Aunque nos parecemos, sí hay diferencia
Soy hija de una mujer que nació la quinta después de cuatro varones y la sucedieron otros dos, ella nació en 1930; la libertad para las mujeres se suponía limitada, aun así, soltera viajó a Estados Unidos, trabajó, se paseó, tuvo unos de los primeros coches -aquí en la ciudad como mujer- hacía comercio, estudiaba, era una buscadora del más. Quedo viuda en 1977, trabajó con inmenso ahincó de botas y con falda; nunca necesitó látigo para dirigir dos empresas de acero, tejía con la misma destreza que llamaba por teléfono para ejercer compras y solicitar pagos o para descargar una góndola. Mi abuela nació en 1903, fue novia, esposa muy enamorada de su Rafael, madre, abuela, bisabuela puso el primer alambique de aguardiente en la región, fue la comerciante errante que traía hermosas porcelanas, encajes, telas, televisiones, radios y vajillas para las futuras esposas, quedó viuda en 1964, los caballeros se le atravesaron siempre para darle el paso, jamás para cerrarlo, al igual que a su hija.
Este prólogo es el fundamento en el que sustento que definitivamente vengo de un par de pro mujeres -adelantadas a su época- profundamente feministas y orgullosas de su sexo. Jamás tuvieron que defenderlo, pues nunca estuvo en riesgo, ser mujer es una bendición y ambas de mil maneras me lo enseñaron; fueron, para bien y para mal, mis mejores maestras. Nunca participaron en huelgas, ni en mítines, ni tuvieron que desnudarse o estropear monumentos cívicos para pronunciarse y ejercer su poderío, fueron mujeres de todos los días sin títulos nobiliarios, sin apellidos lustrosos. Jamás se les cayeron los anillos para limpiar y tallar más cuando los lucían sus manos impecables, honestas, sinceras mostraban y sin tapujos enseñaban.
En casa aprendí que en la humanidad habitaban mujeres y mujercitas, la tercera clase eran esas, “las pobrecitas”, seres sin batuta que habían quedado al mal hacer por lo que era preferible en algún momento de distracción aventar una oración por la recuperación de conciencia. En mi México, ahora aparte de López, la pandemia, la violencia, tenemos a las “pobrecitasfeminizoides” que andan con los cueros sueltos, tachando aire y gritando un desahuciado AKITOY no sé qué buscan, más me inquieta que los medios, las redes le den tanto seguimiento ¿será que andan igual de agónicos? ¿será que no saben lo que hacemos las mujeres o dónde andamos? O tal vez no conocen a las mujeres. A lo mejor andan pobres de notas y en lugar de admirar a las mujeres andan provocando noticias para pegarse al suelo, como calcomanías sin pegamento.
Nosotras las mujeres somos dueñas de nuestro cuerpo, de nuestra palabra, conciencia y acción. Cuando por suerte, descuido o solo el tropiezo nos hace caer ante los inconvenientes o taladrillos, decidimos y al asumir nos unimos, juntamos alas para proteger esa fragilidad corpórea para hacernos roble y ocupamos de los hombres esos “deadeveras” para fortalecer nuestros cercos. La defensa se extiende con el aire que emana nuestra dignidad; la fortaleza es acción de muchas, compañerismo y lealtad. No necesito gritarle al mundo que soy mujer cuando por las mañanas mi cuerpo y mente se despereza para dar los buenos días en plena decisión para entregar mi tiempo y quehacer al hacer, para ser algo más que un acordeón vencido y demudado. Invito a todos aquellos que publican y re publican a “las pobrecitas” a entrevistar, conocer y amar a las mujeres, sírvanse de inspiración, hacemos un mundo de cien colores, recreen este mundo lleno de tanta y mala noticia con lo que sí vale la pena. ¿Qué les parece?