Un país empantanado
(Tercera y última parte)
Al ascenso de China en 40 años los historiadores le llamarán el “milagro chino” porque su transformación fue espectacular. Pero los milagros no suceden sin que alguien los haya provocado. ¿Cuál fue el secreto?
El primero fue abrirse al mundo y aceptar inversión extranjera; dejarse de cuentos comunistas y permitir que la iniciativa privada comenzara la larga marcha hacia la prosperidad. El segundo fue la adopción del neoliberalismo como no se había hecho desde principios del
Siglo XX en Estados Unidos. El tercero fue aprender los modelos de producción occidental, perfeccionándolos en el camino.
En las páginas de am están impresas las quejas de los fabricantes leoneses que aseguraban que “los chinos trabajaban por un dólar diario y un plato de arroz”, así no se podía competir en la industria del calzado. Era cierto, al principio los campesinos emigrados a las fábricas trabajaban por cualquier pago porque no tenían que comer.
Recuerdo que en 2005, un guía de 27 años en Shanghái decía que tenía recuerdos de niño cuando había días en que el único alimento que probaba era un plato de sopa de jitomate.
Así que trabajaron y trabajaron hasta convertirse en la fábrica del mundo. Invadieron primero los mercados con productos de baja tecnología como el calzado y ahora compiten con la más alta ciencia y tecnología.
Nuestra limitada percepción de la realidad hacía que el mismo gobierno de Guanajuato anunciara que los productos chinos eran corrientes. “Chin chin, se rompió”, era el mensaje para denigrarlos. Hoy no se rompen y el mundo está en pánico por su avance vertiginoso como la tecnología de Huawei, la empresa con mayor presencia tecnológica en telecomunicaciones, líderes en 5G.
Mientras eso sucede, en México nos movemos, pero en reversa porque los personajes principales de la Cuarta Transformación representan el pasado, piensan en el pasado y destruyen las instituciones que tanto trabajo costó construir para el futuro. Lo grave no son los recursos que perderemos ante una economía estancada, lo peor será el tiempo perdido.
Volver al país de un solo hombre es la peor receta para destruir nuestra incipiente democracia. Es una desviación en el camino, un duro tránsito de aprendizaje para quienes depositan toda su esperanza en un mesías inexistente.
Sé que algún día se construirá el aeropuerto de Texcoco, o un gran “hub” internacional como puente entre Asia, América y Europa, con la misma visión que tuvieron Dubái, Estambul, Seúl o Singapur. También sé que el Tren Maya pasará a la historia como el mayor fiasco turístico. Santa Lucía, de ser construido, será un aeropuerto doméstico secundario o una mejor base aérea militar.
Nuestros hijos y nietos construirán fuentes de energía renovable, barata abundante y limpia. Tal vez hasta puedan ver la generación de energía eléctrica por medio de la fusión nuclear.
En poco tiempo la mayoría de los autos será eléctrico o de hidrógeno y en tres décadas, o antes, comenzará la reconstrucción del medio ambiente, indispensable para la sobrevivencia y prosperidad de nuestra especie.
Lo cierto es que si se construye la refinería de Dos Bocas será el monumento a la socarronería y al pasado sin gloria. Quedará obsoleta en poco tiempo, al igual que las ideas dispersas, incomprensibles y literalmente desorbitadas de un pueblo y un líder que quieren decidir el futuro a mano alzada.