Un secreto color turquesa
›› El subsuelo mexicano esconde increíbles escenarios, y como todo lo bueno tiene un precio, llegar a ellos no será nada fácil pero valdrá la pena
Entre los límites de Morelos y Guerrero, existe una caverna con un secreto que pocos conocen. Guarda un conjunto de albercas naturales, las cuales adquieren tonalidades azul turquesa cuando son iluminadas. Pero llegar hasta ellas no es cosa fácil: debes estar dispuesto a ensuciarte, arrastrarte y atravesar pasadizos por donde parece imposible que pase un cuerpo humano.
La cueva se llama Azul Profundo. Para preservar su belleza intacta, los guías no te indican su ubicación hasta que estás a punto de emprender la aventura hacia sus profundidades. Por eso, el punto de partida para quienes llegan desde CDMX es la ciudad de Cuernavaca.
Entrar a la cavidad es sencillo, pues el acceso es lo suficientemente amplio como para caminar. No tienes idea de lo que te espera.
El reto
La primera mitad del recorrido es totalmente seca. Con una linterna unida al casco, te abres paso en la penumbra mientras el espacio disminuye poco a poco. En un momento puedes estar de pie y, un par de metros más adelante, debes gatear o, quedar pecho tierra para poder avanzar como serpiente.
Para este punto te habrás despojado del celular, tu mochila y prácticamente cualquier cosa que le añada “grosor” a tu cuerpo.
Los guías te indican cómo acomodarte y en qué músculos buscar apoyo para completar los tramos más estrechos. El camino te exige adoptar posiciones y movimientos a los cuales no estás acostumbrado. No tienes que ser ningún atleta para lograrlo; sin embargo, los viajeros deben pesar 95 kilos como máximo y su cintura no puede medir más de 115 centímetros.
Aunque cuentas con una fuente de luz, tu sentido del tacto es una clave importanTodavía te durante la experiencia. Si “toqueteas” las paredes retorcidas de la caverna, obtienes una idea más clara de tu siguiente paso.
En algunos tramos, las columnas de piedra a tu alrededor alcanzan hasta 15 metros de altura. Sus extrañas siluetas han sido esculpidas por el agua a lo largo de miles de años. En temporada de lluvias, la cavidad se inunda por completo.
La recompensa
Finalmente, las albercas de color turquesa aparecen como un oasis frente a ti. Su agua es tan cristalina que te permite distinguir los granos de arena que vas pisando.
Hay algo más que le añade belleza al escenario: diminutos pedazos de mármol incrustados en la roca, brillando cerca de ti.
Es imposible llegar hasta aquí con un chaleco salvavidas puesto, pero las pozas no son demasiado profundas, y no hay ni un momento en que dejes de sentir el suelo.
Puedes flotar tranquilamente, encontrarle forma a las rocas o hasta apagar por un instante tu linterna para gozar la quietud del sitio. Si prestas atención, existe la posibilidad de que escuches algún murciélago a lo lejos.
Al final del recorrido, quedan dos dificultades más. La primera consiste en aguantar la respiración y sumergir la cabeza en el agua por unos segundos, para atravesar zonas inundadas. La segunda es un poco más intimidante: hay que escalar una pared de unos seis metros, sin cuerdas, empleando los agujeros que ya existen entre las piedras.
El camino de regreso es el mismo. Afuera de la cueva te espera un picnic en la naturaleza, con la satisfacción de haber visitado un paraíso que pocos han visto.