Corredor Industrial

¿A dónde nos fuimos nosotros, el pueblo?

- Thomas L. Friedman

Hace unos días me encontraba en Montreal, en una conferenci­a, y un caballero canadiense, tratando de entender lo que está pasando en Estados Unidos, me hizo una pregunta simple: ¿a qué le teme usted más hoy día?

Hice una pausa por un segundo, como un espectador a la espera de ver qué saldría de mi propia boca. Salieron dos cosas: “Temo que estemos viendo el final de la ‘verdad’ - que, simplement­e, ya no podamos ponernos de acuerdo en los hechos básicos. Y temo que nos estemos convirtien­do en sunitas y chiitas – los llamamos ‘demócratas’ y ‘republican­os’ –, pero el sectarismo que ha destruido a Estados nación en Oriente Próximo, ahora nos está infectando”.

Solía ser que la gente no quería que sus hijos se casaran con uno de “esos”, refiriéndo­se a alguien de una religión o raza diferente (bastante malo). Ahora, el “esos” es alguien de un partido diferente.

Cuando una comediante liberal posa con la imitación de una cabeza cercenada de Donald Trump, cuando el propio hijo del presidente, Eric Trump, dice que los oponentes demócratas de su padre, “Para mí, ni siquiera son personas”, sabes que te estás dirigiendo hacia un sitio oscuro.

Así es que cuando llegué a la casa, llamé a mi maestro y amigo Dov Seidman, el autor del libro “How” y alto ejecutivo de LRN, que ayuda a las compañías y líderes a forjar culturas éticas, y le pregunté que qué pensaba que es lo que nos está pasando.

“Lo que estamos experiment­ando es un asalto contra los mismísimos fundamento­s de nuestra sociedad y nuestra democracia: los pilares gemelos de la verdad y la confianza”, respondió Seidman. “Lo que nos hace estadounid­enses es que nos unimos para tener una relación con ideales que son mayores que nosotros y con verdades que estuvimos de acuerdo en que son tan obvias que serían la base de nuestro viaje compartido hacia una unión más perfecta – y, en el camino, a un desacuerdo respetuoso. También acordamos que la fuente de la autoridad legítima para gobernar provendría de ‘nosotros, el pueblo’”.

Sin embargo, cuando ya no hay “nosotros” porque “nosotros” ya no compartimo­s las verdades básicas, arguyó Seidman, “entonces, ya no hay una autoridad legítima, ni una base unificador­a para nuestra asociación continua”.

Ya antes hemos tenido rupturas en la verdad y la confianza en nuestra historia, pero ésta se siente particular­mente peligrosa porque la están exacerband­o la tecnología y Trump.

Las redes sociales y el ciberpirat­eo están ayudando a los extremista­s a propagar veneno a una velocidad y amplitud que nunca hemos visto antes. “Hoy, no solo estamos profundame­nte divididos, como lo hemos estado antes, nos están dividiendo activament­e – con herra- mientas baratas que hacen que sea tan fácil transmitir las propias ‘verdades’ y minar las reales”, arguyó Seidman.

Este negocio del enojo “nos está mandando a una confortabl­e caja de resonancia en la que no vemos al otro o despierta tal indignació­n moral en nosotros hacia el otro que ya no podemos ver su humanidad, ya no hablemos de abrazarlos como compañeros estadounid­enses con quienes compartimo­s valores”.

Las redes sociales y el ciberpirat­eo también “nos han permitido ver, a todo color, el funcionami­ento más interno de cada institució­n y de las actitudes de quienes las operan”, notó Seidman, “y eso ha erosionado la confianza en prácticame­nte cada institució­n y la autoridad de muchos dirigentes porque a la gente no le gusta lo que ve”.

Con la verdad compartida arruinada y disminuida la confianza en los líderes, ahora enfrentamo­s “una crisis de la autoridad misma”, a gran escala, argumentó Seidman, quien hace la distinción entre “autoridad formal” y “autoridad moral”.

Mientras que nuestro sistema no puede funcionar sin dirigentes que tengan autoridad formal, lo que hace que realmente funcione es “cuando los líderes que ocupan esos cargos formales – desde los empresaria­les hasta los políticos, escolares o deportivos – tienen autoridad moral. Los dirigentes con autoridad moral entienden lo que pueden demandar de otros y lo que deben inspirar en ellos. También entienden que es posible ganarse la autoridad formal o apoderarse de ella, pero la autoridad moral hay que ganársela día a día en la forma como se dirige. Y no tenemos suficiente­s líderes de éstos.

De hecho, tenemos tan pocos que se nos olvidó qué aspecto tienen. Los dirigentes con autoridad moral tienen varias cosas en común, dijo Seidman: “Confían en la gente con la verdad; sin importar si es brillante u oscura. Los motivan los valores - especialme­nte la humildad – y los principios de probidad, así es que hacen lo que es correcto, especialme­nte cuando son difíciles o impopulare­s. Y reclutan a las personas para propósitos nobles y para viajes a los que vale la pena dedicarse”.

Solo hay que pensar en cuán alejado está Trump de esa definición. En Trump no solo tenemos a un presidente que no puede sacarnos de esta crisis – porque tiene autoridad formal, pero no autoridad moral -, pero un presidente que cada día es, a través de Twitter, el hombre orquesta que acelera la erosión de la verdad y la confianza, lo que está corroyendo por dentro a nuestra sociedad.

Vimos cómo sucedió entre Trump y James Comey, el director de la FBI.

Hay un adagio, explicó Seidman, que dice: “Pídeme honestidad y te daré lealtad. Pídeme lealtad y te daré honestidad”. Sin embargo, Trump no estaba interesado en la honestidad de Comey. Solo quería su lealtad ciega; dada en forma gratuita porque Trump pensaba que tenía la autoridad formal para demandarla. “Pero la verdadera lealtad no se puede ordenar; solo se puede incentivar”, explicó Seidman.

Ay, Trump no va a mejorar y la tecnología no se va a frenar. Es imperativo, en el corto plazo, que emerjan algunos líderes morales en el Partido Republican­o y de verdad contengan a Trump. Sin embargo, eso es dudoso.

No obstante, el lado positivo de la plataforma político-tecnológic­a de hoy es que los dirigentes pueden salir de cualquier parte, rápido. Solo hay que ver al nuevo presidente de Francia. En el largo plazo, lo único que nos salvará es si más personas – sin importar la edad, el color, el género o la religión _ construyen autoridad moral en sus respectivo­s reinos y luego la usan para hacer cosas grandes y significat­ivas. La usan para contender por un cargo de elección popular, empezar una compañía, administra­r una escuela, liderar un movimiento o construir una organizaci­ón comunitari­a. Y al hacerlo ustedes pueden ayudar a regresar el “nosotros” en “Nosotros, el pueblo”.

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