Cerrando ciclos
Esta pandemia nos ha cambiado la forma de vivir, y hasta la forma de morir. Estamos rodeados de percepción de soledad, de abandono, de desarraigo, y es que la pérdida, la impotencia, llevan a la angustia y ansiedad.
La pandemia ha sido traumática. El ser humano se caracteriza por buscar sentido a lo que ocurre a su alrededor. Cuando conocemos las razones de lo que ocurre sentimos alivio y una cierta paz interior por muy duro que sea lo que haya ocurrido. Sin embargo, en esta ocasión, estamos teniendo muchos miles de personas instaladas permanentemente en la ira, en la rabia, enojadas con la vida, sintiéndose mal consigo mismas y con su entorno porque resulta enormemente difícil explicar o razonar todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor.
Las personas necesitamos cerrar procesos para lograr la estabilidad emocional. Llevamos cientos de años realizando unos rituales de despedida cuando fallece un ser querido: velarlo y enterrarlo o incinerarlo. Con estos pasos, cerramos psicológicamente el primer impacto emocional que nos provoca la muerte y entramos en el tiempo del duelo. En las circunstancias actuales, este proceso de equilibrio no puede llevarse a cabo y provoca que el intenso dolor tras la pérdida se prolongue mucho más en el tiempo, provocando los dolientes muchas más dificultades para iniciar un duelo más sanador.
El duelo es un proceso psicoemocional que sigue a la pérdida de un ser querido. También puede sobrevenir por otras causas, como una ruptura de pareja o un drástico cambio de vida como nos sucede en estos días por lo que, todas las personas podemos estar pasando por un proceso de duelo. La experiencia depende de cada persona, no hay una forma universal de sobrellevarla. Su duración no es fija. Están los sentimientos como de vacío, tristeza, dolor, etc., y suelen ser comunes. Y no es de extrañar si se suman otras emociones por todo lo que está sucecomo una gran frustración o enfado (a veces dirigido hacia los profesionales sanitarios), una gran incertidumbre, descontrol o desbordamiento, soledad.
El duelo ordinario pasa por distintas fases: la primera es de shock, ante la muerte o situación, genéricamente se piensa “no puede ser”, “no me lo creo”. La segunda fase es la de la ira, la cólera contra el mundo, contra la injusta vida, o proyectada dicha ira contra los demás o contra uno mismo. En este caso en el que nos encontramos, quizás contra los políticos por no haber prevenido, contra quien contagió, incluso contra uno mismo por haber salido a la calle y contagiarse. La tercera fase es la denominada de tristeza o melancolía, un dolor intenso, continuado, agudo por la pérdida. Y la cuarta es la fase de aceptación, buscando, y a veces encontrando, un sentido a la vida, que incluye la muerte o el cambio.
Para afrontarlo es necesario utilizar los recursos con que cada quien contamos, tanto físicos como cognitivos, emocionales, relacionales y espirituales. Es la hora de la interioridad y de la comunicación desde el corazón y sin abrazos físicos. Es la hora de la palabra, para que ésta pueda recoger lo que normalmente preferimos comunicar a través del contacto físico. Es necesario buscar el modo de socializar con quien a uno le venga bien para no morir de pena. Cultivar el recuerdo positivo, desechar los malos pensamientos catastróficos, utilizar fotos, cuidar la oración, son caminos para afrontar el drama”.
Los círculos deben cerrarse para dar paso a unos nuevos que, a su vez, y después de haber pasado por nuestra vida, y haber contribuido en ella, desaparecen para dar paso a otros nuevos, y así la evolución de nuestra conciencia, a través del aprendizaje, cerrando círculos y preparándose para abrir otros.
Este verano es una época perfecta. Este año, muy especialmente, entramos a la estación con la percepción de haber concluido una etapa clave en la vida; un antes y un después, que marcará nuestros días venideros. De hecho, ya los está marcando.
Como sociedad, lo que estamos viviendo en este momento es la pérdida de la libertad, la pérdida económica, la pérdida de la seguridad del futuro, de la certidumbre, de qué va pasar con nosotros en una semana, en un mes, dos, tres meses. Y, de hecho, hay quienes están perdiendo su puesto de trabajo o su negocio.
Cerrando círculos es la mejor manera de concluir e integrar los cambios realizados, las experiencias vividas y el trabajo hecho. Cierro un círculo perfecto, todo se ha desarrollado debidamente, todo se ha encajado en su lugar. Un círculo completo que siento como una importante labor con todas y cada una de las personas que me han acompañado. Un círculo sin hilos deshilachados, sin fisuras, sin grietas, sin “asuntos pendientes” en ninguna bandeja de entrada.
Considero que una vez superemos la pandemia, será muy aconsejable realizar actos formales de despedida. No neguemos el dolor, no evitemos el sufrimiento, pues más se patologizará el duelo. La palabra como vehículo que une las emociones de las personas. Y llegados a este punto, quizá, valga la pena despedirnos ante una fotografía, una música, un objeto de gran significado. Y decir todo lo que se estime de palabra, o por escrito, sin culpabilidades, sin prisas, verbalizando, aflorando el componente espiritual. Las y los niños requieren explicaciones y acompañamiento. También despedirse de su escuela, compañeros (as), en fin, cerrar sus círculos. Requiere los rituales de fin de cursos para cerrar una etapa importante de la vida. Ojalá que se lleven a cabo las actividades de fin de curso o de graduación, y así completar un proceso que conduce a la evolución y salud personal.
En caso de sentir que el duelo te está sobrecargando y que no puedes manejarlo, busca la ayuda de un especialista de salud mental. Buscar ayuda no está mal, es bueno; las personas deben siempre buscar información confiable mediante herramientas prácticas para poder utilizarlas, así, mantener la calma y manejar la ansiedad y la desesperación que pueden surgir en momentos como este. hacerlo llegar a sus amistades:
“La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis, se supera a sí mismo sin quedar superado. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones.
La verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo.
En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no luchar por superarla”.
Dicho de otra manera, esta reflexión es un impulso para que actuemos rápido y constructivamente en nuestro favor y los demás.
Inicio con la presentación del personaje: las haciendas de Irapuato. Ya, en otros artículos he platicado algo sobre ellas, pero ahora lo hago bajo el punto de vista considerándolas como monumentos.
Aunque Irapuato nació como estancia para criar ganado mayor y menor en terrenos fértiles, debido a varios factores como la de contar con tierras, inicialmente duras, apretadas, salinizadas, pero con el trabajo humano se lograron ser lo que son, con calidades indiscutibles para convertirse en tierras fecundas. Esto provocó la vocación inicial de esta región, la agrícola, participando geográficamente de la gran plataforma terrestre verde y húmeda, considerada a lo largo de decenas de años el granero de la Nueva España: el Bajío.
Irapuato fue primate en la construcción y desarrollo de haciendas las que, rudimentarias las más, y muy reconocidas por su arquitectura las menos, formaron la atmósfera que protegió el desarrollo de una etapa rica en resultados, los que forman parte de nuestra historia.
El término “hacienda” procede del latín medieval, facienda, que significa finca agrícola y con ella, lo que ha de hacerse. Sus componentes léxicos son: facere (hacer), más el sufijo nda (indica lo que hay que hacer). Este sistema se originó en España extendiéndose luego a América al expandirse su colonia.
La historia de su formación