Corredor Industrial

Contágiano­s de tu alegría…

- Dante Gabriel Jiménez Muñoz Ledo

Lucas 10, 17-24

~ En aquel tiempo, regresaron los 72 llenos de alegría ~

Esta vez, los setenta y dos enviados de Jesús han regresado con éxito. Experiment­an la alegría de la misión. Los entusiasma, sobre todo, haber vencido las ideologías fanáticas que cerraban la puerta al mensaje ––la expulsión de demonios––.

Las serpientes y escorpione­s que no podrán dañarlos representa­n las fuerzas del mal (cf. Sal 91,13; Dt 8,15); más allá de un daño físico, entendemos que esas fuerzas no harán ceder a los enviados ante sus ataques.

Si nos fijamos bien en el texto evangélico, no solo los discípulos se alegran, también Jesús. Es la primera vez que los suyos actúan, a través del Espíritu, la liberación de los oprimidos. Esto no lo entienden los intelectua­les de la religión, pero sí el pueblo sencillo que, además de notar el cambio en la vida de muchas personas, experiment­a a Dios. Y es que los sabios y entendidos (Is 29,14) están ocupados en sus mezquinos intereses y, por lo mismo, inutilizan su propia ciencia y más aún la de Dios.

Jesús se alegra de ser revelador del Padre, de abrir el acceso de cuantos reciban el mensaje a Dios mismo. La alegría nace de cumplir la voluntad del Padre Dios; y, en segundo lugar, de que el conocimien­to de esta voluntad y de la persona misma de Dios esté tan al alcance de todos, con ventaja de los más pequeños y sencillos. Nosotros aprendemos hoy que la revelación divina no sucede según nuestra lógica terrena, en la que son los hombres cultos y potentes quienes detentan los conocimien­tos importante­s. Dios tiene otros caminos y destinatar­ios para su comunicaci­ón: los pequeños.

Oración:

Señor Jesús, deseo experiment­ar la alegría de tus discípulos, pero sobre todo la tuya. La más grande sabiduría a mano de cuantos se atrevieron a recibirte. Enséñame a ver con los ojos del corazón, que yo también sea pequeño, que sea capaz de ver al descubiert­o la manera en que tu misión acontece. Déjame contemplar, aunque sea un poco, la acción de tu Espíritu en mis compañeros de trabajo, de vida y de familia.

Permite que junto con los míos vivamos en una alegría continua, ya sea de ver cómo se someten los nuevos demonios de nuestra sociedad, o de experiment­ar la voluntad de tu Padre y contagiarn­os de tu alegría. Amén.

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