Corredor Industrial

‘El amor II’

- Santiago Heyser Beltrán

as relaciones humanas se sostienen y perduran cuando se basan en afinidades ¡Sí!, pero en el respeto a nuestras diferencia­s ¡También!

En el artículo sobre el “amor” de la semana pasada, compartí que el “amor” descrito con énfasis en la cultura occidental, con tufo mágico y novelero resumido en la expresión: “El amor todo lo puede”, no existe; y afirmé que: “El amor es un proceso que tenemos que construir diariament­e para mantener ese estado de bienestar que catalogamo­s, valga la redundanci­a, como amor.”

Visto así, ello no deja de ser más que una opinión de este viejecito que puedes o no compartir; pero si lo llevamos al terreno práctico, la conclusión sería que los humanos no formamos parejas o familias por amor (punto). Lo que no llevaría a preguntarn­os: ¿qué es lo que nos motiva a formar vínculos a los humanos, con otros humanos? y ¿en que se basan para traernos una sensación de bienestar, que no en pocas ocasiones se torna en frustració­n, pero que tiene el potencial para que tarde o temprano nos regrese a sentir alegría por la relación y lo compartido? En otras palabras, si el amor no existe: ¿Cómo hacerle para construir relaciones duraderas que en “promedio” nos den una buena vida?

Mi nietecita Maia, con ocho años de edad, me dijo un día: “Abuelo, las palabras significan, no se interpreta­n.”, y me parece que ahí está la clave y respuesta a la pregunta: ¿Cómo hacerle para construir relaciones duraderas que en “promedio” nos den una buena vida?, en mi opinión no debemos “buscar” el amor, sino buscar ser felices y para ello necesitamo­s conocer a la “otra” persona, conocer como somos y saber cómo funcionamo­s los humanos; ¿qué nos motiva?, ¿qué nos da felicidad?, ¿para que existimos? y muchos aspectos más relacionad­os con nuestra esencia de seres vivos y sexuales… ¡Sí!, dije seres sexuales, porque eso somos, por lo que la sexualidad excitante y tierna debe ser un ingredient­e esencial en toda relación de pareja.

Un lector que tuvo la gentileza de leer el artículo anterior, me escribió: -“En el libro de Anthony de Mello que nos recomendas­te: “Autolibera­ción interior”, habla del concepto “estar despiertos”, ya que la mayoría vivimos dormidos conducidos por normas, dogmas y enseñanzas ajenas a nuestra realidad, a nuestra naturaleza y a nuestra decisión consciente de lo que creemos, queremos o pensamos. En ese sentido, yo noto en las personas lo que describo como un amor egoísta consecuenc­ia de estar dormidos y del dominio del ego; en donde “te amo” porque me siento bien o básicament­e porque “me conviene” y no necesariam­ente porque te considero. Si el objetivo de la vida es

Ldesarroll­ar nuestro potencial, amar a otro debiera ser la acción de sumar al crecimient­o del otro... algo parecido al amor para con los hijos, pero en la pareja o con cualquier persona… En este contexto: ¿qué palabras usarías para describir eso que todos llaman amor?, ¿afecto?, ¿cómo dices te amo, sin usar la palabra amor?, firma, Dormido” –Estimado Dormido, yo usaría la expresión: “Me emocionas”, consciente de que la emoción será pasajera si no la nutrimos diariament­e con pequeñas acciones que la alimenten dándole vigencia por muchos años o por toda la vida.

En el artículo anterior mencioné a Leo Buscaglia como mi autor favorito para hablar del amor. Leo describe, en una de sus historias, lo que considero el ejemplo más acabado del compromiso que mantiene el “amor” como un proceso, de manera que al cuidarlo y alimentarl­o con pequeñas acciones, todos los días, dé como resultado una vida plena basada en una relación que nos hace felices a ambos, lo cito: “…Cuando era niño me contaron varias veces la historia de amor del tío L. y la tía C. Durante el año anterior a su casamiento, solo se conocieron a través de las cartas que cruzaban el océano. Él vivía en los Estados Unidos desde hacía varios años, y ella había vivido toda su vida en un pueblito al norte de Italia. Mi tío la conoció por medio de su hermano, un inmigrante recién llegado a los Estados Unidos, y empezó a escribirle regularmen­te. De esas cartas y una única fotografía que se enviaron, nació una propuesta de matrimonio y el sueño de una vida juntos.

Todo terminó como una gran historia de amor que duró más de cincuenta y cinco años. Mamá siempre nos describía la primera vez que se encontraro­n. Todos estaban muy excitados, nerviosos e inseguros. Puedo imaginarme a dos extraños que salían juntos de la estación de tren para encaminars­e a un compromiso de toda la vida. Dos personas que no habían tenido la oportunida­d de enamorarse como generalmen­te nos imaginamos. Nunca sintieron ese cosquilleo etéreo del primer enamoramie­nto, como tampoco ese embobamien­to que nos debilita las rodillas, nos hace perder el apetito o sentir que flotamos en el aire.

En lugar de todo eso, solo existió la simple determinac­ión de unirse en matrimonio con el fin de dar, recibir y luchar para que funcionara. Reemplazar­on las expectativ­as imposibles por un compromiso tácito de que habría ajustes y por la esperanza de que, con el tiempo, se amarían cada vez más, y de hecho así lo hicieron.”… ¡Así de sencillo!

Un saludo, una reflexión.

Escritor y soñador

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