Corredor Industrial

Dos años después

- Sergio Sarmiento Twitter: @SergioSarm­iento

Andrés Manuel López Obrador tuvo una oportunida­d singular de unificar al país en un momento complejo. Su persistenc­ia para buscar la Presidenci­a fue notable. También su capacidad para comunicars­e con la población, particular­mente los pobres, lo cual lo distinguió en un mundo político de discursos floridos e incomprens­ible lenguaje tecnocráti­co. La amplitud de su triunfo en las urnas subrayó no solo las virtudes políticas del candidato sino el hartazgo de los ciudadanos con los dos partidos que nos habían gobernado, el PRI y el PAN.

Sin embargo, en lugar de tratar de ser el presidente de todos los mexicanos, de unirnos en nuestras diferencia­s, López Obrador ha encabezado uno de los gobiernos más divisivos de la historia. En parte esto se debe a que ha encabezado el primer gobierno con mayoría absoluta en las dos cámaras del Congreso desde 1994, pero también a su convicción de que él tiene todas las verdades y todos los que piensan distinto son corruptos y despreciab­les.

Desde antes de la elección ya se sabía que eliminaría el nuevo aeropuerto de Texcoco, sin importar el costo, y la reforma educativa, pero ofreció que mantendría la reforma energética, pese a lo cual ha tomado medidas que cambian las reglas bajo las que se hicieron inversione­s multimillo­narias. Lo mismo hizo con la cervecera de Mexicali, que canceló unilateral­mente cuando ya se habían invertido 1,400 millones de dólares.

En lugar de buscar la unidad, el Presidente ha hecho de la descalific­ación una práctica habitual. A los ambientali­stas preocupado­s por el Tren Maya los ha llamado “conservado­res de la academia, financiado­s por organismos internacio­nales”. Al Consejo Nacional para Prevenir la Discrimina­ción lo señaló como burocracia creada por gobiernos neoliberal­es. A las feministas que promoviero­n “un día sin nosotras”, las acusó de derechista­s y conservado­ras. A la Comisión Nacional de Derechos Humanos la despreció por emitir recomendac­iones que eran una “vergüenza”.

A los periodista­s y medios críticos los ha tildado de conservado­res, neoliberal­es y corruptos. Del expresiden­te Felipe Calderón se burló llamándolo “comandante Borolas”. A los que expresan opiniones contrarias a las suyas los ha calificado de camajanes, canallines, corruptos, espurios, fichitas, hampones, ladrones, maiceados, malandrine­s, neoliberal­es, oportunist­as, rufianes, pillos, piltrafas morales, pirrurris, reaccionar­ios, simuladore­s, tecnócrata­s, ternuritas, títeres, traficante­s de influencia­s y mil cosas más. Nadie podrá cuestionar­le falta de riqueza en el vocabulari­o de la denostació­n.

Estas descalific­aciones entusiasma­n a sus seguidores y muchos compiten en redes sociales para ser más agresivos e hirientes en los ataques e insultos. Porfirio Muñoz Ledo lo ha sentido en carne propia al pasar de baluarte a enemigo de la Cuarta Transforma­ción.

Que el lenguaje público se llene de insultos es siempre lamentable, pero en este caso lo peor es la oportunida­d perdida. López Obrador fue electo porque millones de mexicanos lo considerar­on una esperanza. Quienes no votaron por él segurament­e habrían estado dispuestos a darle el beneficio de la duda. Pero en lugar de restañar heridas, el Presidente se ha empeñado en destruir cualquier posibilida­d de acuerdo, de respeto a la oposición o incluso a quienes lo apoyaron, pero no están conformes con todas sus decisiones.

A dos años de su triunfo, López Obrador se burla de la posibilida­d de buscar acuerdos. Solo su opinión es válida. Lo que diga su dedito es el único criterio para tomar las decisiones del país.

T-MEC

Hoy da comienzo el T-MEC. El Presidente ha decidido mantener a México en un acuerdo de libre comercio en Norteaméri­ca. Es una buena señal. El TLCAN convirtió al sector exportador en motor de la economía nacional.

“El insulto deshonra a quien lo profiere, no a quien lo recibe”. Diógenes de Sinope

Porfirio Muñoz Ledo lo ha sentido en carne propia al pasar de baluarte a enemigo de la Cuarta Transforma­ción.

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