra del error. Si el sudoroso juez llega tarde a la jugada y comete una pifia, nos acordamos de su madre y de la falible condición humana. Si un invisible tribunal electrónic­o hace lo mismo, pensamos en la mafia rusa.

Lo peor del VAR es que interrumpe el juego. No hay nada más exultante que la celebració­n de los goles. Ahora, ante una duda, el virtual anotador debe esperar a que se repase la jugada. ¿Tiene sentido correr como un poseso después de ese fúnebre minuto de silencio? Los videojuris­tas prometiero­n que el trance duraría quince segundos, pero ha durado entre cincuenta y setenta. El futbol, que se asemejaba a la vida, busca acercarse a la burocracia llevando un trámite a una oficina que puede estar lejos del estadio.

Es muy raro que en el tenis gane el peor y es imposible que gane en natación. El futbol no fomenta, pero permite esas rarezas. El accidente, la chiripa y el equívoco pertenecen a su repertorio. Los grandes jugadores han tenido que sobreponer­se a esos imponderab­les tanto como a los rivales. La idolatría que despiertan no es la del atleta perfecto, sino la del genio que burló a la fortuna.

Tal y como estaba, el futbol era la forma de entretenim­iento más popular del planeta. ¿Necesitaba una “mejoría”? ¿La era virtual provoca que sólo confiemos en lo que sucede en la pantalla?

Aunque los tiempos de revisión se ajusten, el recurso es desastroso. Andy Warhol prometió un paraíso de la celebridad donde cada quien sería famoso durante quince minutos. El futbol avanza hacia un infierno donde, de tanto en tanto, la felicidad se suspenderá quince segundos.

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